martes, 21 de mayo de 2019

Blanca Luz Pulido, Cerca, lejos. Antología personal (1986-2013)

Blanca Luz Pulido
Cerca, lejos. Antología personal (1986-2013)



Aquí está el link donde podrán encontrar la antología de poemas que abordaremos en clase:

http://ceape.edomex.gob.mx/sites/ceape.edomex.gob.mx/files/Cerca,%20lejos.pdf



Selección de poemas de Blanca Luz Pulido,
Cerca, lejos. Antología personal 
(1986-2013)

Elegía donde llegan pájaros y templos 
para Elsa Cross

Rumor, apenas canto.
Desde las ramas se eleva, surge                                                                  
invisible el sonido
de los pájaros —voces
que supieron desatarse de la tierra.

El alboroto, algarabía del aire
se mezcla en los relojes
despiertos del asombro
y cambia la marea de mis sentidos
en la mañana que desmiente
la opacidad
            —rumor de tinieblas—
de la noche.

El mundo
se asoma y desvanece en la memoria.
El pasado
vive en estuarios al borde del invierno
y del hastío.

Conciencia suspendida, inerme
brota de las piedras de la orilla,
atraviesa países, siglos, huellas,
encuentra y canta
la hondura, fidelidad de lo que escapa.

El amor, con sus óleos navegantes,
aromas de mirto, guirnaldas y naufragios;
el aire denso de ecos y rumores
y los templos abiertos del deseo,
revelación que el alba,
celosa de un dios que abandonamos,
posterga puntualmente cada día.

***
Memoria, arde.
Borra tus huellas,
fantasmas para nadie
si el sol no las sorprende con su incendio,
si no las graba indelebles
en la estela fugaz
                        de lo que pasa.

Dame palabras como actos,
actos como piedras,
piedras como muros,
muros para elevar un templo ubicuo y cierto
y en la cumbre levantar la hoguera
de lo que olvidé, lo que jamás fue mío,
lo que toco y se disuelve sin cesar
en la corriente de mi cuerpo hacia la vida.

Pero escucha, memoria
y eleva en estas ruinas,
en las ramas de los árboles sagrados,
nuevas voces
donde el silencio calcine sus presagios,
y en el centro del templo,
en el rayo que atraviesa la mirada,
en el sol negro, espejo de la luna,
guarda,
habitada por pájaros y fuentes,
una estatua de viento
donde pueda fundir el cristal que me atraviesa
en el fuego absoluto del instante.


Reino del agua

Cómo nombrar tu pálido reposo, tu piel delgada entre mis
manos, tu cuerpo que dilata su figura ciñendo al vaso que te
sigue. Te pienso luz, reflejo que olvida en ti su ruta, gesto que
bajo el sol desaparece, gobierno que derramas en el aire.

Cómo guardarte en la memoria, con qué voz construirte si en
tus distintos modos voy dejando fragmentos de mi imagen
tuya. Qué esfuerzo, qué distancia amarte si mis ojos no
pueden pedirte semejanza.

Dónde buscar tu reino, dónde fundar tu transparencia si corres
de mis manos, si mis ojos ignoran tus simas y su alto azul; cómo
fincar con tu materia incierta, con tu figura ingrávida, con tu
piel que dispersas por el aire.




Lector en sombra

Te imagino solo, construyendo un silencio hostil al mundo, un
espacio donde te entregas a descifrar estas líneas que quisieran
encontrarte.

Eres la causa secreta de mis pensamientos. Mi vida es sólo una
prolongación de la tuya; mis palabras aspiran a construirse ante
tus ojos, a ser dóciles sombras que lleguen a ti como el camino
a los pasos del viajero.

Si busco en mis recuerdos el agua viva que corra entre tus manos
es porque presiento que nada mío existe si no puede alcanzarte.

