Blanca Luz Pulido
Cerca, lejos. Antología personal (1986-2013)
Aquí está el link donde podrán encontrar la antología de poemas que abordaremos en clase:
http://ceape.edomex.gob.mx/sites/ceape.edomex.gob.mx/files/Cerca,%20lejos.pdf
Selección de poemas de Blanca Luz Pulido,
Cerca, lejos. Antología
personal
(1986-2013)
Elegía donde llegan pájaros y templos
para Elsa Cross
para Elsa Cross
Rumor,
apenas canto.
Desde las ramas se eleva, surge
invisible
el sonido
de los
pájaros —voces
que
supieron desatarse de la tierra.
El
alboroto, algarabía del aire
se mezcla
en los relojes
despiertos
del asombro
y cambia la
marea de mis sentidos
en la
mañana que desmiente
la opacidad
—rumor de tinieblas—
de la
noche.
El mundo
se asoma y
desvanece en la memoria.
El pasado
vive en
estuarios al borde del invierno
y del
hastío.
Conciencia
suspendida, inerme
brota de
las piedras de la orilla,
atraviesa
países, siglos, huellas,
encuentra y
canta
la hondura,
fidelidad de lo que escapa.
El amor,
con sus óleos navegantes,
aromas de
mirto, guirnaldas y naufragios;
el aire
denso de ecos y rumores
y los
templos abiertos del deseo,
revelación
que el alba,
celosa de
un dios que abandonamos,
posterga
puntualmente cada día.
***
Memoria,
arde.
Borra tus
huellas,
fantasmas
para nadie
si el sol
no las sorprende con su incendio,
si no las
graba indelebles
en la
estela fugaz
de lo que pasa.
Dame
palabras como actos,
actos como
piedras,
piedras
como muros,
muros para
elevar un templo ubicuo y cierto
y en la
cumbre levantar la hoguera
de lo que
olvidé, lo que jamás fue mío,
lo que toco
y se disuelve sin cesar
en la
corriente de mi cuerpo hacia la vida.
Pero
escucha, memoria
y eleva en
estas ruinas,
en las
ramas de los árboles sagrados,
nuevas
voces
donde el
silencio calcine sus presagios,
y en el
centro del templo,
en el rayo
que atraviesa la mirada,
en el sol
negro, espejo de la luna,
guarda,
habitada
por pájaros y fuentes,
una estatua
de viento
donde pueda
fundir el cristal que me atraviesa
en el fuego
absoluto del instante.
Reino del agua
Cómo
nombrar tu pálido reposo, tu piel delgada entre mis
manos, tu
cuerpo que dilata su figura ciñendo al vaso que te
sigue. Te
pienso luz, reflejo que olvida en ti su ruta, gesto que
bajo el sol
desaparece, gobierno que derramas en el aire.
Cómo
guardarte en la memoria, con qué voz construirte si en
tus
distintos modos voy dejando fragmentos de mi imagen
tuya. Qué
esfuerzo, qué distancia amarte si mis ojos no
pueden
pedirte semejanza.
Dónde
buscar tu reino, dónde fundar tu transparencia si corres
de mis
manos, si mis ojos ignoran tus simas y su alto azul; cómo
fincar con
tu materia incierta, con tu figura ingrávida, con tu
piel que dispersas por el
aire.
Lector en sombra
Te imagino
solo, construyendo un silencio hostil al mundo, un
espacio
donde te entregas a descifrar estas líneas que quisieran
encontrarte.
Eres la
causa secreta de mis pensamientos. Mi vida es sólo una
prolongación
de la tuya; mis palabras aspiran a construirse ante
tus ojos, a
ser dóciles sombras que lleguen a ti como el camino
a los pasos
del viajero.
Si busco en
mis recuerdos el agua viva que corra entre tus manos
es porque
presiento que nada mío existe si no puede alcanzarte.
La penumbra
cómplice te envuelve. Te escondes del mundo
para acercarte
a mí, lo cambias por este laberinto porque sabes
que te
nombra, que te acecha. En alguno de sus muros existe
una
sentencia labrada sólo para ti.
Tú y yo
buscamos lo mismo. Indagamos en los mismos cuerpos
los
antiguos deslumbramientos.
