Antonio Garrido, "Duración: elipsis, sumario, escena, pausa y digresión reflexiva", El texto narrativo
https://www.dropbox.com/s/klex18j5puoap6n/Garrido_texto.pdf?dl=0
domingo, 16 de septiembre de 2018
lunes, 27 de agosto de 2018
El Ateneo de la Juventud, Fernando Curiel
Artículo: "La formación del Ateneo de la Juventud", Fernando Curiel.
https://circulodepoesia.com/2011/06/formacion-del-ateneo-de-la-juventud-ensayo-de-fernando-curiel/
viernes, 17 de agosto de 2018
Manual de onomástica_Alberto Vital
UNAM-IIFL, 2017.
Introducción
La
onomástica de la literatura es una disciplina perfectamente establecida. Se
deriva de una onomástica general, esto es, de un estudio sistemático de los
nombres propios en la vida humana: su utilización, sus implicaciones, su
etimología, sus variantes morfológicas y semánticas, sus cambios a lo largo del
tiempo. Tanto la onomástica general como la onomástica de la literatura, puesto
que se ocupan de dos grandes territorios, tienen dos grandes vertientes: el
estudio de los nombres de personas, esto es, la antroponimia, y el estudio de los nombres de lugares, esto es, la toponimia.[1]
La onomástica de la literatura se consolida como disciplina en la segunda
mitad del siglo xx, aun cuando
cuenta con antecedentes y estímulos tan antiguos como un texto de Eduard Boas
de 1840. Además, la onomástica es interdisciplinaria y enlaza la lingüística y
los estudios literarios:
Zum eigentlichen Forschungsgegenstand wurden literarische Namen erst
im Rahmen der Sprach- und Literaturwissenschaft verbindenden literarischen
Onomastik in der zweiten Hälfte des 20. Jahrhunderts. In ihrer interdisziplinären
Ausrichtung lässt sie sich der seit den späteren 60er Jahren desselben
Jahrhunderts neben der traditionell betriebenen Stilistik aufblühenden
Textlinguistik vergleichen, und auch auf die sogenannte
kommunikativ-pragmatische Wende in der Sprachwissenschaft […] ist in diesem
Zusammenhang hinzuweisen. Freilich gab es durchaus nenneswerte Vorläufer der
literarischen Onomastik, beginnend bereits 1840 mit dem Buch von Eduard Boas,
in dem er einen noch kurz gefassten Überblick über “poetischen Namen” seit der
mittelhochdeutschen Zeit bietet und zukunftsorientert formuliert: “Eine gut
geschriebene Geschichte dieser poetischen Namen wäre […] eine ausführliche
Geschichte der deutschen Poesie, und der Autor würde Dank dafür verdienen.”[2]
El presente manual se propone ofrecerle al lector de lengua española
un conjunto de diez conceptos de la onomástica de la literatura, ejemplificados
en textos procedentes de más de un idioma. Se basa en dos libros de lengua alemana,
sendos pilares de la onomástica de la literatura que son poco o nada conocidos
en el ámbito hispanohablante: Der Name in
der Erzählung. Zu einer Poetik des Namens (“El nombre en la narración. Hacia
una poética del nombre”), del año 1983, de Dieter Lamping, y Namen in literarischen Werken. (Er-) Findung
– Form – Funktion (“Nombres en obras literarias. (Invención) Descubrimiento
– Forma – Función”), del año 2002, de Friedhelm Debus.
Para efectos prácticos, el presente manual sigue de cerca el índice
del volumen de Dieter Lamping, lo refuerza con conceptos y ejemplos tanto
propios como de Friedhelm Debus y entrega al lector un panorama introductorio –que
aspira a ser completo y funcional– de la onomástica como un instrumento de
primer orden a la hora de ir entresacando del texto literario aquel excedente o
potencial de sentido del que hablaba Paul Ricoeur como una de las
características fundadoras del texto: los creadores aprovechan el poder del
nombre propio como un condensador de sentido y lo emplean con una clara
conciencia de que el nombre propio es sumamente útil para funciones tales como
la orientación del lector en la selva de palabras y de acciones (conexiones al
interior del texto) o como la relación con otros textos (conexiones
intertextuales hacia el exterior), entre muchas otras tareas fundamentales.
Desde este punto de vista, se ha vuelto impostergable en el ámbito de
la onomástica de la literatura la tarea de entregarles una guía accesible y certera
a los estudiosos en América Latina, España y los demás puntos de la lengua, con
la certidumbre de que ningún análisis del texto literario estará completo si se
dejan de lado las estrategias y las intenciones del autor implícito con
respecto a cada uso concreto de cada nombre propio.
Friedhelm Debus cita una aseveración del
formalista ruso Yuri Tinianov:
Im Kunstwerk gibt es keine
nichtsagenden Namen. […] Alle Namen
sagen etwas aus. Jeder Name, der im Werk gennant wird, ist bereits eine
Kennzeichnung, die in allen Farben spielt, die ihr nur zur Verfügung stehen.
Mit ungewöhnlicher Kraft bildet er alle Schattierungen aus, an denen wir im
Leben vorbeigehen.[3]
A partir de esta evidencia se entresaca un principio de primer orden
para la onomástica de la literatura: el nombre propio posee dos características
complementarias en el texto: es estructural y es estructurante; en otros
términos, el nombre propio forma parte sustantiva de la estructura del texto y
además contribuye a conformar dicha estructura; contribuye a hacerla viable y
sostenerla. Este principio regirá las páginas siguientes.
El presente libro es fruto del esfuerzo y de la coordinación del Seminario
de Onomástica de la Literatura del Posgrado en Letras de la Universidad
Nacional Autónoma de México.[4] Durante el
semestre 2014-1, el Seminario se compenetró de todos estos conceptos y todos
estos temas y conoció ejemplos en lengua alemana y buscó casos en otras
lenguas, especialmente la española, la francesa y la inglesa.
Conforman el Seminario, por orden alfabético, Ricardo Ancira, Ave
Barrera, Alejandra Eme Vázquez, Cinthya García, Zyanya, Alberto Vital (catedrático)
y Laura Elisa Vizcaíno (coordinadora).
Este libro se une al Manual de
pragmática de la literatura como parte de un empeño por ofrecer a los
lectores nuevas herramientas para el análisis de los textos literarios. Esas
herramientas, además, vinculan el mundo de la vida con el mundo de la ficción,
pues tanto la pragmática como la onomástica se encuentran en uno y en otro. Por
lo demás, las palabras de Debus arriba citadas ya vinculan de suyo la
pragmática con la onomástica y los estudios literarios con los estudios de la
lengua, pues ambas se inscriben en el cambio de paradigma o vuelco de los
estudios del lenguaje durante la segunda mitad del siglo xx.[5]
1.
Identificación
La
primera y más universal tarea del nombre propio consiste en identificar de modo
claro y distinto a una persona en el mundo fáctico o a un personaje en el mundo
de la creación estética.
Gracias al nombre propio, una persona adquiere continuidad jurídica y
social, ya que no biológica (pues la continuidad biológica se adquiere y
preserva por el simple hecho de respirar). Gracias al nombre propio, un
personaje adquiere continuidad textual y es fácilmente identificable cada vez
que aparece.
Una regla de oro de la onomástica, tanto general como literaria,
afirma que a cada persona o personaje le corresponde un nombre único e
inconfundible.
Esta regla de oro tiende a cumplirse en un alto número de los casos tanto
en la vida diaria como en los textos literarios. Las excepciones son
susceptibles de arreglo en dicha vida y de explotación estética en dicho mundo.