La penumbra cómplice te envuelve. Te escondes del mundo
para acercarte a mí, lo cambias por este laberinto porque sabes
que te nombra, que te acecha. En alguno de sus muros existe
una sentencia labrada sólo para ti.
Tú y yo buscamos lo mismo. Indagamos en los mismos cuerpos
los antiguos deslumbramientos.

Tus ojos atentos prodigan signos que me inventan, nos inventan.
Vives en cada acento, en cada trazo.

Estás en mí sin pausa, lector de silencios, lector en sombra,
inquisidor de mis tinieblas.


A un lector
Si la palabra perdida está perdida,
si la palabra agotada está agotada,
si la no dicha, nunca oída
palabra es inaudita, impronunciada…
T. S. ELIOT
Prolongación apenas de tus ojos,
me refugio discreta en el silencio
con que escuchas y miras mis palabras.

Sé que extraigo de mí penosas sombras,
que imagino secretas soledades
para fundar la vida que aquí trazo,
el umbral en espera
del súbito prodigio.

Las palabras remotas, las oscuras,
intangibles palabras que no alcanzo,
que me acechan sin voz y sin presencia;
ésas quisiera darte, las ocultas,
las que no he de vivir y ya he olvidado,
las que no encontraré,
las que ya pierdo.


Memoria del mar

1
Innombrable,
innombrado,
invisible en su desnudez siempre cambiante,
inmóvil en su perpetuo movimiento:
mar de mis ocultas tempestades,
mar de la distancia y del encuentro.

De noche, alguna vez, en algún puerto,
dormida en el rumor de tu silencio
pude mirar en sueños el recuerdo
de tus constelaciones sumergidas,
mientras mi sombra
abandonaba el ancla de este cuerpo
y ensayando su líquido linaje,
su imaginaria libertad,
era una con las rocas y la espuma.

Supo entonces
(ahora lo ha olvidado)
los secretos del abismo
que tú engendras
y conoció los reinos
que la bruma edifica y desvanece.

Ay, si mi sombra
perdida en tu misterio
hubiera entrevisto
los oscuros países que atesoras,
para inventarse otro cuerpo
y olvidar
al que dejaba dormido allá en la arena…

2
Tan breve es el oleaje de la dicha
como inasible el canto de todas las sirenas.
Perdido está mi aliento entre tus brazos
que me saben ceñir,
que vuelven, que se han ido,
que sólo he de soñar,
ausentes,
míos.

3
Navegan las ideas, nocturnas lámparas
prendidas de tus rítmicos vaivenes.
Mi vida es sólo un gesto en tu memoria,
la figura que, en vano y distraída,
una mano sembró en la tibia arena.

Esta noche quiero olvidarme y encontrarte,
ir y venir, minera de tu cuerpo,
abandonando mi nombre y mis edades,
habitante
del espejo invertido de las cosas,
detrás de tu cristal,
en el paisaje
que toda luz ignora.

4
Despierta con el sol mi piel marina,
el único recuerdo de este viaje.
El alba
no quiere saber que ya te has ido;
sigue trayendo los ecos
de imposibles gaviotas
como acentos en el cielo.

Pero sé
que estoy en la ciudad,
sin ti,
sin mar,
y que este cielo de acero suspendido
no ha de mirar
el sol que de tus playas se levanta.

Me rindo a su marea,
mientras las olas
empiezan a cubrir el horizonte.


Sueño que no es

Una idea
en busca de su forma
es capaz de aumentar
si la miro de cerca
y la dejo caer
en la tierra de mis ojos,
que buscan siempre
lo que todavía no existe.

A veces
me duele hasta los huesos
esa costumbre mía
tan amiga del aire y los fantasmas
de andar tejiendo sombras
que imagino reales
con el fulgor
de una mirada,
con casi nada,
con las flores que el azar
hace nacer y marchitarse
entre mis manos.


