jueves, 19 de abril de 2018

Blanco de Octavio Paz


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La aplicación Blanco de Octavio Paz nos ofrece la posibilidad de ver el poema en pantalla, siguiendo la idea original del Nobel al concebirlo: “una sucesión de signos sobre una página única; a medida que avanza la lectura, la página se desdobla: un espacio que en su movimento deja aparecer el texto y que en cierto modo, lo produce”. 

martes, 10 de abril de 2018

Rubén Bonifaz Nuño, Poemas

Para los que llegan a las fiestas

Para los que llegan a las fiestas
ávidos de tiernas compañías,
y encuentran parejas impenetrables
y hermosas muchachas solas que dan miedo
—pues uno no sabe bailar, y es triste—;
los que se arrinconan con un vaso
de aguardiente oscuro y melancólico,
y odian hasta el fondo su miseria,
la envidia que sienten, los deseos;

para los que saben con amargura
que de la mujer que quieren les queda
nada más que un clavo fijo en la espalda
y algo tenue y acre, como el aroma
que guarda el revés de un guante olvidado;

para los que fueron invitados
una vez; aquellos que se pusieron
el menos gastado de sus dos trajes
y fueron puntuales; y en una puerta,
ya mucho después de entrados todos,
supieron que no se cumpliría
la cita, y volvieron despreciándose;

para los que miran desde afuera,
de noche, las casas iluminadas,
y a veces quisieran estar adentro:
compartir con alguien mesa y cobijas
o vivir con hijos dichosos;
y luego comprenden que es necesario
hacer otras cosas, y que vale
mucho más sufrir que ser vencido;

para los que quieren mover el mundo
con su corazón solitario,
los que por las calles se fatigan
caminando, claros de pensamientos;
para los que pisan sus fracasos y siguen;
para los que sufren a conciencia
porque no serán consolados,
los que no tendrán, los que pueden escucharme;
para los que están armados, escribo.


Acaso una palabra


1



Acaso una palabra
tan sólo, sé decir: al despedirme,
lo más mío de mí se precipita
afuera, y busca y toma lo que amo.

Decir adiós, hablar para perderte

y saber que un instante,
el anudado instante en que lo digo,
puedo tenerte asida y te detengo.

Abro luego las manos, quedas libre.

Y el corazón te grita que te quedes
y no lo entiendes. Nunca
lo pudiste entender. Estamos solos.

Hay en todas las tardes una espina

extraña. Un soplo de ceniza ardiendo
tiembla en los corazones y las calles.
Es antes de la noche.



2



No sé. Todas las noches te he soñado;
por eso sufriré todos los días.
No lo puedo evitar; tú lo decías:
no olvida el corazón cuando se ha dado.



En el aire se mueve un desolado
olor de tiempo ausente. Las vacías
horas se van sin alma. ¿Lo sentías
al decirlo? No sé. Pero ha pasado.



Duermo: pesa mi amor sobre la palma
de tus manos, seguro como nave
por la corriente en paz en la nivela.



O la angustia de golpe me desarma;
barco sin playa soy, puerta sin nave,
soledad sin espejos: estoy en vela.



3



Te lo habrá dicho ya: que nadie muere
de ausencia, que se olvida, que un lamento
se repara con otro, y es el viento
o la raya en el agua que se hiere.



Y esta sed miserable que no quiere
perderte, acabará; y el pensamiento
por tanto tiempo tuyo, en un momento;
aunque hoy se aferre y grite y desespere.



Si todo se ha de ir, ¿por qué llegaste?
¿Por qué, si no me quieres, me has querido?
¿Me has curado tan sólo para herirme?



Así fue; te tuviste y me dejaste;
nada me quedará; te he recibido
no más que para verte y despedirme.

4

El tren que sale, el ruido,
el vuelo de tu mano en la ventana
que nos aleja. En la estación oscura
lo sé: no has de volver; pero te llamo.



Del irte al regresar, cuánta distancia
en ti se irá formando;
hasta tus mismos ojos al mirarme
de nuevo, si me miras, serán otros.



Pues contigo te llevas muchas cosas
que entre los dos hicimos, eran nuestras.
Te olvidarás de todo:
ni siquiera sabrás las que perdiste.