En otros términos, la identificación implica
la univocidad o por lo menos tiende fuertemente hacia ella, tanto en la vida
fáctica como en el mundo interno del texto: un nombre = un sujeto; un sujeto =
un nombre. Si muchas personas se llaman igual, el discurso y el contexto
restauran la univocidad: cuando hay peligro de a cuál de ellas nos referimos en
cada caso concreto, añadimos el segundo apellido o alguna marca lingüística o
contextual a fin de restablecer la univocidad, entendida aquí como la relación
uno a uno entre nombre o signo lingüístico y objeto o persona.
A partir de lo anterior, es dable afirmar que
el sustantivo propio es intenso, no extenso, mientras que el sustantivo común
es más extenso que intenso, sin dejar de ser esto último.[6]
A partir del triángulo de Karl Bühler en Sprachtheorie, de 1934, Lamping señala tres funciones primordiales
del nombre:
1.
Identificadora
y expresiva.
2.
Representativa.
3.
Apelativa.
La función identificadora consiste en
establecer y fijar una marca distintiva y perdurable de la persona o del
personaje frente al otro, frente a los otros. El aspecto expresivo de dicha
función se refiere a que el nombre no sólo nos identifica, sino que también
pone de manifiesto rasgos voluntarios o involuntarios de nuestra personalidad
(o de la personalidad de una criatura de ficción) a la vista de los demás:
inevitablemente el nombre dice algo de nosotros, dice algo por nosotros y a
veces incluso dice algo contra o a favor de nosotros. El presente libro
aportará demostraciones de la importancia del aspecto expresivo del nombre.
La función representativa consiste en ser la
denominación que distingue a un sujeto. Nuestro nombre es nuestro
representante. Cuando no estamos, nuestro nombre actúa en nuestro lugar allí
donde se hace necesario hablar de nosotros y traernos a cuentas aunque estemos
en otra parte: somos el referente de la conversación. El nombre propio es lo bastante
estable para que dicha representación se realice con toda normalidad y fluidez.
Los creadores, que aprovechan todos los resquicios de la realidad y del
lenguaje, también aprovechan los resquicios de la función representativa del
nombre (y de la expresiva y de la apelativa), por ejemplo cuando se rompe la
regla de oro, y un solo nombre es susceptible de aplicarse a más de una persona
o bien una sola persona por alguna razón insólita posee dos nombres completos,
y alguien la conoce por uno de los dos y alguien más la conoce por el otro.
La función apelativa se refiere a la
posibilidad que tiene el nombre de servir de palabra clave para llamarle a la
persona en cuestión y para que ella se sienta aludida e impelida a responder.
Ahora bien, ni el nombre propio posee el
control absoluto de la identificación de la persona o del personaje ni la
identificación es la única tarea del nombre propio, por más que normalmente sea
la más relevante y la más inmediata y perceptible: tanto una persona como un personaje son susceptibles
de identificarse con mecanismos lingüísticos o pragmáticos que van más allá o
están más acá del nombre.
En una importante suma de nuestras acciones
públicas, nos identificamos con nuestra sola presencia y no necesitamos decir ni
escuchar ningún nombre, como cuando compramos un refrigerio o tomamos un taxi: la
identificación se reduce al mínimo o incluso desaparece como manifestación
verbal explícita, clara y distinta, ya que no es indispensable. En esos casos nos
identificamos con la pura presencia corporal y por el hecho de que manifestemos
la intención y la realicemos: comprar un refrigerio, abordar un taxi. Lo mismo
puede suceder con el personaje. Por ejemplo, un narrador en primera persona no
necesita decir su propio nombre para ser identificado por el lector: le basta
su función como narrador. Esto ocurre con la voz en primera persona de La Navidad en las montañas, de Ignacio
Manuel Altamirano, y esto ocurre con una muy alta cantidad de las
intervenciones de Juan Preciado en Pedro
Páramo, a quien se lo identifica tardíamente en la novela, luego de que ha
sido el narrador en primera persona por un largo lapso. Del narrador en La Navidad en las montañas nunca se sabe
el nombre (sólo nos enteramos de que es un capitán del ejército mexicano) y aun
así nunca se corre el riesgo de no saber que él es quien habla y quien actúa
cuando lo hace.
Se cuenta entonces, de modo esquemático, con
las siguientes posibilidades; se identifica al personaje
1.
o bien mediante
un nombre propio
2.
o bien mediante
un pronombre
3.
o bien mediante
su papel en la narración (narrador o narratario; en lengua española puede
existir un texto en que el narrador en primera persona nunca use ni el yo para referirse a sí mismo ni el tú para dirigirse al destinatario de su
narración o narratario; por lo tanto, el lector lo identificará sólo por su
papel; en un monólogo de principio a fin es posible que nunca aparezca el
nombre del autor del monólogo)
4.
o bien mediante
el rol familiar, el rol social, el apodo, el lema.
En la lírica, más que en la narrativa o en el
teatro, se dan numerosos casos de textos que no incluyen un solo nombre, y aun
así no hay dudas acerca de la identificación. Más aun, puede ocurrir que el
tema del texto sea precisamente el nombre propio, y aun así no aparezca un solo
nombre propio. Esto ocurre con el poema inaugural de la lírica de Octavio Paz,
un autor muy sensible a los nombres y a las fisuras de la identificación y de
la identidad:
Tu nombre
Nace de mí, de
mi sombra,
amanece por mi
piel,
alba de luz
somnolienta.
Paloma brava tu
nombre,
Lamping señala que el pronombre tiene dos
desventajas con respecto al nombre: es un deíctico, esto es, depende de cada
contexto específico, y es frío y neutro si se lo compara con el nombre; por
ello mismo tienen menos pregnancia que este último.[8]
El poeta da aquí un ejemplo de cómo se superan estos defectos así sea por lo
pronto en un texto breve: la intensidad del sentimiento amoroso compensa y
sustituye la falta de intensidad del pronombre (el pronombre es extenso como el
sustantivo común y además es contextual: depende de cada contexto; no posee
carga semántica en sí). En extensas narraciones de Henry James y de Sergio
Pitol es común que el protagonista se identifique durante largo rato o durante
todo el texto sólo mediante el pronombre, y eso aumenta notoriamente el grado
de dificultad del texto, así como el distanciamiento del autor implícito y del
lector asimismo implícito con respecto al personaje. La dificultad de la poesía
de Jorge Cuesta se cifra asimismo, más de una vez, en el uso de pronombres o
adjetivos posesivos en vez de nombres, con el agravante de que el adjetivo su, tan recurrente en él, tiene varios
usos y referentes en español.
En el caso de que se produzca una
identificación con el nombre propio, se tendrán las siguientes opciones:
1.1. Nombre de pila solo.
1.2. Apellido solo.
1.3. Nombre de pila y apellido.
1.4. Hipocorístico.
1.5. Inicial de nombre de pila.
1.6. Inicial de apellido.
1.7. Inicial de nombre de pila y apellido.
1.8. Combinación de dos o más de las anteriores.
Cada una de estas posibilidades tiene su
propia historia (sus momentos de auge, sus años de olvido) en la historia de la
literatura. Por ejemplo, la 1.6 y la 1.7 se hicieron famosas en el mundo a
partir de la recepción de la obra de Franz Kafka, y es así como José Emilio
Pacheco denomina eme a un protagonista de Morirás
lejos.
Más adelante se advertirá que el punto 1.3
corresponde a los nombres de dos términos, diferentes a los de un término (1.1
y 1.2) en cuanto se refiere a la pertenencia y filiación del personaje (lo
mismo que de la persona).
