Para los que llegan a las fiestas
Para los que llegan a las fiestas
ávidos de tiernas compañías,
y encuentran parejas impenetrables
y hermosas muchachas solas que dan miedo
—pues uno no sabe bailar, y es triste—;
los que se arrinconan con un vaso
de aguardiente oscuro y melancólico,
y odian hasta el fondo su miseria,
la envidia que sienten, los deseos;
para los que saben con amargura
que de la mujer que quieren les queda
nada más que un clavo fijo en la espalda
y algo tenue y acre, como el aroma
que guarda el revés de un guante olvidado;
para los que fueron invitados
una vez; aquellos que se pusieron
el menos gastado de sus dos trajes
y fueron puntuales; y en una puerta,
ya mucho después de entrados todos,
supieron que no se cumpliría
la cita, y volvieron despreciándose;
para los que miran desde afuera,
de noche, las casas iluminadas,
y a veces quisieran estar adentro:
compartir con alguien mesa y cobijas
o vivir con hijos dichosos;
y luego comprenden que es necesario
hacer otras cosas, y que vale
mucho más sufrir que ser vencido;
para los que quieren mover el mundo
con su corazón solitario,
los que por las calles se fatigan
caminando, claros de pensamientos;
para los que pisan sus fracasos y siguen;
para los que sufren a conciencia
porque no serán consolados,
los que no tendrán, los que pueden escucharme;
para los que están armados, escribo.
Acaso una palabra
tan sólo, sé decir: al despedirme,
lo más mío de mí se precipita
afuera, y busca y toma lo que amo.
Decir adiós, hablar para perderte
y saber que un instante,
el anudado instante en que lo digo,
puedo tenerte asida y te detengo.
Abro luego las manos, quedas libre.
Y el corazón te grita que te quedes
y no lo entiendes. Nunca
lo pudiste entender. Estamos solos.
Hay en todas las tardes una espina
extraña. Un soplo de ceniza ardiendo
tiembla en los corazones y las calles.
Es antes de la noche.
No sé. Todas las noches te he soñado;
por eso sufriré todos los días.
No lo puedo evitar; tú lo decías:
no olvida el corazón cuando se ha dado.
En el aire se mueve un desolado
olor de tiempo ausente. Las vacías
horas se van sin alma. ¿Lo sentías
al decirlo? No sé. Pero ha pasado.
Duermo: pesa mi amor sobre la palma
de tus manos, seguro como nave
por la corriente en paz en la nivela.
O la angustia de golpe me desarma;
barco sin playa soy, puerta sin nave,
soledad sin espejos: estoy en vela.
Te lo habrá dicho ya: que nadie muere
de ausencia, que se olvida, que un lamento
se repara con otro, y es el viento
o la raya en el agua que se hiere.
Y esta sed miserable que no quiere
perderte, acabará; y el pensamiento
por tanto tiempo tuyo, en un momento;
aunque hoy se aferre y grite y desespere.
Si todo se ha de ir, ¿por qué llegaste?
¿Por qué, si no me quieres, me has querido?
¿Me has curado tan sólo para herirme?
Así fue; te tuviste y me dejaste;
nada me quedará; te he recibido
no más que para verte y despedirme.
4
El tren que sale, el ruido,
el vuelo de tu mano en la ventana
que nos aleja. En la estación oscura
lo sé: no has de volver; pero te llamo.
Del irte al regresar, cuánta distancia
en ti se irá formando;
hasta tus mismos ojos al mirarme
de nuevo, si me miras, serán otros.
Pues contigo te llevas muchas cosas
que entre los dos hicimos, eran nuestras.
Te olvidarás de todo:
ni siquiera sabrás las que perdiste.
Ya ves; te fuiste, me he quedado. Un viaje
nunca tiene regreso, y la mirada
última que me diste, ¿la recuerdas?,
no volverá. La guardo.
5
Mi amor, el aire, octubre, la ceguera
de tus ojos. Es tarde. No lo viste,
no lo conoces; piensas que no existe,
y mi amor está en sombras y te espera.
El corazón que sabe, lo quisiera
decir: es sólo un sueño que persiste;
fue sólo anuncio del otoño triste
la verde lumbre de la primavera.
La cima de los árboles descubre
cada vez más, el cielo que se aclara:
bajan las hojas en la tarde fría.
Mayo contigo me ha mirado, octubre
me quiebra sin remedio; nos separa;
y yo pienso en tus ojos todavía.
Llagas, flores caducas
1
Llagas, flores caducas, poesía,
lámpara de terror con que me alumbro.
Poesía, lo sabes:
oscuro estaba, ciego estaba, entonces.
Y algo tuyo fue mío, y algo pudo
cantar a ciegas por aquel encuentro;
a lo oscuro, ella vino;
la ya esperada, inesperadamente.
Hoy respira contigo, poesía.
Tú la tienes; la ciñes de palabras,
y aprisionada y libre,
ya música ella misma, la descubro.
2
Nadie llamó. Silencio. Abrí la puerta
y estabas tú. Recuerdo: te cercaba,
ya desde entonces, una luz que daba
al alma el centro de una dicha incierta.
Y te vi, te nombré, y en la desierta
desolación del tiempo que pasaba
te alzaste para siempre. Todo acaba;
dura sólo tu imagen descubierta.
Estás lejos, relumbras en tu risa
pensando no sé en qué; lejos, ausente,
y gozo y paz y voz y luz repartes.
Pero tu imagen brilla en la sumisa
sombra de la memoria; está presente
conmigo, sola y siempre. En todas partes.
Cuando caigan los años, y agonice
sobre el reloj más viejo la insegura
paz de tu corazón, con ansia dura
te acordarás de la canción que hice.
Y al escucharla habrás —Ronsard lo dice—
de volverte hacia ti: sólo futura
dicha será el recuerdo, la hermosura
que entre agujas de insomnio se deslice.
Sube la tarde en ti con cenicientos
fulgores. En la luz, marchita, crece
un sospechoso aroma de tristeza.
Estás sola y recuerdas. Pasan lentos
los segundos. El alma se oscurece.
Y a tu memoria vuelve tu belleza.
Qué fácil sería para esta mosca...
Qué fácil sería para esta mosca,
con cinco centímetros de vuelo
razonable, hallar la salida.
Pude percibirla hace tiempo,
cuando me distrajo el zumbido
Desde aquel momento la miro,
y no hace otra cosa que achatarse
los ojos, con todo su peso,
contra el vidrio duro que no comprende.
En vano le abrí la ventana
y traté de guiarla con la mano;
no lo sabe, sigue combatiendo
contra el aire inmóvil, intraspasable.
Casi con placer, he sentido
que me voy muriendo; que mis asuntos
no marchan muy bien, pero marchan;
y que al fin y al cabo han de olvidarse.
Pero luego quise salir de todo,
salirme de todo, ver, conocerme,
y nada he podido; y he puesto
la frente en el vidrio de mi ventana.
Aquí debería estar tu nombre
entre mi corazón y el sufrimiento
que tú sabes hacer, una delgada
con material de paz, con silenciosos
bienamados instantes, alzo un muro
No estás para saberlo. Cuando a solas
puede mirarme, pienso en ti; y entonces
algo me das, sin tú saberlo, tuyo.
me lleva de tu mano a ser de nuevo
el discípulo fiel de la amargura,
cuando desesperadamente trato
Porque soy un hombre aguanto sin quejarme
porque soy hombre, puedo. He conseguido
que estoy quebrado en dos, que disimulo;
que no soy yo quien habla con las gentes,
que mis dientes se ríen por su cuenta
mientras estoy, aquí detrás, llorando.
me defiendo de ti; que sin trabajo
me tomas por la fuerza, o me sobornas
con tu sola presencia. Estoy vencido.
Ni siquiera podrías evitarlo.
Hasta en mi contra, estoy de parte tuya:
soy tu aliado mejor cuando me hieres.
Hoy recibí algo tuyo: unas palabras
que al mismo tiempo nacen
del lugar apartado que visitas,
y de la más cercana felicidad con que me ocupas.
"Llegué bien. No lo olvido. Lo acompaño",
Así que no estoy muerto; que respiro
en algún sitio de tu pensamiento;
que un parte tan solamente
de mí se quedó en México, escribiéndote,
mientras que lo que soy de verdadero
está contigo en calles, en jardines.
Invisible camino al lado tuyo,
con los ojos cerrados, esperando
que tú me cuentes lo que miras
para verlo también; quiero mirarlo
para poder, dentro de mucho tiempo,
"¿te acuerdas de aquel viaje que hicimos?"
que aquí también me estás acompañando;
que tan concretos y evidentes
como el lugar en el que aquí descansas,
como la ropa tuya que dejaste
colgada en una percha, están conmigo
tu voz, tus ojos buenos, tu deseo
de hacer el bien. Poblados se me alumbran,
con tu esperanza, el sueño y la vigilia.
Porque tú lo mandaste al despedirnos,
porque soy cosa tuya, he procurado
no sufrir. He querido que no sientas
ningún dolor por causa mía
en este dedo chico de tu mano
que es hoy mi corazón. Porque te quiero
te digo: "No he sufrido."
para seguir pensando en ti.
Comienzo a tratarte de "usted" en mi memoria.
Yo la estoy esperando. Usted lo sabe.
imaginar por mí ─claro, entre luces
estoy viviendo, y el amor me agobia,
me emborracha, me enferma─,
quiero decir tan solamente
lo que me has enseñado, los secretos
que en mí vas alumbrando,
las pequeñas verdades que levantas
sobre mi viejo tiempo de ceniza.
Por ejemplo, de golpe me enseñaste
que hay muchas cosas mías en el mundo;
que soy rico. Que tengo en todas partes
lugares que, por ti, me pertenecen;
lugares, fechas, luces, que he tomado
sencillamente, porque en ellos
y en ellos te has quedado para siempre.
Nunca pensé que hubiera tanta parte
de mi ternura en cosas, en momentos
que están y pasan cerca, a todas horas.
Hoy, por ti, me conmueven
las canciones de amor de un limosnero
que canta en el camión al que he subido,
y son tesoros míos incomparables
un cabello robado, un recordado
perfume, unas palabras, un pañuelo
Me has enseñado que soy joven;
que puedo, sin temor, verte a los ojos
o besarte delante de las gentes.
Me tengo que reír con toda el alma
cuando recuerdo mi tristeza.
Me contentan el ruido y el silencio,
las noches me contentan y los días,
la voz, el cuerpo, el alma, me contentan.
Cuando me he despedido de ti,
después de un día de tenerte,
y camino de gusto por las calles,
a los que tú no amas, que no saben.
Y me dan ganas de abrazarlos
a todos, de gritarles que la vida
es buena; que tú vives, que debemos
obligatoriametne ser felices.
O de echarme al suelo, boca arriba
y cuando alguno llegue a preguntarme
si algo me pasa, contestar: “Es sólo
que soy feliz porque la quiero.”
Y tú, que tanto tiempo me ocultaste
lo que era yo, al sentirme
pensarás que soy bueno o que estoy loco,
y desde cerca o desde lejos
y sonreirás tendiéndome la mano.