Ya ves; te fuiste, me he quedado. Un viaje
nunca tiene regreso, y la mirada
última que me diste, ¿la recuerdas?,
no volverá. La guardo.

5

Mi amor, el aire, octubre, la ceguera
de tus ojos. Es tarde. No lo viste,
no lo conoces; piensas que no existe,
y mi amor está en sombras y te espera.



El corazón que sabe, lo quisiera
decir: es sólo un sueño que persiste;
fue sólo anuncio del otoño triste
la verde lumbre de la primavera.



La cima de los árboles descubre
cada vez más, el cielo que se aclara:
bajan las hojas en la tarde fría.



Mayo contigo me ha mirado, octubre
me quiebra sin remedio; nos separa;
y yo pienso en tus ojos todavía.



Llagas, flores caducas


1


Llagas, flores caducas, poesía,
lámpara de terror con que me alumbro.
Poesía, lo sabes:
oscuro estaba, ciego estaba, entonces.

Y algo tuyo fue mío, y algo pudo
cantar a ciegas por aquel encuentro;
a lo oscuro, ella vino;
la ya esperada, inesperadamente.

Hoy respira contigo, poesía.
Tú la tienes; la ciñes de palabras,
y aprisionada y libre,
ya música ella misma, la descubro.


2


Nadie llamó. Silencio. Abrí la puerta
y estabas tú. Recuerdo: te cercaba,
ya desde entonces, una luz que daba
al alma el centro de una dicha incierta.

Y te vi, te nombré, y en la desierta
desolación del tiempo que pasaba
te alzaste para siempre. Todo acaba;
dura sólo tu imagen descubierta.

Estás lejos, relumbras en tu risa
pensando no sé en qué; lejos, ausente,
y gozo y paz y voz y luz repartes.

Pero tu imagen brilla en la sumisa
sombra de la memoria; está presente
conmigo, sola y siempre. En todas partes.


Cuando caigan los años

1

Cuando caigan los años, y agonice
sobre el reloj más viejo la insegura
paz de tu corazón, con ansia dura
te acordarás de la canción que hice.

Y al escucharla habrás —Ronsard lo dice
de volverte hacia ti: sólo futura
dicha será el recuerdo, la hermosura
que entre agujas de insomnio se deslice.

Sube la tarde en ti con cenicientos
fulgores. En la luz, marchita, crece
un sospechoso aroma de tristeza.

Estás sola y recuerdas. Pasan lentos
los segundos. El alma se oscurece.
Y a tu memoria vuelve tu belleza.




Qué fácil sería para esta mosca...

Qué fácil sería para esta mosca, 
con cinco centímetros de vuelo 
razonable, hallar la salida. 

Pude percibirla hace tiempo, 
cuando me distrajo el zumbido 
de su vuelo torpe. 
Desde aquel momento la miro, 
y no hace otra cosa que achatarse 
los ojos, con todo su peso, 
contra el vidrio duro que no comprende. 
En vano le abrí la ventana 
y traté de guiarla con la mano; 
no lo sabe, sigue combatiendo 
contra el aire inmóvil, intraspasable. 

Casi con placer, he sentido 
que me voy muriendo; que mis asuntos 
no marchan muy bien, pero marchan; 
y que al fin y al cabo han de olvidarse. 

Pero luego quise salir de todo, 
salirme de todo, ver, conocerme, 
y nada he podido; y he puesto 
la frente en el vidrio de mi ventana.


Cuál es la mujer que recordamos...

¿Cuál es la mujer que recordamos
al mirar los pechos de la vecina
de camión; a quién espera el hueco
lugar que está al lado nuestro, en el cine?
¿A quién pertenece el oído
que oirá la palabra más escondida
que somos, de quién es la cabeza
que a nuestro costado nace entre sueños?

Hay veces que ya no puedo con tanta
tristeza, y entonces te recuerdo.
Pero no eres tú. Nacieron cansados
nuestro largo amor y nuestros breves
amores; los cuatro besos y las cuatro
citas que tuvimos. Estamos tristes.
Juntos inventamos un concierto
para desventura y orquesta, y fuimos
a escucharlo serios, solemnes,
y nada entendimos. Estamos solos.