Tus ojos atentos
prodigan signos que me inventan, nos inventan.
Vives en
cada acento, en cada trazo.
Estás en mí
sin pausa, lector de silencios, lector en sombra,
inquisidor de mis tinieblas.
A un lector
Si la palabra
perdida está perdida,
si la palabra
agotada está agotada,
si la no dicha,
nunca oída
palabra es
inaudita, impronunciada…
T. S. ELIOT
Prolongación
apenas de tus ojos,
me refugio
discreta en el silencio
con que
escuchas y miras mis palabras.
Sé que
extraigo de mí penosas sombras,
que imagino
secretas soledades
para fundar
la vida que aquí trazo,
el umbral
en espera
del súbito
prodigio.
Las
palabras remotas, las oscuras,
intangibles
palabras que no alcanzo,
que me
acechan sin voz y sin presencia;
ésas
quisiera darte, las ocultas,
las que no
he de vivir y ya he olvidado,
las que no
encontraré,
las que ya pierdo.
Memoria del mar
1
Innombrable,
innombrado,
invisible
en su desnudez siempre cambiante,
inmóvil en
su perpetuo movimiento:
mar de mis
ocultas tempestades,
mar de la
distancia y del encuentro.
De noche,
alguna vez, en algún puerto,
dormida en
el rumor de tu silencio
pude mirar
en sueños el recuerdo
de tus
constelaciones sumergidas,
mientras mi
sombra
abandonaba
el ancla de este cuerpo
y ensayando
su líquido linaje,
su
imaginaria libertad,
era una con
las rocas y la espuma.
Supo
entonces
(ahora lo
ha olvidado)
los
secretos del abismo
que tú
engendras
y conoció
los reinos
que la
bruma edifica y desvanece.
Ay, si mi
sombra
perdida en
tu misterio
hubiera
entrevisto
los oscuros
países que atesoras,
para
inventarse otro cuerpo
y olvidar
al que
dejaba dormido allá en la arena…
2
Tan breve
es el oleaje de la dicha
como
inasible el canto de todas las sirenas.
Perdido
está mi aliento entre tus brazos
que me
saben ceñir,
que
vuelven, que se han ido,
que sólo he
de soñar,
ausentes,
míos.
3
Navegan las
ideas, nocturnas lámparas
prendidas
de tus rítmicos vaivenes.
Mi vida es
sólo un gesto en tu memoria,
la figura
que, en vano y distraída,
una mano
sembró en la tibia arena.
Esta noche
quiero olvidarme y encontrarte,
ir y venir,
minera de tu cuerpo,
abandonando
mi nombre y mis edades,
habitante
del espejo
invertido de las cosas,
detrás de
tu cristal,
en el
paisaje
que toda
luz ignora.
4
Despierta
con el sol mi piel marina,
el único
recuerdo de este viaje.
El alba
no quiere
saber que ya te has ido;
sigue
trayendo los ecos
de
imposibles gaviotas
como
acentos en el cielo.
Pero sé
que estoy
en la ciudad,
sin ti,
sin mar,
y que este
cielo de acero suspendido
no ha de
mirar
el sol que
de tus playas se levanta.
Me rindo a
su marea,
mientras
las olas
empiezan a cubrir el
horizonte.
Sueño que no es
Una idea
en busca de
su forma
es capaz de
aumentar
si la miro
de cerca
y la dejo
caer
en la
tierra de mis ojos,
que buscan
siempre
lo que todavía
no existe.
A veces
me duele
hasta los huesos
esa
costumbre mía
tan amiga
del aire y los fantasmas
de andar
tejiendo sombras
que imagino
reales
con el
fulgor
de una
mirada,
con casi
nada,
con las
flores que el azar
hace nacer
y marchitarse
entre mis manos.
Silencio
Manantial
del que nace
la
presencia
Silencio
del origen
donde
la luz surge de nuevo
y
la voz calla
para
escuchar al mundo en su reflejo
Sólo
el silencio conoce los abismos
Silencio,
flor de lo invisible
que
mis palabras quisieran dibujar
Pero
el silencio elemental
que
nos precede y cifra
el
verdadero silencio del silencio
calla
siempre
Los
hombres
no
escucharemos nunca
su
secreto
Camino de palabras
Si
fueras el que yo pienso,
si
estas palabras construyeran con su sombra
la
inminencia
de
una revelación que ya he olvidado,
te
pediría
que
interrogaras la página
y
buscaras
en
el silencio de estas líneas
mi
silencio.