La identificación también se produce, sí,
mediante un rol familiar (papá, mamá) o uno social (la Regenta, el capitán) o
mediante el apodo (el Zarco) o el lema o epíteto (el Caballero de la Triste
Figura).
Resultará siempre interesante para el
análisis del texto literario verificar y estudiar la forma y el momento en que
se realiza la identificación del personaje. Al pasaje respectivo se le denomina
frase de identificación: la frase de
identificación es aquel segmento en el cual un personaje se liga a un nombre
propio de un modo que tiende a ser definitivo. En el capítulo sobre perspectiva
se revisarán los cambios de sentido y de enfoque derivados de las mutaciones en
el nombre propio a lo largo del texto. Aquí basta señalar que las dos listas
presentadas arriba son susceptibles de combinarse y alternarse, y cada
combinación y cada alternancia y mutación tienen un sentido que habrá de extraerse
del respectivo pasaje.
En Doktor
Faustus el narrador se presenta desde un principio: “Mein Name ist Dr.
Phil. Serenus Zeitblom.” “Mi nombre es doctor Serenus Zeitblom.” Estamos aquí
ante una identificación no sólo inmediata, sino clara y distinta. Este tipo de
identificación en una frase muy temprana y bien delimitada es un ejemplo óptimo
de la importancia concedida por el autor implícito y por el propio personaje a
la tarea o incluso al deber de identificarse pronto e inequívocamente. Estamos
ante un autor implícito y ante un personaje con alto nivel de colaboración al
respecto. Y puesto que la identificación de personajes es una de las armas en
el autor para hacer más fácilmente accesible el texto, estamos aquí ante una
estrategia de facilitación.
Una estrategia de este tipo contribuye a
fortalecer la garantía de que funciona el triángulo comunicativo entre autor
implícito, lector implícito y personaje. En el capítulo sobre acentuación del
nombre se verán distintas estrategias posibles para que el autor llame la
atención hacia el nombre. Una de ellas consiste en colocarlo en el título: Antígona, Hamlet, Ana Karenina, Pedro Páramo. Otra manera consiste en
una estrategia de dificultad, opuesta a la anterior: Juan Preciado es
identificado porque narra en primera persona, pero su nombre propio aparece
mucho más adelante.
La identificación, por cierto, debe continuar
más allá de la frase de identificación. Entonces llegan a bastar el pronombre o
el papel del personaje como narrador en primera persona, si el autor no tiene
el propósito de problematizar la identificación de ese personaje.
Una primera identificación como la de Serenus
Zeitblom abre la posibilidad de que el personaje quede ya identificado durante
el resto de la narración, a menos que se problematice
1) o bien el nombre (¿el
personaje de veras se llamaba así?; en este caso, es muy fuerte el personaje,
mientras que el nombre se debilita),
2) o bien la relación
entre el nombre y el personaje (¿era él quien se llamaba así?; en este caso, es
muy fuerte el nombre, mientras que el personaje se debilita).
En Jose
Trigo, de Fernando del Paso, el nombre es muy fuerte (lo es tanto que da
título a la novela entera), mientras que la relación entre él y el personaje es
tan débil y problemática que incluso la debilidad del vínculo se vuelve uno de
los temas cruciales del texto.
La fuerza potencial del nombre como
identificador es tan grande que no sólo sirve para reconocer a un personaje
cada vez que aparece en un texto, sino que le sirve al personaje como su
representante cuando el personaje salta del texto y es mencionado en enunciados
de académicos o de lectores e incluso público en general, más allá de la
literatura, como les ocurre a criaturas que trascienden el papel, como Odiseo,
Hamlet, don Juan, Madame Bovary y don Quijote. Más aun, esa fuerza
identificadora del nombre permite que un personaje sea reconocido en un
conjunto de textos literarios: el novelista norteamericano J. D. Salinger
diseminó la narración de la vida de la familia Glass en un cuento y en dos
libros. La trágica historia del primogénito, quien muere en un suicidio
aparentemente absurdo, se deja seguir sólo gracias a que su nombre, Seymour
Glass (a veces sólo S. o Seymour), aparece en momentos cruciales de ese cuento
y de esos dos libros.[9]
¿Qué tipo de discurso, qué tipo de género
problematiza el nombre? El discurso penal lo hace cuando en las actas
ministeriales se asienta que o bien el nombre es presunto para una persona o
bien la persona es presunta portadora de tal o cual nombre.[10] El discurso histórico llega asimismo a establecer
conjeturas onomásticas que son reflejo de una zona de indefinición. El Quijote, que en aras de la
verosimilitud se ampara o finge ampararse en recursos del discurso
historiográfico, comienza con una ficcionalización de dicho discurso precisamente
por medio de una conjetura sobre los nombres:
Quieren decir que tenía el
sobrenombre de Quijada o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los
autores que de este caso escriben, aunque por conjeturas verosímiles se deja
entender que se llamaba Quijana. Pero esto importa poco a nuestro cuento; basta
que en la narración de él no se salga un punto de la verdad.[11]
Lamping observa que el concepto de identidad ha de entenderse en un sentido
técnico, hasta cierto punto exterior: no como esencia (núcleo de la
personalidad, yo, entelequia), sino como recurrencia.[12]
Sin embargo, este principio general llega a
romperse tanto en el mundo de la vida como en el mundo del texto: la persona y
el personaje pueden adoptar distintos grados de compenetración con su nombre,
hasta ligarlo a su destino: la mera identificación es susceptible de
convertirse en identidad profunda. A la vez, la identificación es en efecto muchas
veces sólo una recurrencia técnica, esto es, oportuna, práctica, funcional, y
puede no tener nada que ver con la identidad profunda de la persona, como
cuando en “La autopista del Sur”, de Julio Cortázar, los personajes terminan
siendo identificados por su auto, y es así como tenemos a la Peugeot 404. Desde
luego, el cuento podría estar insinuando que nuestra identidad acaso se
relaciona con nuestros objetos, y en ese caso la Peugeot 404 efectivamente
merece llamarse así, más allá de la identificación pasajera en medio del
prolongadísimo caos vial.
La identificación es, en resumen, un posible
puente hacia la identidad. Y la identidad, históricamente, conduce a la
individualización. Resulta significativo que quien, como los nazis, desea
destruir el carácter individual, inconfundible, irreversible, de una persona,
daña su identidad alterando o anulando su habitual identificación gracias a un
nombre propio. Los personajes con identificación nominal precaria podrían ser
personajes con una específica crisis de identidad propia o de aceptación de esa
identidad por parte de los demás.
El nombre propio, en fin, individualiza.
Interviene en el complejo proceso de individualización del sujeto. Desde Aristóteles,
el tema del nombre se ha ligado con el debate filosófico acerca de los
universales y los individuales. La individualización se enlaza a su vez con una
serie de atributos o propiedades de la persona, puesto que son elementos que
contribuyen a la individualización y a la identificación e identidad de la
persona y del personaje:
1.
Acciones.
2.
Intenciones.
3.
Sensaciones.
4.
Pensamientos.
5.
Sentimientos.
6.
Percepciones.