Tú nunca sabrás, estoy cierto,
que escribí estos versos para ti sola;
pero en ti pensé al hacerlos. Son tuyos.

Ustedes perdonen. Por un momento
olvidé con quién estaba hablando.
Y no sentí el golpe de mi ventana
al cerrarse. Estaba en otra parte.


Hervor de calles...

Hervor de calles; desembocadura
de pábulos ardiendo, en la caldera
sediciosa del mísero.

Como hierba de gritos, como en humo
lumbrarada de pelos espantados;
como chubasco tupidísimo
y turbio, en ascensión. Así llegaba.

Y alégrate si nadie, en esta plaza,
si nadie, de tan juntos y de tantos,
puede caer; si nadie puede
ser abatido; si no puede ninguno
dejar su sitio sin morirse.
Cada uno en el centro,
en medio cada uno, circundados.

Nace la gloria para ti, mi hermano;
mi muy reverenciado, mi sin dicha,
mi desgraciado pobre, mi vecino;
mi, como yo, despierto.

Mira: el sin tregua, el desterrado
con injusticia, y el que canta,
mi hermano de tu hermano, y el hambriento
y la sed que aumentó de puerta en puerta;
y vienen con nosotros el inválido,
y el muerto a solas, y el sin nada.

La gente de este lado, que ha salido
de quemados olivos todo el año;
de carnívoras cruces que alimenta
el gran poder de la traición; de niños
abortados surgiendo;
de mujeres para siempre olvidadas.

Desde el cogollo del dolor, humea
a la libertad ensangrentada.
Mira
que fauces de león se descoyuntan;
que ya la fiesta del alumbramiento
aúlla y rinde frutos,
y el profeta en su tierra,
de innumerables bocas coronado,
resuena, y las banderas gimen,
y las hondas volando y empedradas.

Y el milagro del horno y de la harina
se acerca, y los ejércitos inmóviles
con la resurrección, y las trompetas
de los finales pájaros terrestres.


Centímetro a centímetro

Centímetro a centímetro
piel, cabello, ternura, olor, palabras
mi amor te va tocando.

Voy descubriendo a diario, convenciéndome
de que estás junto a mí; de que es posible
y cierto; que no eres,
ya, la felicidad imaginada,
sino la dicha permanente,
hallada, concretísima; el abierto
aire total en que me pierdo y gano.

Y después, qué delicia
la de ponerme lejos nuevamente.
Mirarte como antes
y llamarte de 'usted', para que sientas
que no es verdad que te haya conseguido;
que sigues siendo tú, la inalcanzada;
que hay muchas cosas tuyas
que no puedo tener.

Qué delicia delgada, incomprensible,
la de verte de lejos,
y soportar los golpes de alegría
que de mi corazón ascienden
al acercarme a ti por vez primera;
siempre por vez primera, a cada instante.
Y al mismo tiempo, así, juego a perderte
y a descubrirte, y sé que te descubro
siempre mejor de como te he perdido.

Es como si dijeras:
'cuenta hasta diez, y búscame', y a oscuras
yo empezara a buscarte, y torpemente
te preguntara: '¿estás allí?', y salieras
riendo del escondite,
tú misma, sí, en el fondo; pero envuelta
en una luz distinta, en un aroma
nuevo, con un vestido diferente.



Aquí debería estar tu nombre

1

Cada día levanto,
entre mi corazón y el sufrimiento
que tú sabes hacer, una delgada
pared, un muro simple.
Con trabajo solícito,
con material de paz, con silenciosos
bienamados instantes, alzo un muro
que rompes cada día.

No estás para saberlo. Cuando a solas
camino, cuando nadie
puede mirarme, pienso en ti; y entonces
algo me das, sin tú saberlo, tuyo.
Y el amor me acongoja,
me lleva de tu mano a ser de nuevo
el discípulo fiel de la amargura,
cuando desesperadamente trato
de estar alegre.

Porque soy un hombre aguanto sin quejarme
que la vida me pese;
porque soy hombre, puedo. He conseguido
que ni tú misma sepas
que estoy quebrado en dos, que disimulo;
que no soy yo quien habla con las gentes,
que mis dientes se ríen por su cuenta
mientras estoy, aquí detrás, llorando.

