martes, 10 de abril de 2018

Alí Chumacero, poemas


Páramo de sueños (1944)

Jardín de ceniza
Haber creído alguna vez
viendo la noche desplomarse al mundo
y una tristeza al corazón volcada,
y después ese cuerpo que oprimen nuestras manos:
la mujer que sonríe
y sobre el lecho se nos vuelve
cadáver mutilado en el recuerdo,
como mentira ínfima
o rosa desde siglos viviendo en el silencio.
Y sin embargo en ella nos perdemos,
muertos contra sus brazos, en su misterio mudos
tal una voz que nadie escucha,
frutos ya de cadáver de amor, petrificados;
su placer nos sostiene sobre un mentido mundo,
ahí nos consumimos continuando
en la vana tarea interminable,
y luego no creemos nada,
somos desolación o cruel recuerdo,
vacío que no encuentra mar ni forma,
rumor desvanecido en un duro lamento de ataúdes.

Amor es mar
Llegas, amor, cuando la vida ya nada me ofrecía
sino un duro sabor de lenta consunción
y un saberse dolor desamparado,
casi ceniza de tinieblas;
llega tu voz a destrozar la noche
y asciendes por mi cuerpo
como el cálido pulso hacia el latir postrero
de quien a solas sabe
que un abismo de duelo lo sostiene.
Nada había sin ti,
ni un sueño transformado en vida,
ni la certeza que nos precipita
hasta el total saberse consumido;
sólo un pavor entre mi noche
levantando su voz de precipicio;
era una sombra que se destrozaba,
incierta en húmedas tinieblas
y engañosas palabras destruidas,
trocadas en blasfemias que a los ojos
ni luz ni sombra daban:
era el temor a ser sólo una lágrima.
Mas el mundo renace al encontrarte,
y la luz es de nuevo
ascendiendo hacia el aire
la tersa calidez de sus alientos
lentamente erigidos;
brotan de fuerza y cólera
y de un aroma suave como espuma,
tal un leve recuerdo
que de pronto se hiciera un muro de dureza
o manantial de sombra.
Y en ti mi corazón no tiene forma
ni es un círculo en paz con su tristeza,
sino un pequeño fuego,
el grito que florece en medio de los labios
y torna a ser el fin
un sencillo reflejo de tu cuerpo,
el cristal que a tu imagen desafía,
el sueño que en tu sombra se aniquila.
Olas de luz tu voz, tu aliento y tu mirada
en la dolida playa de mi cuerpo;
olas que en mí desnúdanse como alas,
hechas rumor de espuma, oscuridad, aroma tierno,
cuando al sentirme junto a tu desnudo
se ilumina la forma de mi cuerpo.
Un mar de sombra eres, y entre tu sal oscura
hay un mundo de luz amanecido.

Imágenes desterradas (1948)
Elegía de la imagen
Diré que te perdía sin saberlo.
Era mi corazón el signo de tu mano,
la mirada destruida cuando cierras los ojos,
el temeroso eco de la palabra última
navegando entre lágrimas.

Me adormecía fúnebre caricia
al respirar tu piel como una larga ausencia,
y en mi desesperanza oía
esa respiración que te arrastraba,
indefensa, a las aguas del silencio.

Ahora pienso en tu infinita
ternura, como limpia canción de madrugada,
en la brisa caída de tu cuerpo
y en aquellos gemidos que me dejaban solo
a tu lado, como un presentimiento,
viajero yo también de tu melancolía.

Al espacio pregunto, al aire escucho,
y hallo sólo la voz de tu lamento
en un lenguaje aciago fluyendo hacia mi oído.
Pero aunque seas lánguida ceniza
o la eterna viajera fugitiva,
permanezco diciendo: “imagen mía,
perdida por los siglos de los siglos”.


Inolvidable

Decir amor es recordar tu nombre,
el ruiseñor que habita tu mirada,
ir hacia ti a través de lo que fuiste
y cruzar el espacio suavemente
buscándote cristal, desnuda forma
caída del recuerdo, o sólo nube.
Si lloro, el aire se humedece y vuela
con languidez, en lágrima bañado,
y de mis ojos naces libre sueño
sin más navegación, inolvidable,
grácil estatua de melancolía.

Solo, como una ráfaga o ceniza,
miro aún el candor de tu cabello,
la amorosa violencia de tus ojos
hoy ya distancia, caracol cerrado
a mi rumor de corazón herido,
casi naufragio, tenebral y duelo.
En vano lejanías, o la muerte
del tiempo entre tu cuerpo agonizando,
porque en música pura estoy rendido
cuando al sentir conmigo tu tristeza
sobre mis labios mueres, amor mío.



Palabras en reposo (1965)

Los ojos verdes

Solemnidad de tigre incierto, ahí en sus ojos
vaga la tentación y un náufrago
se duerme sobre jades pretéritos que aguardan
el día inesperado del asombro
en épocas holladas por las caballerías.

Ira del rostro, la violencia
es río que despeña en la quietud el valle,
azoro donde el tiempo se abandona
a una corriente análoga a lo inmóvil, bañada
en el reposo al repetir
la misma frase desde la sílaba primera.

Sólo el sonar bajo del agua insiste
con incesante brío, y el huracán acampa
en la demora, desterrado
que a la distancia deja un mundo de fatiga.

Si acaso comprendiéramos, epílogo
sería el pensamiento o música profana,
acorde que interrumpe ocios
como la uva aloja en vértigo el color
y la penumbra alienta a la mirada.

Vayamos con unción a la taberna donde
aroma el humo que precede,
bajemos al prostíbulo a olvidar esperando:
porque al fin contemplamos la belleza.


Mujer ante el espejo

Deja la sombra, advierte la humareda
velando el oleaje de los años: fervor y compasión
desde el abismo alternan castidades segadas
y el perenne danzar de Salomé.

Tu sonreír la escoria desafía, por un instante alienta
escamas que prolongan el destellar del pelo
y alzan la imagen de la juventud,
en tanto el tiempo tórnase en espacio, tardío atardecer
suspenso entre el rumor de la corriente impura.

Tú que labraste anónimo laurel
y por las noches el amor trocabas en pálida sentencia,
avivas el fulgor que a la serpiente engaña
cuando cruza la ola del sonido.

Levanta del recuerdo aquel vacío cuando a ojos cerrados,
sin odio ni embriaguez, te recostabas, fría
como el asombro, a renacer clamores
y jardines recientes, procediendo la única tormenta
que aniquila en el valle mortal los infortunios.

Llora si quieres, cúbrete de escarnio
al contemplar en humillada piel el esplendor que iba,
de calle en calle, hendiendo un vendaval de tigre
a veces por el vino restañado

En épocas de crimen, los placeres de ti se desprendían
como pueblos y arenas, comarcas y naufragios,
y tus cabellos eran desnudez;
pero cierra los párpados y deja al tiempo agonizar
porque la estatua al fin presiente se derrumbe.


 




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