Silencio

Manantial del que nace
la presencia
Silencio del origen
donde la luz surge de nuevo
y la voz calla
para escuchar al mundo en su reflejo

Sólo el silencio conoce los abismos
Silencio, flor de lo invisible
que mis palabras quisieran dibujar

Pero el silencio elemental
que nos precede y cifra
el verdadero silencio del silencio
calla siempre

Los hombres
no escucharemos nunca
su secreto


Camino de palabras

Si fueras el que yo pienso,
si estas palabras construyeran con su sombra
la inminencia
de una revelación que ya he olvidado,
te pediría
que interrogaras la página
y buscaras
en el silencio de estas líneas
mi silencio.

Pero he perdido el rumbo,
ya no me busca como antes tu mirada,
y mis palabras,
errantes,
ya no distinguen
el reflejo del país de los sentidos
que no visitaremos
tú ni yo,
lector en este espejo.
u centro las estrellas. . .
La noche oculta en su centro las estrellas,
como el silencio esconde su sentido

La rama pierde
el invisible canto entre las hojas;
hay que seguirlo, adivinando
la móvil huella del ave que se escapa
que calla

Es otra tal vez
la que ahora escucho
y el verde que la rama dibujaba
ha variado su acento con el viento

La tarde es ya otra noche
el mundo se muestra
se oculta
palidece y resurge
                            renacido
No escucho al ave
pero en la rama quedó impreso su vuelo.

Y en la noche, que dibuja otro árbol,
las estrellas son notas
que derraman el eco que mis ojos escuchan en silencio


Luz de Sabines

Corazón a la intemperie,
de tan hondo,
de tan vivo,
de tan nuestro,
manos abiertas que dibujan
las sombras y la luz
y lo que no puede ser mirado.
Voz que se atreve a cantar lo más sencillo
que será siempre lo indócil, fugitivo,
como decir luna perdiéndose en el agua
imprecisa y tenaz de algún recuerdo.

Es el amor cambiándose de espejo,
los disfraces que nada disimulan,
es un ritmo de aire y de palabras
que nos sorprende y nos cambia y nos aumenta
y nos trastorna y nos vuelca y nos alegra
y nos revela otro tiempo en mitad de las heridas,
el gozo que no supimos nuestro
y ahora comprendemos y labramos,
definitivo azar en la memoria.

Es también descubrir toda la sangre
de enfermedades secretas y cautivas,
el río de muerte que yace en toda espera
que nos alumbra y a veces
nos condena.

Pero es también, también y siempre
una sed que atesoran los sentidos,
una miel de palabras confundidas,
fundidas en abrazos como frutas
que regalan a sus ojos sus aromas,
sus amores abiertos cara al sol,
entre la gente,
nunca más amor furtivo y solo,
sino torrente y avalancha y grito
y resurrección
ganada a pulso entre las sombras.


Discretos

y al filo del silencio,
en la distancia
—imperceptibles casi y de soslayo—,
se asoman los sonidos
de un instante
en la tarde secreta de un domingo
o una mañana
de inusual y sorpresiva calma.
Cerrando los ojos
—tan abiertos siempre a la luz y la certeza—
tal vez podríamos ver en esas notas
(¿una mujer que canta,
un reloj que de pronto
se detiene, un segundo que estalla
en mil astillas?)
los ecos de un tiempo que se apaga,
que no ha de entregar jamás sus dones
a los oídos que en vano
interrogan su ritmo imperceptible.
Apenas un minuto, un parpadeo
y ya se han ido,
como sueños ajenos o fragmentos
de un mundo que se aleja
o que tal vez
                 se acerca


Autoconstrucción

Cada día
a sí mismo se construye
cada minuto se piensa
en el minuto anterior y se disuelve
en el siguiente
así nosotros
nada sabemos de mañana
y en la celda del presente
que es eterna
elaboramos pasados y futuros
que nos inventan cuando por fin llegamos
al señalado día
que nunca es igual al que forjó el deseo
y sin embargo
es mejor porque en verdad existe
y al fin rescatados en su orilla
la realidad es el aire en que respira
y late el cuerpo
que ayer pensamos nuestro y hoy
es otro siempre