Yo sé que inútilmente
me defiendo de ti; que sin trabajo
me tomas por la fuerza, o me sobornas
con tu sola presencia. Estoy vencido.
Ni siquiera podrías evitarlo.
Hasta en mi contra, estoy de parte tuya:
soy tu aliado mejor cuando me hieres.


3

Hoy recibí algo tuyo: unas palabras
que al mismo tiempo nacen
del lugar apartado que visitas,
y de la más cercana felicidad con que me ocupas.

Me dices solamente:
"Llegué bien. No lo olvido. Lo acompaño",
y firmas con tu nombre.

Así que no estoy muerto; que respiro
en algún sitio de tu pensamiento;
que un parte tan solamente
de mí se quedó en México, escribiéndote,
mientras que lo que soy de verdadero
está contigo en calles, en jardines.

Invisible camino al lado tuyo,
con los ojos cerrados, esperando
que tú me cuentes lo que miras

para verlo también; quiero mirarlo
para poder, dentro de mucho tiempo,
decirte alguna vez:
"¿te acuerdas de aquel viaje que hicimos?"

Quiero, además, contarte
que aquí también me estás acompañando;
que tan concretos y evidentes

como el lugar en el que aquí descansas,

como la ropa tuya que dejaste
colgada en una percha, están conmigo
tu voz, tus ojos buenos, tu deseo

de hacer el bien. Poblados se me alumbran,
con tu esperanza, el sueño y la vigilia.

Porque tú lo mandaste al despedirnos,
porque soy cosa tuya, he procurado
no sufrir. He querido que no sientas

ningún dolor por causa mía
en este dedo chico de tu mano

que es hoy mi corazón. Porque te quiero
te digo: "No he sufrido."

Dejo ya de escribirte
para seguir pensando en ti.
Comienzo a tratarte de "usted" en mi memoria.
Usted no me ha olvidado:
Yo la estoy esperando. Usted lo sabe.


5

Como ya nada puedo
imaginar por mí claro, entre luces
estoy viviendo, y el amor me agobia,
me emborracha, me enferma,
quiero decir tan solamente
lo que me has enseñado, los secretos
que en mí vas alumbrando,
las pequeñas verdades que levantas
sobre mi viejo tiempo de ceniza.

Por ejemplo, de golpe me enseñaste
que hay muchas cosas mías en el mundo;
que soy rico. Que tengo en todas partes
lugares que, por ti, me pertenecen;
lugares, fechas, luces, que he tomado
sencillamente, porque en ellos
he pasado contigo,
y en ellos te has quedado para siempre.

Nunca pensé que hubiera tanta parte
de mi ternura en cosas, en momentos
que están y pasan cerca, a todas horas.

Hoy, por ti, me conmueven
las canciones de amor de un limosnero
que canta en el camión al que he subido,
y son tesoros míos incomparables
un cabello robado, un recordado
perfume, unas palabras, un pañuelo
con pintura de labios.

Me has enseñado que soy joven;
que puedo, sin temor, verte a los ojos
o besarte delante de las gentes.

Me tengo que reír con toda el alma
cuando recuerdo mi tristeza.
Hoy lo sé: soy alegre.
Me contentan el ruido y el silencio,
las noches me contentan y los días,
la voz, el cuerpo, el alma, me contentan.

Cuando me he despedido de ti,
después de un día de tenerte,
y camino de gusto por las calles,
ay, cómo compadezco
a los que tú no amas, que no saben.
Y me dan ganas de abrazarlos
a todos, de gritarles que la vida
es buena; que tú vives, que debemos
obligatoriametne ser felices.
O de echarme al suelo, boca arriba
con los ojos cerrados,
y cuando alguno llegue a preguntarme
si algo me pasa, contestar: “Es sólo
que soy feliz porque la quiero.”

Y tú, que tanto tiempo me ocultaste
lo que era yo, al sentirme
pensarás que soy bueno o que estoy loco,
y desde cerca o desde lejos
me mirarás compadecida,
y sonreirás tendiéndome la mano.