Pero
he perdido el rumbo,
ya
no me busca como antes tu mirada,
y
mis palabras,
errantes,
ya
no distinguen
el
reflejo del país de los sentidos
que
no visitaremos
tú
ni yo,
lector
en este espejo.
u
centro las estrellas. . .
La
noche oculta en su centro las estrellas,
como
el silencio esconde su sentido
La
rama pierde
el
invisible canto entre las hojas;
hay
que seguirlo, adivinando
la
móvil huella del ave que se escapa
que
calla
Es
otra tal vez
la
que ahora escucho
y
el verde que la rama dibujaba
ha
variado su acento con el viento
La
tarde es ya otra noche
el
mundo se muestra
se
oculta
palidece
y resurge
renacido
No
escucho al ave
pero
en la rama quedó impreso su vuelo.
Y
en la noche, que dibuja otro árbol,
las
estrellas son notas
que
derraman el eco que mis ojos escuchan en silencio
Luz de Sabines
Corazón a
la intemperie,
de tan
hondo,
de tan
vivo,
de tan nuestro,
manos
abiertas que dibujan
las sombras
y la luz
y lo que no
puede ser mirado.
Voz que se
atreve a cantar lo más sencillo
que será
siempre lo indócil, fugitivo,
como decir
luna perdiéndose en el agua
imprecisa y
tenaz de algún recuerdo.
Es el amor
cambiándose de espejo,
los
disfraces que nada disimulan,
es un ritmo
de aire y de palabras
que nos
sorprende y nos cambia y nos aumenta
y nos
trastorna y nos vuelca y nos alegra
y nos
revela otro tiempo en mitad de las heridas,
el gozo que
no supimos nuestro
y ahora
comprendemos y labramos,
definitivo
azar en la memoria.
Es también
descubrir toda la sangre
de
enfermedades secretas y cautivas,
el río de
muerte que yace en toda espera
que nos
alumbra y a veces
nos
condena.
Pero es
también, también y siempre
una sed que
atesoran los sentidos,
una miel de
palabras confundidas,
fundidas en
abrazos como frutas
que regalan
a sus ojos sus aromas,
sus amores
abiertos cara al sol,
entre la
gente,
nunca más
amor furtivo y solo,
sino
torrente y avalancha y grito
y
resurrección
ganada a
pulso entre las sombras.
Discretos
y al filo
del silencio,
en la
distancia
—imperceptibles
casi y de soslayo—,
se asoman
los sonidos
de un
instante
en la tarde
secreta de un domingo
o una
mañana
de inusual
y sorpresiva calma.
Cerrando
los ojos
—tan
abiertos siempre a la luz y la certeza—
tal vez
podríamos ver en esas notas
(¿una mujer
que canta,
un reloj
que de pronto
se detiene,
un segundo que estalla
en mil
astillas?)
los ecos de
un tiempo que se apaga,
que no ha
de entregar jamás sus dones
a los oídos
que en vano
interrogan
su ritmo imperceptible.
