ELEGÍA NOCTURNA
Ay de mi corazón que nadie quiso
tomar entre mis manos desoladas.
Tú viniste a mirar sus llamaradas
y le miraste arder claro y sumiso.
(El pie profundo sobre el negro piso
sangró de luces todas las jornadas.
Ante los pies geográficos, calladas,
tus puertas invisibles, Paraíso.)
Tú que echaste a las brasas otro leño
recoge las cenizas y al pequeño
corazón que te mueve junta y deja.
Alguna vez suspirarás, alguna
noche de soledad oirás mi queja
tuya hasta el corazón como ninguna.
¿Qué
harás?
¿Qué harás?
¿En qué momento
Tus ojos pensarán en mis caricias?
¿Y frente a cuáles cosas, de repente,
Dejarás, en silencio, una sonrisa?
Y si en la calle
Hallas mi boca triste en otra gente,
¿La seguirás?
¿Qué harás
si en los comercios -semejanzas-
Algo de mí encuentras?
¿Qué harás?
¿Y si en el campo un grupo de palmeras
O un grupo de palomas o uno de figuras vieras?
(Las estrofas brillan en sus aventuras
De desnudas imágenes primeras).
¿Y si al pasar frente a la casa abierta,
Alguien adentro grita: ¡Carlos!?
¿Habrá en tu corazón el buen latido?
¿Cómo será el acento de tu paso?
Tu carta trae el perfume predilecto.
Yo la beso y la aspiro.
En el rápido drama de un suspiro
La alcoba se encamina hacia otro aspecto.
¿Qué harás?
Los versos tienen ya los ojos fijos.
La actitud se prolonga.
De las manos, caen papel y lápiz.
Infinito
Es el recuerdo.
Se oyen en el campo
Las cosas de la noche.
-Una vez
Te hallé en el tranvía y no me viste.
Te hallé en el tranvía y no me viste.
-Atravesando un bosque ambos lloramos.
-Hay dos sitios malditos en la ciudad.
¿Me diste
Tu dirección la noche del infierno?
-... Y yo creí morirme mirándote llorar.
Yo soy...
Y me sacude el viento.
¿Qué harás?
Recinto
I
Vida,
ten piedad de nuestra inmensa dicha.
De este amor cuya órbita concilia
la estatuaria fugaz de día y noche.
Este amor cuyos juegos son desnudo
espejo reflector de aguas intactas.
Oh, persona sedienta que del brote
de una mirada suspendiste
el aire del poema,
la música riachuelo que te ciñe
del fino torso a los serenos ojos
para robarse el fuego de tu cuerpo
y entibiar las rodillas del remanso.
Vida, ten piedad del amor en cuyo orden
somos los capiteles coronados.
Este amor que ascendimos y doblamos
para ocultar lo oculto que ocultamos.
Tenso viso de seda
del horizonte labio de la ausencia,
brilla.
Salgo a mirar el valle y en un monte
pongo los ojos donde tú a esas horas
pasas junto a recuerdos y rocío
entre el mudo clamor de egregias rosas
y los activos brazos del estío.
II
Ya nada tengo yo que sea mío:
mi voz y mi silencio son ya tuyos
y los dones sutiles y la gloria
de la resurrección de la ceniza
por las derrotas de otros días.
La nube que me das en el agua de tu mano
es la sed que he deseado en todo estío,
la abrasadora desnudez de junio,
el sueño que dejaba pensativas
mis manos en la frente
del horizonte . . .
Gracias por los cielos
de indiferencia y tierras de amargura
que tanto y mucho fueron. Gracias por
las desesperaciones, soledades.
Ahora me gobiernas por las manos
que saben oprimir las claras mías.
Por la voz que me nombra con el nombre
sin nombre . . . Por las ávidas miradas
que el inefable modo sólo tienen.