Y
es así como el nombre
propio es siempre un nodo, un eje, un gozne, un anzuelo y un gancho del cual se
cuelgan diversas descripciones: en el subcapítulo “Los
nombres propios” de Los actos de habla
John Searle apunta que
la singularidad y la enorme conveniencia
pragmática de los nombres propios de nuestro lenguaje reside precisamente en el
hecho de que nos capacitan para referirnos públicamente a objetos sin forzarnos
a plantear disputas y llegar a un acuerdo respecto a qué características
descriptivas constituyen exactamente la identidad del objeto. Los nombres
propios funcionan no como descripciones, sino como ganchos de los que se
cuelgan las descripciones. Así pues, la laxitud de los criterios para los
nombres propios es una condición necesaria para aislar la función referencial
de la función descriptiva del lenguaje.[14]
Ha de añadirse una variación
que un filósofo del lenguaje como Searle quizá nunca podría ver, pero que un
escritor y un estudioso de la literatura y de la comunicación diaria ven con
mucha facilidad: los apodos se acercan más a la función descriptiva que los
nombres propios. Más aun, los apodos
dejan definirse como nombres ya no sólo en tanto que recurrencias o constantes
técnicas para identificar funcional y oportunamente a una persona o a un
personaje, sino como descripciones así sea parciales, pero certeras, de una o
de otro. Por añadidura, los apodos pueden llegar a convertirse en nombres
propios, como ocurre con Cicerón y en general con el hábito latino de añadir al
nombre propio un elemento descriptivo de lo físico o lo moral de la persona.[15]
Todos aquellos elementos de individualización, aglutinados y coordinados
por el nombre, garantizan movimiento en el espacio fáctico o ficticio y cambios
en un tiempo fáctico o ficticio (una historia). En otros términos, gracias a un
elemento muy estable (el nombre), la persona y el personaje pueden moverse de
un lado a otro y pueden cambiar de una etapa de su vida a otra.
La
desestabilización del nombre o de la nominalización, como ocurre en José Trigo, desestabiliza
automáticamente el proceso de individualización en tanto que construcción de
una individualidad. Del Paso desestabiliza el nombre de dos maneras: 1)
preguntando si aquel hombre fue realmente José Trigo y 2) provocando dudas en el
lector cuando se abre la posibilidad de que no se cumpla la rutinaria identificación
mediante el nombre.
De
ese modo, la nominalización estable en la vida fáctica y en el texto vincula –así
sea siempre de manera dinámica, flexible y aun problemática– tres funciones
fundamentales: 1) identificación, 2) nominalización y 3) individualización.
Dos variantes importantes de desestabilización
del nombre y de la relación de éste con el personaje son 1) el hecho de que dos
personas usen el mismo nombre (Guermantes), lo que da lugar a equívocos como
los que se presentan en el ciclo novelístico de Marcel Proust, así como a
reflexiones acerca de la percepción y su fragilidad (o incluso a la muerte del
poeta Cinna en Julio César de
Shakespeare porque la masa lo confunde con el conspirador Cinna) y 2) el hecho
de que una misma persona use dos nombres (Namenveränderung):
las monjas y el papa en la vida fáctica, los guerrilleros en El cumpleaños de Juan Ángel, Mario
Benedetti, como ejemplo en la vida literaria: el seudónimo y el heterónimo son
alteraciones importantes de la regla de oro de una persona – un nombre.[16]
Dicho de otro modo, estos
dos fenómenos restringen el alcance de la regla básica, consistente en la intensa
univocidad del nombre: un nombre propio – una persona.
Por otra parte, el autor literario está en
condiciones de aprovechar la identidad ya existente de tres tipos de figuras:
1.
la histórica,
2.
la mítica,
3.
la literaria.
Una figura histórica, apunta Lamping, puede
aparecer en una novela como lo hace Napoleón en textos de Teodoro Fontane
(también, antes, lo hace en los de Stendhal y León Tolstoi).[17] La estabilidad y la intensidad del nombre propio de
una figura histórica son tan grandes que ayudan a que la novela avance en la
construcción de la ilusión de realidad o verosimilitud. Aquí son susceptibles
de añadirse los nombres míticos y los nombres literarios, sobre todo en una
época fuertemente marcada por la intertextualidad: la minificción es hoy un
género que basa una parte de su poder de concentración o condensación en la
constante recurrencia a nombres míticos (Odiseo, Penélope) o literarios (el
Quijote, Dulcinea), pues estos nombres y otros de su mismo tipo ya son en sí
narrativas condensadas y son hitos culturales y por esto mismo son susceptibles
de experimentar variaciones muchas veces lúdicas o irónicas, sin que el lector
se confunda y pierda de vista la intertextualidad.
Alberto Vital
[1] A lo largo de las páginas siguientes se otorgará más
énfasis a la antroponimia que a la toponimia, sin que se dejen de exhibir aquí
y allá ejemplos provechosos de los nombres de lugares en el texto literario,
bajo el principio de que todos los conceptos expuestos aquí son fructíferos
tanto para la antroponimia como para la toponimia.
[2] Friedhelm Debus, Namen in literarischen Werken, p. 11 (Únicamente
en el marco de la onomástica de la literatura, que vincula ciencia del lenguaje
y ciencia de literatura, los nombres literarios se convirtieron en un objeto de
investigación propiamente dicho. Esto ocurrió en la segunda mitad del siglo xx. En su orientación interdisciplinaria
se la puede comparar con la lingüística del texto, floreciente desde los años
sesenta del mismo siglo junto a la estilística (que se practicaba de modo
tradicional), y también hay que referirse en este contexto al así llamado cambio
de paradigma comunicativo-pragmático. Desde luego hubo antecesores dignos de
mención, comenzando en 1840 con el libro en el cual Eduard Boas ofrece un breve
panorama de los “nombres poéticos” desde la época del alto alemán medio y
formula lo siguiente con la vista puesta en el futuro: “Una historia bien
escrita de estos nombres propios sería […] una historia exhaustiva de la poesía
alemana, y el autor merecería nuestro agradecimiento”).
[3] En la obra de arte no hay nombres
que no digan nada. […] Todos los nombres expresan algo. Cada nombre mencionado
en la obra es ya una señal de todos los matices que están a su disposición. Con
fuerza desacostumbrada el nombre configura todos esos matices que en la vida
pasamos por alto (en: Das literarische
Faktum [“El hecho literario”], Apud. Debus,
p. 10).
[4] Este Manual aparecerá en 2014 bajo el sello de la Universidad Nacional
Autónoma de México.
[5] Escribe Debus: “Die literarische
Onomastik als Brückenwissenschaft zwischen Sprach- und Literaturwissenschaft
ist heute eine fest etablierte Forschungsrichtung. Das gilt auch auf
internationaler Ebene. So sieht der alle drei Jahre stattfindende
‘International Congress of Onomastic Sciences’ (icos)
regelmässig eine eigene Sektion zur literarischen Onomastik vor, oder die 1994
an der Universität Pisa gegründete fächerübergreifende Arbeitsgemeinschaft
‘Onomastica & Letteratura’ führt jährlich international Kongresse zu
einschlägigen Themen durch” (La onomástica literaria como ciencia puente entre
la lingüística y los estudios literarios es hoy una orientación firmemente
establecida en la investigación. Esto vale asimismo para la escena
internacional: el International Congress of Onomastic Sciences [icos] prevé regularmente en su congreso
de cada tres años una sección propia para la onomástica literaria; y la
asociación interdisciplinaria Onomastica & Letteratura, fundada en 1994 en
la Universidad de Pisa, organiza congresos internacionales cada año sobre estos
temas; Debus, ob. cit., p. 12).
[6] Cuando un nombre propio se
generaliza por la moda o por otra circunstancia, pierde en intensidad lo que
gana en extensión. Mientras más términos se añaden al nombre (como un segundo
nombre de pila, como el segundo apellido), más probable es que se recupere la
intensidad, esto es, la concentración del nombre en una sola persona, y que
disminuya la extensión hasta desaparecer: ese nombre ya sólo está allí donde
esa persona se encuentra o es mencionada. Los hipocorísticos son modificaciones
internas del nombre que asimismo contribuyen a que se recupere la intensidad.