Apenas un
minuto, un parpadeo
y ya se han
ido,
como sueños
ajenos o fragmentos
de un mundo
que se aleja
o que tal
vez
se acerca
Autoconstrucción
Cada día
a sí mismo
se construye
cada minuto
se piensa
en el
minuto anterior y se disuelve
en el
siguiente
así
nosotros
nada
sabemos de mañana
y en la
celda del presente
que es
eterna
elaboramos
pasados y futuros
que nos
inventan cuando por fin llegamos
al señalado
día
que nunca
es igual al que forjó el deseo
y sin
embargo
es mejor
porque en verdad existe
y al fin
rescatados en su orilla
la realidad
es el aire en que respira
y late el
cuerpo
que ayer
pensamos nuestro y hoy
es otro
siempre
Disolvencias
Laten sin
peso
en el
silencio
La noche se
disuelve en luz
Nada nos
salva entonces
del rostro
en el espejo
y nunca
sabremos
lo que dejó
en la realidad
el sueño
***
Despertar a
los dones del momento
olvidando
el reloj de sombras del pasado
Entre un
día y otro
en medio de
cualquier instante
hay un
espacio sin forma ni color
ávido de
imágenes
donde nada
transcurre:
imaginar
entonces:
Jardines
errantes que nacieran
súbitamente
en medio del estruendo
como gotas
de verde en el desierto
Milagrosos
jardines
que
detuvieran de pronto los sentidos
para ver en
el aire suspenderse
los mágicos
baobabs así creciendo
hasta
fundir sus ramas con el cielo
Amanecer
entonces sin minutos
de tiempo
recortado, dividido
en empeños
siluetas ansiedades
en
espectros ausencias multitudes
y fundar
un tiempo
recobrado
unánime
indiviso
Y también
de esos sueños se despierta
Los días
cada día su
ansiado despertar
su voz que nos sorprende
su desierto
cada día su
ausencia
su temor
su hastío
su detenerse en la sed de la
inminencia
cada día naciendo
de sí mismo
agitándose en las sombras
cada día
aumentando en la mirada del que pasa
cada día
promesas que duran un instante
cada día
los recuerdos del fuego y la ceniza
cada día un
rosario de preguntas
un temblor
ya se siembra
otro regresa
cada día un
rencor se olvida y nacen mil
cada día
presta su luz al alba
cada día es
hijo y padre de otros días
que sin
ningún fruto en las manos
se
extinguieron
cada día
una pregunta se borra
en la
respuesta anterior,
en la
siguiente
cada día va
rodando en los relojes
que llegan
ciegos a cada mediodía
cada día
sin querer
llega a la
tarde:
cada tarde
la eternidad se conmemora
aún quedan
promesas, aún se puede
recoger la
cosecha y cerrar en paz las puertas
cada tarde
aplazamos la nostalgia
de lo que el
día no nos trajo en su corriente
cada día
nuestro
cuerpo se inclina y cede un poco
cada día
algún secreto nos alcanza
cada día
olvidamos algún día
cada día
nos acerca
al día que
extinguirá todos los días
al día en
que volverá cada verano
ese día
podremos
abandonar todo cansancio
y agradecer
el recuento
y la luz de cada día
cada día es
último
y viene del principio y fin del
tiempo
Gimnasia numeral
Agotados en
sus cifras
números van
y vienen,
tardíos,
indestructibles, monocromos
para mis
ojos que nunca bailaron
su danza de
sumandos
y
multiplicandos,
para mí
siempre minuendos
en la
infinita pereza de entenderlos:
saltan
alegres, próximos
y ajenos,
inventando un ritmo
en carnaval
aritmético y eterno:
el seis con
su monóculo de plata
y su pareja
indisociable, el nueve:
el ocho
dividido, esquizofrénico
que no
perdona
al tres,
sensual y explícito;
mientras el
cuatro avanza a saltos
el cinco no
decide su camino;
el siete se
suicida con la tilde
y el uno,
asténico,
se asocia
al opulento cero, siempre a dieta.
El dos con
su actitud de cisne
es el
número más bello de esta serie,
porque es
corona y cumbre de dos unos
que
olvidaron por un instante la agonía
de avanzar
en solitario
para
unirse, de nuevo únicos, a otros
y llegar
antes al mismo fin de todos,
en la
escritura que dicta el punto y coma
y nos
transforma en cifras que así siguen bailando
la danza en
que mis ojos
ya se
cierran,
cansados de
esta cuenta.
A un poeta
Para Eduardo Hurtado
Caminas
lentamente como viendo
una luz en
el fondo de ti mismo.
A tus pies
amanecen los vestigios
del mar
antiguo y salobre en el asfalto.
La llave de
una puerta
que se abre
obstinada
en un solar
vacío
es la cifra
y el reino
el polvo y
su heredad
reconquistados,
para tu voz
que navega
el paisaje
después de la tormenta.