A1 fin tengo tu voz por el acento
de saber responder a quien me llama
y me dice tu nombre
mientras en los pinares se oye el viento
y el sol quiere ser negro entre las ramas
Que se cierre esa puerta
Vida,
ten piedad de nuestra inmensa dicha.
De este amor cuya órbita concilia
la estatuaria fugaz de día y noche.
Este amor cuyos juegos son desnudo
espejo reflector de aguas intactas.
Oh, persona sedienta que del brote
de una mirada suspendiste
el aire del poema,
la música riachuelo que te ciñe
del fino torso a los serenos ojos
para robarse el fuego de tu cuerpo
y entibiar las rodillas del remanso.
Vida, ten piedad del amor en cuyo orden
somos los capiteles coronados.
Este amor que ascendimos y doblamos
para ocultar lo oculto que ocultamos.
Tenso viso de seda
del horizonte labio de la ausencia,
brilla.
Salgo a mirar el valle y en un monte
pongo los ojos donde tú a esas horas
pasas junto a recuerdos y rocío
entre el mudo clamor de egregias rosas
y los activos brazos del estío.
II
Ya nada tengo yo que sea mío:
mi voz y mi silencio son ya tuyos
y los dones sutiles y la gloria
de la resurrección de la ceniza
por las derrotas de otros días.
La nube que me das en el agua de tu mano
es la sed que he deseado en todo estío,
la abrasadora desnudez de junio,
el sueño que dejaba pensativas
mis manos en la frente
del horizonte . . .
Gracias por los cielos
de indiferencia y tierras de amargura
que tanto y mucho fueron. Gracias por
las desesperaciones, soledades.
Ahora me gobiernas por las manos
que saben oprimir las claras mías.
Por la voz que me nombra con el nombre
sin nombre . . . Por las ávidas miradas
que el inefable modo sólo tienen.
A1 fin tengo tu voz por el acento
de saber responder a quien me llama
y me dice tu nombre
mientras en los pinares se oye el viento
y el sol quiere ser negro entre las ramas
Que se cierre esa puerta
Que se cierre esa puerta
que no me deja estar a solas con tus besos. Que se cierre esa puerta por donde campos, sol y rosas quieren vernos. Esa puerta por donde la cal azul de los pilares entra a mirar como niños maliciosos la timidez de nuestras dos caricias que no se dan porque la puerta, abierta…
Por razones serenas
pasamos largo tiempo a puerta abierta. Y arriesgado es besarse y oprimirse las manos, ni siquiera mirarse demasiado, ni siquiera callar en buena lid…
Pero en la noche
la puerta se echa encima de sí misma y se cierra tan ciega y claramente que nos sentimos ya, tú y yo, en campo abierto, escogiendo caricias como joyas ocultas en las noches con jardines puestos en las rodillas de los montes, pero solos tú y yo. La mórbida penumbra enlaza nuestros cuerpos y saquea mi inédita ternura, la fuerza de mis brazos que te agobian tan dulcemente, el gran beso insaciable que se bebe a sí mismo y en su espacio redime lo pequeño de ilímites distancias…
Dichosa puerta que nos acompañas
cerrada, en nuestra dicha. Tu obstrucción es la liberación de estas dos cárceles; la escapatoria de las dos pisadas idénticas que saltan a la nube de la que se regresa en la mañana.
Estudio
Apenas te conozco y ya me digo:
¿Nunca sabrá que su persona exalta todo lo que hay en mí de sangre y fuego? ¡Como si fuese mucho esperar unos días -¿muchos, pocos?- porque toda esperanza parece mar del Sur, profunda, larga! Y porque siempre somos frutos de la impaciencia bosque todos. Apenas te conozco y ya arrasé ciudades, nubes y paisajes viajes, y atónito, descubro de repente que dentro estoy de la piedra presente y que en cielo aún no hay un celaje. Cómo serán estas palabras, nuevas, cuando ya junto a ti, salgan volando y en el acento de tus manos vea el límite inefable del espacio. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario