En el año 1912 me hallaba en Bruselas y obtuve de la bondad de
Fernanda Núñez-Ortega una carta para el encargado del castillo de Bouchout,
donde se halla recluida la Emperatriz.
Fernanda es (me figuro que habrá sobrevivido a la gran guerra) lo único que
queda de la familia del insigne diplomático mexicano don Ángel Núñez Ortega,
ministro que fue en varias cortes durante el Imperio y que murió ejerciendo el
cargo ante los reyes de Bélgica.
Por su madre, una baronesa austriaca, la señorita
Núñez-Ortega tenía entrada en la corte de Bélgica, pues había crecido en unión
del rey Alberto y de su hermano el difunto príncipe heredero.
Una hermana de la señorita Fernanda, Luisa de nombre a lo que recuerdo, murió
de una caída de caballo al lado de los príncipes en una caza de la zorra.
Provisto de la carta de presentación para el barón de Goffinet,
jefe de la casa de la Emperatriz, llegué al castillo; pero tuve la mala suerte
de no ver al barón, quien según mi amigo Valle-Arizpe es una persona tan
simpática como graciosa.
Tiene en la corte categoría de enviado extraordinario y ministro plenipotenciario
y parece lleva a todos los actos oficiales el collar de la orden mexicana de
Guadalupe, cosa que llama mucho la atención de los que asisten a las fiestas de
corte, que se maravillan de que los diplomáticos nuestros no porten esa
insignia.
Por lo cual hay que explicar detenidamente que los mexicanos hicimos fusilar a
un tío del rey y enloquecer a su tía carnal.
Al bajar del carruaje en Bouchout pude ver, mientras
hablaba con los conserjes galoneados, a una anciana que descendía de los
escalones de un palacio llevada por dos damas de la servidumbre. El aspecto de
la infeliz era de una extrema vejez; tenía suelto el cabello blanco como algodón,
estaba encorvadita, vestía bata de color gris y daba muestras de un inmenso
agotamiento. Algo habló con las acompañantes, y subió a un coche con caballos
que la llevó por un bosque que se abría rodeando toda la mansión. Fue lo que vi,
y creo no habría visto más aun habiendo llevado recomendación del propio rey,
pues no se permite a nadie acercarse a la infeliz ni menos hablarle.
Nervo me refería que en una vez consiguió una familia
mexicana hacerle llegar un dulce de esta tierra, y que por las personas de
quien procedía y por su notoria inocuidad, se le dio a la Emperatriz; pero al
probarlo quedó perpleja y dio luego una gran voz gritando: “Max, Max, Max”. Y
quedó traspuesta por largo espacio viniéndole luego una tremenda crisis
nerviosa que le duró varias semanas.
El dulce era cajeta de Celaya, las donantes las riquísimas señoritas Bringas,
que hace muchos años residen en Europa, y la causa de aquel violento espasmo
que Maximiliano tomaba cajeta en todas las comidas y también entre horas.
Pero Carlota no ha estado siempre en esta situación.
Después de la llegada del cadáver de Maximiliano a Europa escribió a madame de
Hulst esta carta conmovedora y perfectamente lúcida:
Laeken,
28 de enero de 1868.
Mi
buena y querida condesa:
Mucho
ha aliviado mi profundo dolor su lenguaje lleno de cariño maternal. Como dice
usted, sólo Dios puede consolar pérdidas como las que destrozan en un día la
dicha de toda una vida.
Ruéguele
usted por mí, ruegue por él que durante diez años hizo mi felicidad y ruegue
para que yo cumpla su santa voluntad.
Cuando
evoco la noche anterior a mi matrimonio que pasé en compañía de usted, qué
lejos estaba de prever que habrían de ser tan cortos esos goces, que se había
de romper tan pronto esa unión. Dios sabe lo que hace. Seguramente que le
pareció que mi bien amado Emperador merecía ya la eternidad, y que no ha
querido hacerle aguardar la recompensa. Verdaderamente, era difícil ver fin más
cristiano que el suyo; de tal manera, que si fuera permitida la comparación,
diría que se asemejaba al sacrificio del Calvario. Si así trataron los hombres
al hijo de Dios, ¿por qué admirarse de que no hayan perdonado al de los reyes,
cuyo único crimen consistió en hacer el bien y consagrarse a la salvación de
los demás?
Ruegue
siempre por mí, querida condesa, y créame, como lo he sido siempre, su amiga
afectísima.
Carlota
Otra
carta escribió a la misma condesa el 17 de agosto, y el 2 de noviembre le
dirigió ésta, que revela el dominio absoluto sobre sus facultades:
Laeken,
2 de noviembre.