Disolvencias

Laten sin peso
en el silencio
La noche se disuelve en luz
Nada nos salva entonces
del rostro en el espejo
y nunca sabremos
lo que dejó en la realidad
el sueño

***

Despertar a los dones del momento
olvidando el reloj de sombras del pasado
Entre un día y otro
en medio de cualquier instante
hay un espacio sin forma ni color
ávido de imágenes
donde nada transcurre:
imaginar entonces:

Jardines errantes que nacieran
súbitamente en medio del estruendo
como gotas de verde en el desierto
Milagrosos jardines
que detuvieran de pronto los sentidos
para ver en el aire suspenderse
los mágicos baobabs así creciendo
hasta fundir sus ramas con el cielo

Amanecer entonces sin minutos
de tiempo recortado, dividido
en empeños siluetas ansiedades
en espectros ausencias multitudes
y fundar
un tiempo recobrado
                        unánime
                        indiviso

Y también de esos sueños se despierta


Los días

cada día su ansiado despertar
            su voz que nos sorprende
            su desierto

cada día su ausencia
            su temor
            su hastío
            su detenerse en la sed de la inminencia

cada día naciendo de sí mismo
            agitándose en las sombras

cada día aumentando en la mirada del que pasa
cada día promesas que duran un instante
cada día los recuerdos del fuego y la ceniza

cada día un rosario de preguntas
un temblor ya se siembra
                                    otro regresa
cada día un rencor se olvida y nacen mil
cada día presta su luz al alba
cada día es hijo y padre de otros días
que sin ningún fruto en las manos
se extinguieron

cada día una pregunta se borra
en la respuesta anterior,
                                    en la siguiente

cada día va rodando en los relojes
que llegan ciegos a cada mediodía

cada día sin querer
llega a la tarde:
cada tarde la eternidad se conmemora

aún quedan promesas, aún se puede
recoger la cosecha y cerrar en paz las puertas

cada tarde aplazamos la nostalgia
de lo que el día no nos trajo en su corriente

cada día
nuestro cuerpo se inclina y cede un poco
cada día algún secreto nos alcanza
cada día olvidamos algún día

cada día nos acerca
al día que extinguirá todos los días
al día en que volverá cada verano

ese día
podremos abandonar todo cansancio
y agradecer
el recuento y la luz de cada día

cada día es último
            y viene del principio y fin del tiempo


Gimnasia numeral

Agotados en sus cifras
números van y vienen,
tardíos, indestructibles, monocromos
para mis ojos que nunca bailaron
su danza de sumandos
y multiplicandos,
para mí siempre minuendos
en la infinita pereza de entenderlos:
saltan alegres, próximos
y ajenos, inventando un ritmo
en carnaval aritmético y eterno:
el seis con su monóculo de plata
y su pareja indisociable, el nueve:
el ocho dividido, esquizofrénico
que no perdona
al tres, sensual y explícito;
mientras el cuatro avanza a saltos
el cinco no decide su camino;
el siete se suicida con la tilde
y el uno, asténico,
se asocia al opulento cero, siempre a dieta.
El dos con su actitud de cisne
es el número más bello de esta serie,
porque es corona y cumbre de dos unos
que olvidaron por un instante la agonía
de avanzar en solitario
para unirse, de nuevo únicos, a otros
y llegar antes al mismo fin de todos,
en la escritura que dicta el punto y coma
y nos transforma en cifras que así siguen bailando
la danza en que mis ojos
ya se cierran,
cansados de esta cuenta.


A un poeta
Para Eduardo Hurtado
Caminas lentamente como viendo
una luz en el fondo de ti mismo.
A tus pies amanecen los vestigios
del mar antiguo y salobre en el asfalto.

La llave de una puerta
que se abre obstinada
en un solar vacío
es la cifra y el reino
el polvo y su heredad
reconquistados,
para tu voz que navega
el paisaje después de la tormenta.