Regresas
alejándote,
vuelves
como si no llegaras nunca,
te esperas
a ti mismo en todas las esquinas
de una
ciudad por desiertos habitada,
una ciudad
de recónditas mareas
donde la
noche inventa
las playas
que mañana
no habrán
de recordar
más que tus
sueños.
Así te miro
entre mareas de espejos
que
atraviesan murallas de sentidos
mientras
tú, ágil o cauto, gato y presa,
con el filo
de la espada entre tus días,
más
despierto que un ángel o un demonio
vas
trazando
laberintos,
ecos,
madrugadas,
cetros
que
derriban promesas y mandatos
y
construyes tu casa
con
reflejos que crean su propia ruta:
un espacio
que es de
nadie y de todos,
de quien lo
mire y lo ciña en la memoria,
de quien lo
habite
en sus
vaivenes mínimos,
en sus
placeres abiertos o invisibles,
en sus
amores de pródigos fantasmas.
Ya tus ojos
que miran
la mirada de las cosas
y tus manos
como redes
del instante
dibujan
en las
paredes, los muros, las ventanas
de esta
ciudad de naufragio y recomienzo
una
obsesión de luz, una certeza
que empieza
a advertir en la distancia
el gesto de
una tregua, un altar
para los
nuevos pactos
del fuego y
la ceniza:
la hora y
el sitio
de cada
secreta resurrección.
Abrir del mundo
A las seis
de la mañana, cada día, llega de una cercana avenida
de amplios
camellones arbolados el rumor tumultuoso de
cientos de
pájaros amanecidos. Ellos, precediendo al sol, son
el
verdadero abrirse del mundo. Su algarabía anuncia que
podemos
ascender del limo del sueño nocturno hacia el sueño
de la
vigilia, a otra página de luz del calendario.
Impreciso y pertinaz, el vocerío de
cantos que parecen
uno solo
aclara la sombra, definiendo en el cuarto, poco a poco,
los
contornos de los cuerpos y las cosas. Son las seis de cualquier
día, de
este universo o de otro cualquiera y ellos, unánimes y
antiguos,
siguen respondiendo, con una afirmación gigante y
sabia, una
pregunta que ya no escuchamos.
Del concierto se alejan de pronto
varios ejecutantes,
y llegan a
algún sitio detrás de mis ventanas, a una barda
contigua o
al patio, y me avisan, o así quiero creerlo, que hemos
atravesado,
cada cual a su manera, el abismo de la noche, y
estamos
aquí, salvos de nuevo en la playa de este día, despiertos
en la
resurrección de la presencia.
La tentación del mar
Siempre es
posible,
cualquier
fin de semana,
ir al mar
para caerse muerto
o para
soñarse vivo.
El mar es
el espacio de lo abierto,
donde
nuestra sombra nos olvida,
donde
sabemos que de pronto
puede
enredarse
en las
hojas de una palma
o diluirse
en arena, o llenarse de sal
y no acudir
al llamado
de volver
con nosotros
a la vida
que dejamos
para ir ese
domingo al mar.
¿Por qué
no, por qué no?,
parece
decir el ritmo de las olas.
¿Cuándo y
dónde es tu vida sino aquí?,
dice la
playa, repite la marea,
cantan los
cangrejos retrógrados y esas conchas
que
recogemos en el mar para acordarnos
del mar en
cuanto estemos de regreso.
A la vuelta
de esa
calle de pueblo que nada mira sino el mar,
dejé mi
sombra debajo de una piedra,
y se fue
volando tras alguna costumbre de gaviota
como una
más de las cosas
que los
niños ofrecen a los turistas en las playas
para vivir
un tiempo hurtado al tiempo.
Ahora tengo
siempre que volver
a mirarme
en las olas que regresan,
a cuidar
que el mar
nunca se mueva de su sitio
y visitarme
en él perdida y cierta
entre hamacas,
collares, caracoles,
palmas,
arena, gaviotas y pelícanos.
Peces del asombro
Para Gabriel Ramírez,
pintor de la absoluta luz
1
Delante de
los ojos nace un mundo
detenido en
colores desiguales:
nuevos
peces se cruzan en el aire.
Nada es lo
mismo aquí, nadie recoge
el mundo de
afuera que se tiende
anónimo
detrás de esa pared, callando
la
inquietud y el estruendo de estas luces.
Todo está
ahí, aquí,
el mismo
cuadro y otro
plural y
solitario, atravesando
la mirada
que, al tocarlo,
deshace y
funda el sentido
lo dispersa
2
Cada trazo
un pasado
cada
pasado, fruto del presente.
(Y sólo
mirando
el breve
espasmo de la muerte,
el vínculo
del tedio,
el desorden
del polvo,
renace el
misterio siempre incrédulo.)
3
Se dijo:
sea la luz, y fue el escándalo
amaneciendo
en llamas
como una
lámpara de sombras de oro:
mundos de
oscuros resplandores
de
indómitos andamios circulares
de aristas
inconclusas como el alba
donde el centro
nos acecha
y nos hiere en cualquier parte
4
Escribir el
cuadro al borde del sol,
desde su
incendio.
En medio
del sudor navegar alas patas gritos,
alucinado
azul en playas navegantes,
desmembrados
poetas descompuestos,
espectros
incómodos que el alba
deslíe en
los pinceles.
Contraluz
de la sorpresa
hilando el
tedio febril del trópico,
sus escalas
del color, sus acepciones,
sus
complejas mansedumbres: los engaños
donde
insectos laboriosos se acumulan
en los
bordes del cuadro
y lo
fermentan
5
No hay
tiempo que perder:
el mundo,
ráfaga que vira al amarillo,
sin aire
que separe a los objetos:
arriba es
abajo; hoy, eternamente:
miro el
cuadro y me baña su luz,
llenando de
sombras la tenaz vigilia.
Soy
ese personaje indefinido
de trazos confusamente
verdaderos
6
Verdes como
soles,
soles de
piedra,
piedras
flotando en un cielo
de oxidado
azul.
Mirando el
mundo el cuadro que me mira
me
transformo en sus márgenes cambiantes:
soy la arista, la piedra abandonada
la esquina donde se
deshoja el verde en ocres
7
Mundos en
tránsito:
revolotear
de insectos,
profusión
de cantáridas,
de ocultos
flamboyanes,
cuchillos
como voces
en la
amenaza de las horas.
Paisajes
que aprisionan los sentidos
huyendo
velozmente de su nombre:
formas en
vilo, colores insurrectos
abanderando
ejércitos de insectos
que cuelgan
de su telaraña roja;
por un
instante ciego, descienden
por ráfagas
al suelo,
se mezclan
se desbordan
se acrecientan
8
Nace el
cuadro
un poco a
la izquierda, más arriba,
nunca
solamente
en el
límite inseguro que lo alberga.
Miro en sus
aguas
los
extraviados peces del incendio,
los fragmentos
en fuga de sí mismos,
el trueno
entre las hojas, el sol verde y morado de la tarde.
Su color:
historia
que ni en
las noches se detiene,
sed que
permanece en el instante,
fulgor de
asombro
en medio de su propia
incandescencia
Los papeles de nadie
Para Juan Manuel Roca
Tal vez
algún día
guardaron
mensajes importantes,
recados
urgentes,
secretos.
Terminada
su tarea
ni siquiera
llegaron
al cesto,
ya no
digamos a la celosa gaveta
del
escritorio.
Se
extraviaron,
desaparecieron,
alguien se deshizo
de ellos.
El caos y
nadie,
sus
artífices,
los leen
ahora.
El árbol de la esquina
Para Alicia García Bergua
Me gusta
la calma
estatura de los árboles;
su manera
de estar ahí
como sin
proponérselo, obedeciendo
al lejano
gesto de un desconocido
de
sembrarlos ahí,
en ese
sitio elegido para ellos
por una
mano cualquiera,
o de haber
nacido
de la
dispersión de una semilla
llegada
desde lejos,
que vino a
germinar
en ese
bosque,
ese jardín
que, por un milagro,
se ha
mantenido a salvo
de sierras
y rascacielos.
Su crecimiento
es lento:
no hay
árbol instantáneo.
Estas
líneas quisieran
perderse
entre las ramas
de aquel
trueno,
alzado para
gobernar
la esquina
de mi calle
en este
atardecer de otoño.