Mi buena
Condesa:
Con
placer y gratitud recibí su amable carta. Sólo me duele el darme cuenta de la
situación en la que la ha dejado la prolongada enfermedad del Conde. Como lo
dice usted, no puede haber ya aniversarios felices para mí, exceptuándose tal
vez el que me envió dos años ha aquel a
quien había consagrado mi vida. Ahora en mi soledad vivo sin plan, leo mucho,
bordo, escribo y me paseo en el parque. María [la reina María Enriqueta, esposa
de Leopoldo II]
ha puesto a mi lado a dos damas muy distinguidas, madame Moreau, hija del general
Frison, y mademoiselle de Bassompierre, que asegura desciende del famoso
mariscal.
Mi sobrino [el heredero del trono de Bélgica]
se encuentra casi en el mismo estado. Me he permitido augurar que se curará
completamente y espero no engañarme. Los padres se encuentran muy preocupados.
Sus hijas están en buena salud y cabalmente la mayor me entregó su carta. Desde
que estoy aquí ha crecido notablemente.
La
reina mandó arreglarme para el estío un precioso salón de gusto perfecto, y su
buena voluntad me conmovió en extremo. Habito los cuartos que fueron de
Leopoldo [el rey] y de Felipe [el conde de Flandes]
y como en el que era billar de monsieur
de Briey.
Probablemente
los reyes pasarán también el invierno en Laeken y no en Bruselas. Felipe y su
esposa han estado en Tervuaren, en donde han vuelto a su hotel en la corte.
Adiós,
querida Condesa. Solicita usted mis oraciones;
los papeles se truecan ahora y yo soy quien se encomienda a las de usted
con ardor filial.
Créame
su afectísima,
Carlota
Pero a
poco reaparecieron los síntomas graves de locura y la última carta bien hilada
que escribió la Emperatriz es la de 24 de marzo de 1869.
Querida
Condesa:
Hoy
aniversario de mi venerable abuela y del nacimiento de mi querido Felipe, me
enteré del golpe tremendo que ha caído sobre usted. Crea que tomo parte muy
viva en su desgracia.
Espero
que San José, patrón de la buena muerte,
al cual está consagrado especialmente este mes, habrá acompañado al Cielo esa
alma cristiana. Pido a Dios que le mande a usted todos sus consuelos.
Con
usted se halla mi corazón; rece por mí y
créame su afectísima,
Carlota
Después, la desgracia ha caído en la noche sin
fronteras de la locura y del terror. Dios le dé un próximo fin y una
bienaventuranza eterna.
(SALADO Álvarez, Victoriano, "Las cartas de la locura",
Narrativa breve, edición crítico-hermenéutica, México,
UNAM / IIFL / Universidad de Guadalajara / Colegio de Jalisco,
2012, pp.421-426).
La información entre corchetes
es agregada por Salado // María
Enriqueta de Austria nació en lo que hoy en día es Budapest, Hungría. Fue reina
consorte de Leopoldo II desde el inicio de su reinado, hasta su muerte en 1902.
Siendo hija de José Antonio de Austria y de la duquesa María Dorotea de
Württemberg, obtuvo otros cargos nobiliarios importantes como Princesa Imperial
y Archiduquesa de Austria, y también Princesa Real de Hungría y Bohemia (enciclopedia de europa, méxico, 1994, p. 265). // Leopoldo II fue monarca de
Bélgica de 1865 a
1909. Fue el segundo rey de Bélgica –considerando que este país obtuvo su independencia
en 1830– y propietario único del Estado Libre del Congo, al cual administró
privadamente hasta 1908. Esta posesión territorial fue rápidamente convertida
en un conjunto de grandes campos de trabajo forzado, y así, el rey convirtió
rápidamente a Bélgica en una potencia imperialista al poco tiempo de haber
tomado el trono. Para el momento de su muerte no se contaba con heredero
directo varón, por lo que fue su sobrino, Alberto I, hijo de Felipe de Bélgica,
quien heredó la corona (ibid., pp.
265-267).
Alberto I sucedió a Leopoldo II
en el trono de Bélgica de 1909 hasta 1934. Gobernó dicho país durante la
Primera Guerra Mundial, anteponiéndose a serios retos como la invasión alemana
de 1914. Murió de un accidente de alpinismo a los 58 años de edad, y fue
enterrado en la Iglesia de Nuestra Señora de Laken (ibid., pp. 275-276).
Felipe, conde de Flandes, fue
el tercer hijo del rey belga Leopoldo I y de su esposa Luisa María de Orleans.
Fue el hermano menor del rey Leopoldo II. Se le otorgó el título de conde de
Flandes en 1840. En 1867 se casó con María de Hohenzollern. Fue nombrado en
1872 miembro de la “Orden del Toisón de Oro”, en España (ibid., p. 269).