Regresas alejándote,
vuelves como si no llegaras nunca,
te esperas a ti mismo en todas las esquinas
de una ciudad por desiertos habitada,
una ciudad de recónditas mareas
donde la noche inventa
las playas que mañana
no habrán de recordar
más que tus sueños.

Así te miro entre mareas de espejos
que atraviesan murallas de sentidos
mientras tú, ágil o cauto, gato y presa,
con el filo de la espada entre tus días,
más despierto que un ángel o un demonio
vas trazando
laberintos, ecos,
madrugadas, cetros
que derriban promesas y mandatos
y construyes tu casa
con reflejos que crean su propia ruta:
un espacio
que es de nadie y de todos,
de quien lo mire y lo ciña en la memoria,
de quien lo habite
en sus vaivenes mínimos,
en sus placeres abiertos o invisibles,
en sus amores de pródigos fantasmas.

Ya tus ojos
que miran la mirada de las cosas
y tus manos
como redes del instante
dibujan
en las paredes, los muros, las ventanas
de esta ciudad de naufragio y recomienzo
una obsesión de luz, una certeza
que empieza a advertir en la distancia
el gesto de una tregua, un altar
para los nuevos pactos
del fuego y la ceniza:
la hora y el sitio
de cada secreta resurrección.


Abrir del mundo

A las seis de la mañana, cada día, llega de una cercana avenida
de amplios camellones arbolados el rumor tumultuoso de
cientos de pájaros amanecidos. Ellos, precediendo al sol, son
el verdadero abrirse del mundo. Su algarabía anuncia que
podemos ascender del limo del sueño nocturno hacia el sueño
de la vigilia, a otra página de luz del calendario.

            Impreciso y pertinaz, el vocerío de cantos que parecen
uno solo aclara la sombra, definiendo en el cuarto, poco a poco,
los contornos de los cuerpos y las cosas. Son las seis de cualquier
día, de este universo o de otro cualquiera y ellos, unánimes y
antiguos, siguen respondiendo, con una afirmación gigante y
sabia, una pregunta que ya no escuchamos.

            Del concierto se alejan de pronto varios ejecutantes,
y llegan a algún sitio detrás de mis ventanas, a una barda
contigua o al patio, y me avisan, o así quiero creerlo, que hemos
atravesado, cada cual a su manera, el abismo de la noche, y
estamos aquí, salvos de nuevo en la playa de este día, despiertos
en la resurrección de la presencia.


La tentación del mar

Siempre es posible,
cualquier fin de semana,
ir al mar para caerse muerto
o para soñarse vivo.

El mar es el espacio de lo abierto,
donde nuestra sombra nos olvida,
donde sabemos que de pronto
puede enredarse
en las hojas de una palma
o diluirse en arena, o llenarse de sal
y no acudir al llamado
de volver con nosotros
a la vida que dejamos
para ir ese domingo al mar.

¿Por qué no, por qué no?,
parece decir el ritmo de las olas.
¿Cuándo y dónde es tu vida sino aquí?,
dice la playa, repite la marea,
cantan los cangrejos retrógrados y esas conchas
que recogemos en el mar para acordarnos
del mar en cuanto estemos de regreso.

A la vuelta
de esa calle de pueblo que nada mira sino el mar,
dejé mi sombra debajo de una piedra,
y se fue volando tras alguna costumbre de gaviota
como una más de las cosas
que los niños ofrecen a los turistas en las playas
para vivir un tiempo hurtado al tiempo.

Ahora tengo siempre que volver
a mirarme en las olas que regresan,
a cuidar
que el mar nunca se mueva de su sitio
y visitarme en él perdida y cierta
entre hamacas, collares, caracoles,
palmas, arena, gaviotas y pelícanos.


Peces del asombro
Para Gabriel Ramírez,
pintor de la absoluta luz
1
Delante de los ojos nace un mundo
detenido en colores desiguales:
nuevos peces se cruzan en el aire.

Nada es lo mismo aquí, nadie recoge
el mundo de afuera que se tiende
anónimo detrás de esa pared, callando
la inquietud y el estruendo de estas luces.

