Al espejo
Me quedo en tus pupilas, sin convite a tu fiesta
de fantasmas.
Adentro todos trenzan sus efímeros lazos,
yo solo afuera, y sin amor, mas prisionero,
yo, mozo de cordel, con mi lamento, a tu ventana,
yo, nuevo triste, yo, nuevo romántico.
Dentro de ti, las nupcias de hielo al sol del
árbol y la nube,
pareadas risas que se pierden por perdidos
senderos,
la inevitable luna casi líquida,
el agua rota en trinos y en su música un lirio y
una abeja en su estigma
y en su aguijón tu anhelo de olvidarme.
Yo, en alta mar de cielo
estrenando mi cárcel de jamases y siempres.
Dentro de ti, la casa, sus palmeras, su playa,
el mal agüero de los pavos reales,
jaibas bibliopiratas que amueblan sus guaridas
con mis versos,
y al fondo el amarillo amargo mar de Mazatlán
por el que soplan ráfagas de nombres.
Mas si gritan el mío responden muchos rostros que
yo no conocía
o que borró una esponja calada de minutos,
como el de ese párvulo que esta noche se siente
solo e íntimo
y que suele llorar ante el retrato
de un gambusino rubio que se quemó en rosales de
sangre al mediodía.
Y tu poética
Primero está la noche con su caos de lecturas y
de sueños.
Yo subo por los pianos que se dejan encendidos
hasta el alba;
arriba el día me amenaza con el frío
ensangrentado de su aurora
y no sabré el final de ese nocturno que empezaba
a dibujarme,
ni las estrellas me dirán cuál fue, cabal, mi
nombre. Ni mi rostro.
Si no es amor, ¿qué es esto que me agobia de
ternura?
Mañana inútil: pájaros y flores sin testigos.
La esposa está dormida y a su puerta imploro en
vano;
querrá decir mi nombre con los labios incoloros
entreabiertos,
los párpados pesados de buscarme por el cielo de
la muerte.
Más no estaré en sus ojos para verme renacer al
despertarse
y cuando me abra, al fin, preguntará sin voz:
¿quién eres?
El luto de la casa todo es humo ya y lo mismo
que jamás habitaremos;
el campo abierto y árido que lleva a todas partes
y a ninguna.
¿A dónde, a qué otra noche, irá el viudo por la
tarde borrascosa?
Y tu retórica
Si lo escribió mi prisa feliz, ¿con qué palabras,
cómo dije: 'palomas cálidas de tu pecho'?
En sus picos leería: brasa, guinda, clamor,
pero la luz recuerda más duro su contorno
y el aire el inflexible número de su arrullo.
Y diría: 'palomas de azúcar de tu pecho',
si endulzaban el agua cuando entrabas al mar
con tu traje de cera de desnudez rendida,
pero el mar las sufría proras inexorables
y aún sangran mis labios de morder su cristal.
Después, si dije: 'un hosco viento de
despedidas',
¿qué palabras de hielo hallé sobre mi grito?
No recuerdos, ni angustias, ni soledades. Sólo
el rencor de haber dicho tu estatua con arenas
y haberla condenado a vida, tiempo, muerte.
Y escribiría: 'un horro vendaval de vacíos'
la estéril mano álgida que me agostó mis rosas
y me quemó la médula para decir apenas
que nunca tuve mucho que decir de mí mismo
y que de tu milagro sólo supe la piel.
Final
Mañana. Acaso el sol golpea en dos ventanas que
entran en erupción.
Antes salen los indios que pasan al mercado
tiritando con todo el trópico a la espalda.
Y aún antes
los amantes se miran y se ven tan ajenos que se
vuelven la espalda.
Antes aún
ese ángel de la guarda que se duerme borracho
mientras allí a la vuelta matan a su pupilo:
¿Qué va a llevar más que el puñal del grito
último a su Amo?
¿Qué va a mentir?
'Lo hiciste cieno y vuelve humo pues ardió como
te amo'.
Tal vez mañana el sol en mis ojos sin nadie,
tal vez mañana el sol,
tal vez mañana,
tal vez.
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