[7] Octavio Paz, en Obra poética (1935-1988). Barcelona:
Seix Barral. 4ª reimpresión (México), 2000 (1990), p. 21. Estamos aquí ante un
ejemplo de tematización del nombre, como aquellos que se verán en el capítulo
respectivo. El siguiente poema, “Monólogo”, incluye en la primera estrofa una
nueva referencia al nombre: “Bajo las rotas columnas, / entre la nada y el
sueño, / cruzan mis horas insomnes / las sílabas de tu nombre” (Ibídem).
[8] Lamping, p. 28.
[9] En “A Perfect Day for
Bananafish” se narra el suicidio de Seymour, acto que deja una marca en sus
todos sus hermanos (en Nine Stories. Nueva York / Boston / Londres:
Little, Brown and Company. Primera edición en Back Bay Books, 2001 [1953], pp.
3-26). Esa marca buscará ser elucidada en Raise
High the Roof Beam, Carpenters and Seymour.
An introduction. Nueva York / Boston / Londres: Little, Brown and Company. Primera
edición en Back Bay Books, 1991 [1963], volumen doble aparecido originalmente
en The New Yorker en 1955 y 1959) y
en Franny and Zooey (Nueva York /
Boston: Little, Brown and Company, 1991 [1961, volumen asimismo en dos partes,
en The New Yorker, de 1955 y 1957]. En “A Perfect Day for Bananafish”
se hace un juego de palabras con el nombre que contribuye a caracterizar a este
personaje extraordinariamente lúcido y poco convencional: la niña que lo
encuentra en la playa pocos minutos antes de que él se suicide, alude a él como
“See more glass” (Nine Stories, p. 14). La traductora recurre a la nota
a pie de página para aclarar el juego de palabras (Nueve cuentos. Traducción de Elena Rius. Madrid: Alianza Editorial.
Tercera edición, 2011 [1990], p. 21). Ese juego de palabras permite a la niña
sugerirle a su distraída madre que ha pasado largos minutos a solas con un
hombre que pocos minutos más tarde usará una pistola de modo fatídico, si bien
contra sí mismo; sólo el nombre, con el tal vez involuntario juego de palabras,
hace posible tal insinuación.
[10] En “De autos”, cuento que se construye
a partir de la estructura de una serie de actas o autos ministeriales,
Victoriano Salado Álvarez aprovecha los nombres tanto desde un punto de vista
conjetural como, finalmente, desde una identificación, incluida la del joven
asesinado (en Narrativa breve.
México: Universidad Nacional Autónoma de México / Universidad de Guadalajara /
El Colegio de Jalisco, 2012.
[11] El
Quijote, p. La edición de Francisco Rico.
[12] “Der Begriff Identität ist
dabei, ählich wie der des Individuums, bloss in einem technischen,
gewissermassen äusserlichen Sinn zu verstehen, nicht als Weseneinheit
(Persönlichkeitskern, Ich, Entelechie), sondern als Rekurrenz” (ob. cit., p.
24).
[13] Lamping, ob. cit., p. 24.
[14] Actos de habla,
p. 176.
[15] El poder descriptivo del apodo se cumple en la última
novela de Altamirano, El Zarco. Lo
zarco incluye allí una descripción física evidente (el color de los ojos) y una
alusión moral implícita (lo zarco como turbio).
[16] Ídem, p. 25.
[17] Ídem, p.
26.
"Identificación", Alberto Vital
Identificación
La
primera y más universal tarea del nombre propio consiste en identificar de modo
claro y distinto a una persona en el mundo fáctico o a un personaje en el mundo
de la creación estética. Gracias al nombre propio, una persona adquiere
continuidad jurídica y social, ya que no biológica (pues la continuidad biológica
se adquiere y preserva por el simple hecho de respirar). Gracias al nombre
propio, un personaje adquiere continuidad textual y es fácilmente identificable
cada vez que aparece.
Una regla de oro de la onomástica, tanto general como
literaria, afirma que a cada persona o personaje le corresponde un nombre único e
inconfundible. Esta
regla tiende a cumplirse en un alto número de los casos, tanto en la vida
diaria como en los textos literarios. Las excepciones son susceptibles de
arreglo en dicha vida y de explotación artística en dicho mundo.
En otros términos, la identificación implica la univocidad o
por lo menos tiende fuertemente hacia ella, tanto en la vida fáctica como en el
mundo interno del texto: un nombre = un sujeto; un sujeto = un nombre. Si
muchas personas se llaman igual, el discurso y el contexto restauran la
univocidad: cuando hay peligro de a cuál de ellas nos referimos en cada caso
concreto, añadimos el segundo apellido o alguna marca lingüística o contextual
a fin de restablecer la univocidad, entendida aquí como la relación uno a uno
entre nombre o signo lingüístico y objeto o persona.[1]
A partir de lo anterior, es dable afirmar que el sustantivo
propio es intenso, no extenso, mientras que el sustantivo común es más extenso
que intenso, sin dejar de ser esto último.[2]
Con base en el triángulo de Karl Bühler en su Sprachtheorie, de 1934, Lamping
señala tres funciones primordiales del nombre:
1.
Identificadora y
expresiva.
2.
Representativa.
3.
Apelativa.
La función
identificadora
consiste en establecer y fijar una marca distintiva y perdurable de la persona
o del personaje frente al otro, frente a los otros. El aspecto expresivo de
dicha función se refiere a que el nombre no sólo nos identifica, sino que
también pone de manifiesto rasgos voluntarios o involuntarios de nuestra
personalidad (o de la personalidad de una criatura de ficción) a la vista de
los demás: inevitablemente (remata el especialista de lengua alemana) el nombre
dice algo de nosotros, dice algo por nosotros y a veces incluso dice algo en
contra o a favor de nosotros. El presente libro aportará demostraciones de la
importancia del aspecto expresivo del nombre.
La función
representativa
consiste en ser la denominación que distingue a un sujeto. Nuestro nombre es nuestro
representante. Cuando no estamos, nuestro nombre actúa en nuestro lugar allí
donde se hace necesario hablar de nosotros y traernos a cuenta aunque estemos
en otra parte: somos el referente de la conversación. El nombre propio es lo
bastante estable para que dicha representación se realice con toda normalidad y
fluidez. Los creadores, que aprovechan los resquicios de la realidad y del
lenguaje, también aprovechan los resquicios de la función representativa del
nombre (y de la expresiva y de la apelativa), por ejemplo cuando se rompe la
regla de oro, y un solo nombre es susceptible de aplicarse a más de una persona
o bien una sola persona por alguna razón insólita posee dos nombres completos,
y alguien la conoce por uno de los dos y alguien más la conoce por el otro.
La función apelativa se refiere a la
posibilidad que tiene el nombre de servir de palabra clave para llamar a la
persona en cuestión y para que ella se sienta aludida e impelida a responder.
Esta tarea de la función apelativa es susceptible de ampliarse hasta alcanzar
un principio más amplio, de algún modo sugerido ya por Roland Barthes en s/z: el nombre propio ya de por sí
llama, atrae, apela, se separa visualmente del resto del discurso así sea por
las mayúsculas y por la ya referida intensidad intrínseca.
Ahora bien, ni el nombre propio posee el control absoluto de
la identificación de la persona o del personaje ni la identificación es la
única tarea del nombre propio, por más que normalmente sea la más relevante y
la más inmediata y perceptible: tanto una persona como un personaje son
susceptibles de identificarse con mecanismos lingüísticos o pragmáticos que van
más allá o están más acá del nombre.