Todo está ahí, aquí,
el mismo cuadro y otro
plural y solitario, atravesando
la mirada que, al tocarlo,
deshace y funda el sentido
                                    lo dispersa
2
Cada trazo un pasado
cada pasado, fruto del presente.

(Y sólo mirando
el breve espasmo de la muerte,
el vínculo del tedio,
el desorden del polvo,
renace el misterio siempre incrédulo.)

3
Se dijo: sea la luz, y fue el escándalo
amaneciendo en llamas
como una lámpara de sombras de oro:
mundos de oscuros resplandores
de indómitos andamios circulares
de aristas inconclusas como el alba
            donde el centro
nos acecha y nos hiere en cualquier parte

4
Escribir el cuadro al borde del sol,
desde su incendio.
En medio del sudor navegar alas patas gritos,
alucinado azul en playas navegantes,
desmembrados poetas descompuestos,
espectros incómodos que el alba
deslíe en los pinceles.
Contraluz de la sorpresa
hilando el tedio febril del trópico,
sus escalas del color, sus acepciones,
sus complejas mansedumbres: los engaños
donde insectos laboriosos se acumulan
en los bordes del cuadro
                                    y lo fermentan

5
No hay tiempo que perder:
el mundo, ráfaga que vira al amarillo,
sin aire que separe a los objetos:
arriba es abajo; hoy, eternamente:
miro el cuadro y me baña su luz,
llenando de sombras la tenaz vigilia.
Soy
            ese personaje indefinido
                        de trazos confusamente verdaderos

6
Verdes como soles,
soles de piedra,
piedras flotando en un cielo
de oxidado azul.
Mirando el mundo el cuadro que me mira
me transformo en sus márgenes cambiantes:
            soy la arista, la piedra abandonada
                        la esquina donde se deshoja el verde en ocres

7
Mundos en tránsito:
revolotear de insectos,
profusión de cantáridas,
de ocultos flamboyanes,
cuchillos como voces
en la amenaza de las horas.
Paisajes que aprisionan los sentidos
huyendo velozmente de su nombre:
formas en vilo, colores insurrectos
abanderando ejércitos de insectos
que cuelgan de su telaraña roja;
por un instante ciego, descienden
por ráfagas al suelo,
se mezclan
                        se desbordan
                        se acrecientan

8
Nace el cuadro
un poco a la izquierda, más arriba,
nunca solamente
en el límite inseguro que lo alberga.

Miro en sus aguas
los extraviados peces del incendio,
los fragmentos en fuga de sí mismos,
el trueno entre las hojas, el sol verde y morado de la tarde.

Su color: historia
que ni en las noches se detiene,
sed que permanece en el instante,
fulgor de asombro
                        en medio de su propia incandescencia


Los papeles de nadie
Para Juan Manuel Roca
Tal vez algún día
guardaron mensajes importantes,
recados urgentes,
secretos.

Terminada su tarea
ni siquiera llegaron
al cesto,
ya no digamos a la celosa gaveta
del escritorio.

Se extraviaron,
desaparecieron,
alguien se deshizo de ellos.

El caos y nadie,
sus artífices,
los leen ahora.


El árbol de la esquina
Para Alicia García Bergua
Me gusta
la calma estatura de los árboles;
su manera de estar ahí
como sin proponérselo, obedeciendo
al lejano gesto de un desconocido
de sembrarlos ahí,
en ese sitio elegido para ellos
por una mano cualquiera,
o de haber nacido
de la dispersión de una semilla
llegada desde lejos,
que vino a germinar
en ese bosque,
ese jardín que, por un milagro,
se ha mantenido a salvo
de sierras y rascacielos.

Su crecimiento es lento:
no hay árbol instantáneo.
Estas líneas quisieran
perderse entre las ramas
de aquel trueno,
alzado para gobernar
la esquina de mi calle
en este atardecer de otoño.