En una importante suma de nuestras acciones públicas, nos
identificamos con nuestra sola presencia y no necesitamos decir ni escuchar
ningún nombre, como cuando compramos un refrigerio o tomamos un taxi: la identificación
se reduce al mínimo o incluso desaparece como manifestación verbal explícita,
clara y distinta, ya que no es indispensable. En esos casos nos identificamos
con la pura presencia corporal y por el hecho de que manifestemos la intención
y la realicemos: comprar un refrigerio, abordar un taxi. Lo mismo puede suceder
con el personaje. Por ejemplo, un narrador en primera persona no necesita decir
su propio nombre para ser identificado por el lector: le basta su función como
narrador. Esto ocurre con la voz en primera persona de La Navidad en las
montañas, de Ignacio Manuel Altamirano, y ocurre con una muy alta cantidad
de las intervenciones de Juan Preciado en Pedro Páramo, a quien se le
identifica tardíamente en la novela, luego de que ha sido el narrador en
primera persona por un largo lapso. Del narrador en La Navidad en las
montañas nunca se sabe el nombre (sólo nos enteramos de que es un capitán
del ejército mexicano) y aun así nunca se corre el riesgo de no saber que él es
quien habla y quien actúa cuando lo hace.
Se cuenta entonces, de modo esquemático, con las siguientes
posibilidades para identificar al personaje
1. o bien mediante un nombre propio,
2. o bien mediante un pronombre,
3.
o bien mediante su
papel en la narración (narrador o narratario; en lengua española puede existir
un texto en que el narrador en primera persona nunca use ni el yo para
referirse a sí mismo ni el tú para dirigirse al destinatario de su
narración o narratario; por lo tanto, el lector lo identificará sólo por su
papel; en un monólogo de principio a fin es posible que nunca aparezca el
nombre del autor del monólogo),
4.
o bien mediante el
rol familiar, el rol social, el apodo, el lema.
En la lírica, más en la narrativa o en el teatro, se dan
numerosos casos de textos que no incluyen un solo nombre, y aun así no hay
dudas acerca de la identificación. Más aún, puede ocurrir que el tema del texto
sea precisamente el nombre propio y, a pesar de ello, no aparezca un solo
nombre propio. Esto ocurre con el poema inaugural de la lírica de Octavio Paz,
un autor muy sensible a los nombres y a las fisuras de la identificación y de
la identidad:
Tu nombre
Nace de mí, de mi
sombra,
amanece por mi piel,
alba de luz
somnolienta.
Paloma brava tu
nombre,
tímida sobre mi
hombro.[3]
Lamping señala que el pronombre tiene dos desventajas con
respecto al nombre: es un deíctico, esto es, depende de cada contexto
específico; y es frío y neutro si se lo compara con el nombre, por ello mismo
tiene menos pregnancia que este último.[4] El poeta da aquí un
ejemplo de cómo se superan estos defectos así sea por lo pronto en un texto
breve: la intensidad del sentimiento amoroso compensa y sustituye la falta de
intensidad del pronombre (el pronombre es extenso como el sustantivo común y
además es contextual: depende de cada contexto; no posee carga semántica en
sí). En extensas narraciones de Henry James y de Sergio Pitol es común que el
protagonista se identifique durante largo rato o durante todo el texto sólo
mediante el pronombre, y eso aumenta notoriamente el grado de dificultad del
texto, así como el distanciamiento del autor implícito y del lector asimismo
implícito con respecto al personaje. La dificultad de la poesía de Jorge Cuesta
se cifra asimismo, más de una vez, en el uso de pronombres o adjetivos
posesivos en vez de nombres, con el agravante de que el adjetivo su, tan
recurrente en él, tiene varios usos y referentes en español.
En el caso de que se produzca una identificación con el
nombre propio, se tendrán las siguientes opciones:
1.1. Nombre de pila solo.
1.2. Apellido solo.
1.3. Nombre de pila y apellido.
1.4. Hipocorístico.
1.5. Inicial de nombre de pila.
1.6. Inicial de apellido.
1.7. Inicial de nombre de pila y apellido.
1.8. Combinación de dos o más de las anteriores.
Cada una de estas posibilidades tiene su propia historia
(sus momentos de auge, sus años de olvido) en la historia de la literatura. Por
ejemplo, la 1.6 y la 1.7 se hicieron famosas en el mundo a partir de la
recepción de la obra de Franz Kafka, y es así como José Emilio Pacheco denomina
eme a un protagonista de Morirás
lejos.[5]
Más adelante se advertirá que el punto 1.3 corresponde a los
nombres de dos términos, diferentes a los de un término (1.1 y 1.2) en cuanto
se refiere a la pertenencia y filiación del personaje (lo mismo que de la
persona).
La identificación también se produce, sí, mediante un rol
familiar (papá, mamá) o uno social (la Regenta, el capitán) o mediante el apodo
(el Zarco) o el lema o epíteto (el Caballero de la Triste Figura).
Resultará siempre interesante para el análisis del texto
literario verificar y estudiar la forma y el momento en que se realiza la
identificación del personaje. Al pasaje respectivo se le denomina frase de
identificación: es aquel segmento en el cual un personaje se liga a un
nombre propio de un modo que tiende a ser definitivo. En el capítulo sobre
perspectiva se revisarán los cambios de sentido y de enfoque derivados de las
mutaciones en el nombre propio a lo largo del texto. Aquí basta señalar que las
dos listas presentadas arriba son susceptibles de combinarse y alternarse, y
cada combinación y cada alternancia y mutación tienen un sentido que habrá de
extraerse del respectivo pasaje.
En Doktor Faustus el narrador se presenta desde un
principio: “Mein Name ist Dr. Phil. Serenus Zeitblom”. [“Mi nombre es doctor
Serenus Zeitblom.]” Estamos aquí ante una identificación no sólo inmediata,
sino clara y distinta. Este tipo de identificación en una frase muy temprana y
bien delimitada es un ejemplo óptimo de la importancia concedida por el autor
implícito y por el propio personaje a la tarea o incluso al deber de
identificarse pronto e inequívocamente. Estamos ante un autor implícito y ante
un personaje con alto nivel de colaboración al respecto. Y puesto que la
identificación de personajes es una de las armas del autor para hacer más
fácilmente accesible el texto, estamos aquí ante una estrategia de
facilitación.
Una estrategia de este tipo contribuye a fortalecer la
garantía de que funciona el triángulo comunicativo entre autor implícito,
lector implícito y personaje. En el capítulo sobre acentuación del nombre se
verán distintas estrategias posibles para que el autor llame la atención hacia
el nombre. Una de ellas consiste en colocarlo en el título: Antígona, Hamlet,
Ana Karenina, Pedro Páramo. Otra manera consiste en una
estrategia de dificultad, opuesta a la anterior: Juan Preciado es identificado
porque narra en primera persona, pero su nombre propio aparece mucho más
adelante.
La identificación, por cierto, debe continuar más allá de la
frase de identificación. Entonces llegan a bastar el pronombre o el papel del
personaje como narrador en primera persona, si el autor no tiene el propósito
de problematizar la identificación de ese personaje.
Una primera identificación como la de Serenus Zeitblom abre
la posibilidad de que el personaje quede ya identificado durante el resto de la
narración, a menos que se problematice:
1) o bien el nombre (¿el personaje de
veras se llamaba así?; en este caso, es muy fuerte el personaje, mientras que
el nombre se debilita),
2) o bien la relación entre el nombre y
el personaje (¿era él quien se llamaba así?; en este caso, es muy fuerte el
nombre, mientras que el personaje se debilita).
En José Trigo, de Fernando del Paso, el nombre es muy
fuerte (lo es tanto que da título a la novela entera), mientras que la relación
entre él y el personaje es tan débil y problemática que incluso la debilidad
del vínculo se vuelve uno de los temas cruciales del texto.
La fuerza potencial del nombre como identificador es tan
grande que no sólo sirve para reconocer a un personaje cada vez que aparece en
un texto, sino que le sirve al personaje como su representante cuando éste
salta del texto y es mencionado en enunciados de académicos o de lectores e
incluso público en general, más allá de la literatura, como les ocurre a
criaturas que trascienden el papel, como Odiseo, Hamlet, don Juan, Madame
Bovary y don Quijote. Más aún, esa fuerza identificadora del nombre permite que
un personaje sea reconocido en un conjunto de textos literarios: el novelista
norteamericano J. D. Salinger diseminó la narración de la vida de la familia
Glass en un cuento y dos libros. La trágica historia del primogénito, quien
muere en un suicidio aparentemente absurdo, se deja seguir sólo gracias a que
su nombre, Seymour Glass (a veces sólo S. o Seymour), aparece en momentos
cruciales de ese cuento y de esos dos libros.[6]
¿Qué tipo de discurso, qué tipo de género problematiza el
nombre? El discurso penal lo hace cuando en las actas ministeriales se asienta
que o bien el nombre es presunto para una persona o bien la persona es presunta
portadora de tal o cual nombre.[7] El discurso histórico
llega asimismo a establecer conjeturas onomásticas que son reflejo de una zona
de indefinición. El Quijote, que en aras de la verosimilitud se ampara o
finge ampararse en recursos del discurso historiográfico, comienza con una
ficcionalización de dicho discurso precisamente por medio de una conjetura
sobre los nombres:
Quieren decir que tenía el sobrenombre
de Quijada o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que de
este caso escriben, aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se
llamaba Quijana. Pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la
narración de él no se salga un punto de la verdad.[8]
Lamping observa que el concepto de identidad ha de
entenderse en un sentido técnico, hasta cierto punto exterior: no como esencia
(núcleo de la personalidad, yo, entelequia), sino como recurrencia.[9] Sin embargo, este
principio general llega a romperse tanto en el mundo de la vida como en el
mundo del texto: la persona y el personaje pueden adoptar distintos grados de
compenetración con su nombre, hasta ligarlo a su destino: la mera
identificación es susceptible de convertirse en identidad profunda. A la vez,
la identificación es en efecto muchas veces sólo una recurrencia técnica, esto
es, oportuna, práctica, funcional, y puede no tener nada que ver con la
identidad profunda de la persona, como cuando en “La autopista del Sur”, de
Julio Cortázar, los personajes terminan siendo identificados por su auto, y es
así como tenemos a la Peugeot 404. Desde luego, el cuento podría estar
insinuando que nuestra identidad acaso se relaciona con nuestros objetos, y en
ese caso la Peugeot 404 efectivamente merece llamarse así, más allá de la
identificación pasajera en medio del prolongadísimo caos vial.
La identificación es, en resumen, un posible puente hacia la
identidad. Y la identidad, históricamente, conduce a la individualización.
Resulta significativo que quien, como los nazis, desea destruir el carácter
individual, inconfundible, irreversible, de una persona, daña su identidad alterando
o anulando su habitual identificación gracias a un nombre propio. Los
personajes con identificación nominal precaria podrían ser personajes con una
específica crisis de identidad propia o de aceptación de esa identidad por
parte de los demás.
El nombre propio, en fin, individualiza. Interviene en el
complejo proceso de individualización del sujeto. Desde la filosofía clásica
griega, el tema del nombre se ha ligado con el debate filosófico acerca de los
universales y los individuales. La individualización se enlaza a su vez con una
serie de atributos o propiedades de la persona, como los siguientes elementos,
que contribuyen a la individualización y a la identificación e identidad de la
persona y del personaje:
1.
Acciones.
2.
Intenciones.
3.
Sensaciones.
4.
Pensamientos.
5.
Sentimientos.
6.
Percepciones.
7.
Recuerdos.[10]
Y
es así como el nombre propio es siempre un nodo, un eje, un gozne, un anzuelo y
un gancho del cual se cuelgan diversas descripciones. En el subcapítulo “Los nombres propios”
de Los actos de habla, John Searle apunta que
the uniqueness and immense pragmatic
convenience of proper names in our language lies precisely in the fact that
they enable us to refer publicly to objects without being forced to raise
issues and come to an agreement as to which descriptive characteristics exactly
constitute the identity of the object. They function not as descriptions, but
as pegs on which to hang descriptions. Thus the looseness of the criteria for
proper names is a necessary condition for isolating the referring function from
the describing function of language.[11]
Ha de añadirse una variación que un
filósofo del lenguaje como Searle quizá nunca podría ver, pero que un escritor
y un estudioso de la literatura y de la comunicación diaria ven con mucha
facilidad: los apodos se acercan más a la función descriptiva que los nombres propios.
Más aún, los apodos dejan definirse como nombres ya no sólo en tanto que
recurrencias o constantes técnicas para identificar funcional y oportunamente a
una persona o a un personaje, sino como descripciones así sea parciales, pero
certeras, de una o de otro.[12] Por añadidura, los
apodos pueden llegar a convertirse en nombres propios, como ocurre con Cicerón
y en general con el hábito latino de añadir al nombre propio un elemento descriptivo
de lo físico o lo moral de la persona.[13]
Todos aquellos elementos de
individualización, aglutinados y coordinados por el nombre, garantizan
movimiento en el espacio fáctico o ficticio y cambios en un tiempo fáctico o
ficticio (una historia). En otros términos, gracias a un elemento muy estable
(el nombre), la persona y el personaje pueden moverse de un lado a otro y
pueden cambiar de una etapa de su vida a otra.
La desestabilización del nombre o de la
nominalización, como ocurre en José Trigo, desequilibra automáticamente
el proceso de individualización en tanto construcción de una individualidad.
Del Paso desestabiliza el nombre de dos maneras: 1) preguntando si aquel hombre fue realmente José Trigo y 2) provocando dudas en el lector cuando
se abre la posibilidad de que no se cumpla la rutinaria identificación mediante
el nombre.
De ese modo, la nominalización estable
en la vida fáctica y en el texto vincula —así sea siempre de manera dinámica,
flexible y aun problemática— tres funciones fundamentales: 1) identificación, 2)
nominalización y 3) individualización.
Dos variantes importantes de desestabilización del nombre y
de la relación de éste con el personaje son 1)
el hecho de que dos personas usen el mismo nombre (Guermantes), lo que da lugar
a equívocos como los que se presentan en el ciclo novelístico de Marcel Proust,
así como a reflexiones acerca de la percepción y su fragilidad (o incluso a la
muerte del poeta Cinna en Julio César de Shakespeare porque la masa lo
confunde con el conspirador Cinna), y 2)
el hecho de que una misma persona use dos nombres (Namenveränderung):
las monjas y el papa en la vida fáctica, los guerrilleros en El cumpleaños
de Juan Ángel, de Mario Benedetti, como ejemplo en la vida literaria: el
seudónimo y el heterónimo son alteraciones importantes de la regla de oro de
una persona = un nombre.[14] Dicho de otro modo,
estos dos fenómenos restringen el alcance de la regla básica, consistente en la
intensa univocidad del nombre: un nombre propio = una persona.
Por otra parte, el autor literario está en condiciones de
aprovechar la identidad ya existente de tres tipos de figuras:
1.
la histórica,
2.
la mítica,
3.
la literaria.
Una figura histórica, apunta Lamping, puede aparecer en una
novela como lo hace Napoleón en textos de Teodoro Fontane (también, antes, lo
hace en los de Stendhal y León Tolstoi).[15] La
estabilidad y la intensidad del nombre propio de una figura histórica son tan
grandes que ayudan a que la novela avance en la construcción de la ilusión de
realidad o verosimilitud. Aquí son susceptibles de añadirse los nombres míticos
y los nombres literarios, sobre todo en una época fuertemente marcada por la
intertextualidad: la minificción es hoy un género que basa una parte de su
poder de concentración o condensación en la constante recurrencia a nombres
míticos (Odiseo, Penélope) o literarios (el Quijote, Dulcinea), pues estos
nombres y otros de su mismo tipo ya son en sí narrativas condensadas y son
hitos culturales y por esto mismo son susceptibles de experimentar variaciones
muchas veces lúdicas o irónicas, sin que el lector se confunda y sin que pierda
de vista la intertextualidad.
Alberto Vital
[1] En “¡Diles que no me maten!”, de Juan
Rulfo, Juvencio Nava apela a la posibilidad de que exista otro Juvencio Nava
(un homónimo suyo) como una estrategia in extremis para salvar la vida:
“Tenía que haber alguna esperanza. En algún lugar podría aún quedar alguna espranza.
Tal vez ellos se hubieran equivocado. Quizá buscaban a otro Juvencio Nava y no
al Juvencio Nava que era él”, El Llano en llamas, p. 202. El personaje
pretende desprenderse del nombre que ha portado durante más de sesenta años
para de esa manera alejar de sí el castigo inminente por el crimen que cometió
35 años atrás. A diferencia de la inmensa mayoría de los hablantes de carne y
hueso y de los personajes, Juvencio Nava quisiera que hubiera un equívoco en la
relación uno a uno (regla de oro) entre nombre y ente o ser (persona o
personaje). Su estrategia es fallida porque muchos otros elementos lo inculpan,
e incluso el nombre Juvencio Nava no es uno de esos que pudieran causar
confusión, como Juan Pérez, por ejemplo.
[2] Cuando un nombre propio se generaliza
por la moda o por otra circunstancia, pierde en intensidad lo que gana en
extensión. Mientras más términos se añaden al nombre (como un segundo nombre de
pila o el segundo apellido), más probable es que se recupere la intensidad,
esto es, la concentración del nombre en una sola persona, y que disminuya la
extensión hasta desaparecer: ese nombre ya sólo está allí donde esa persona se
encuentra o es mencionada. Los hipocorísticos son modificaciones internas del
nombre que asimismo contribuyen a la recuperación de la intensidad y, con ella,
de la identidad o relación uno-a-uno.
[3] Estamos aquí ante un ejemplo de
tematización del nombre, como aquellos que se verán en el capítulo respectivo.
El siguiente poema, “Monólogo”, incluye en la primera estrofa una nueva
referencia al nombre: “Bajo las rotas columnas, / entre la nada y el sueño, /
cruzan mis horas insomnes / las sílabas de tu nombre”. Octavio Paz, Obra
poética (1935-1988), p. 21.
[4] Von Dieter Lamping, Der Name in der Erzählung zur Poetik
des Persone Namens, p. 28. Puesto que Lamping cita casi exclusivamente
ejemplos en alemán, no hace referencia al célebre pasaje de Alice’s
Adventures in Wonderland, donde el Pato lleva al primer plano un deíctico (it)
que acaba de mencionar el Ratón en su relato: “‘I thought you did,’ said the
Mouse. –‘I proceed. Edwin and
Morcar, the earls of Mercia and Northumbria, declared for him: and ever
Stigand, the patriotic Archbishop of Canterbury, found it advisable’ / ‘Found
what?’ said the Duck. / ‘Found it’ the Mouse replied rather crossly: ‘of course
you know what “it” means.’ / ‘I know what “it” means well enough, when I find a
thing,’ said the Duck: ‘it’s generally a frog or a worm. The question is, what
did the Archbishop find?’”, Lewis Carroll, Alice’s…, p. 263; [“—Se me
había figurado —dijo el Ratón—. Sigo adelante: “Edwin
y Morcar, condes de Mercia y de North-humbría, se declararon en favor suyo. E
inclusive Stigand, el patriota arzobispo de Canterbury, encontró eso muy
razonable…” / —¿Encontró “qué”? —interrumpió el Pato. / —Encontró “eso”
—replicó enojado el Ratón—. Por supuesto, debe usted saber lo que significa
“eso”. / —Sé muy bien lo que significa “eso” cuando “yo” encuentro alguna cosa
—dijo el Pato—; generalmente se trata de una rana o un gusano. Todo se reduce
ahora a saber qué encontró el arzobispo”], Alicia en el país de las
maravillas, pp. 25-26.
[5] Algunos de estos ejemplos se retomarán en el capítulo
“Onomástica atípica”, en este mismo volumen.
[6] En “A Perfect Day for Bananafish” se
narra el suicidio de Seymour, acto que deja una marca en todos sus hermanos (Nine
Stories, pp.
3-26). Esa
marca buscará ser elucidada en Raise High the Roof Beam, Carpenters and Seymour.
An introduction, 1991. En
“A Perfect Day for Bananafish” se hace un juego de palabras con el nombre que
contribuye a caracterizar a este personaje extraordinariamente lúcido y poco
convencional: la niña que lo encuentra en la playa pocos minutos antes de que
él se suicide, alude a él como “See more glass” (Nine Stories, p.
14). La traductora recurre a la nota a pie de página para aclarar el juego de
palabras (Nueve cuentos, trad. de Elena Rius, p. 21). Ese juego de
palabras permite a la niña sugerirle a su distraída madre que ha pasado largos
minutos a solas con un hombre que pocos minutos más tarde usará una pistola de
modo fatídico, si bien contra sí mismo; solo el nombre, con el tal vez
involuntario juego de palabras, hace posible tal insinuación.
[7] En “De autos”, cuento que se construye a
partir de la estructura de una serie de actas o autos ministeriales, Victoriano
Salado Álvarez aprovecha los nombres tanto desde un punto de vista conjetural
como, finalmente, desde una identificación, incluida la del joven asesinado (Narrativa
breve, pp. 1-6).
[8] Miguel de Cervantes Saavedra, El
Quijote, 1975, p. 309.
[9] “Der Begriff Identität ist dabei, ählich
wie der des Individuums, bloss in einem technischen, gewissermassen
äusserlichen Sinn zu verstehen, nicht als Weseneinheit (Persönlichkeitskern,
Ich, Entelechie), sondern als Rekurrenz” (Lamping, op. cit., p. 24).
[10] Lamping, op. cit., p. 24.
[11] Speech Acts: An Essay in the
Philosophy of Language, 1969, p. 172 [“la singularidad y la enorme
conveniencia pragmática de los nombres propios de nuestro lenguaje reside precisamente
en el hecho de que nos capacitan para referirnos públicamente a objetos sin
forzarnos a plantear disputas y llegar a un acuerdo respecto a qué
características descriptivas constituyen exactamente la identidad del objeto.
Los nombres propios funcionan no como descripciones, sino como ganchos de los
que se cuelgan las descripciones. Así pues, la laxitud de los criterios para
los nombres propios es una condición necesaria para aislar la función
referencial de la función descriptiva del lenguaje” (Actos de habla, p.
176)].
[12] El capítulo 3 de este volumen,
“Caracterización”, ahonda en este punto.
[13] El poder descriptivo del apodo se cumple
en la última novela de Altamirano, El Zarco. Lo zarco incluye allí una
descripción física evidente (el color de los ojos) y una alusión moral
implícita (lo zarco como turbio).
[14] Ibidem, p. 25.
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