martes, 20 de agosto de 2019

"Perspectiva", Zyanya I. López Meneses

Perspectiva
                                                                       

En onomástica, la construcción de perspectiva significa que al nombrar algo o a alguien el emisor está tomando una postura con respecto a lo nombrado. Tal postura se determina por factores no sólo contenidos en el objeto, sino en la percepción del sujeto. Pero antes de adentrarse en la perspectiva desde la onomástica, es importante comprender la perspectiva en general.
En su ensayo “Perspectiva narrativa: visión, interpretación y construcción de mundos”, Luz Aurora Pimentel revisa este concepto y lo define no solamente como “un principio de selección y restricción de la información narrativa”, sino como “un matiz hermenéutico desde donde se mira, se comprende e interpreta el mundo narrado y, por tanto, desde donde, además de mirar, se construyen mundos posibles”.[1]
Esto significa que la perspectiva incluye la visualización, quién ve, quién es visto y cómo se observa un objeto a partir de las determinaciones del texto, pero también mediante

todas las gamas de los límites y restricciones que se imponen en una visión de mundo [...] que van desde los límites naturales, biológicos de mi cuerpo como una entidad ubicada en un tiempo y en un espacio, de los filtros igualmente biológicos, verdaderos marcos-límite que constituyen los sentidos, hasta el horizonte conformado por mis prejuicios y mi pertenencia cultural e histórica a una comunidad.[2]

Si se toma en cuenta esta definición, se puede observar que las perspectivas son individuales —cada uno de los límites, los filtros, marcos-límite y horizontes son diferentes para cada persona— y por tanto que todo texto literario como representación de un mundo posible es una visión del mundo y posee perspectiva en todos sus niveles, dado que cada uno de ellos representa, a su vez, individualidades del relato. Dichos niveles pueden clasificarse, como lo propone Pimentel, en cuatro grupos: la del narrador, la de los personajes, la de la trama y la del lector. En la perspectiva por el nombre predomina el nivel de los personajes y el de los narradores.[3]


Grados de la nominalización como perspectiva
En el texto literario, ya sea dentro o fuera del mundo narrado, la nominalización puede provenir desde varias voces: narrador(es) o personaje(s).[4] En ambos casos resulta importante identificar de dónde procede la nominalización, ya que la perspectiva de quien enuncia o de quien denomina no siempre coincide con las de los demás actantes.
Para una mejor identificación de la perspectiva desde la que se narra, siempre se debe recordar que entre el discurso del narrador y el de los personajes existen diferencias.
El discurso del primero siempre se dará en el plano de la narración, por lo que la denominación de algún objeto o personaje siempre se hará desde este plano: 
Oliveira cebó despacito el mate. La Maga fue hasta la cama baja que les había prestado Ronald para que pudieran tener en la pieza a Rocamadour.[5]

Asimismo, debe tomarse en cuenta que el narrador puede tener dos perspectivas o focalizaciones que no siempre coincidirán, dado que operan en distintas temporalidades: habrá una perspectiva o focalización, el yo narrado, y habrá otra, el yo que narra. En el primer caso, el narrador se concentrará en adoptar una perspectiva tanto temporal como cognitiva del pasado, del momento en que sucedieron los hechos. Ello demuestra que la perspectiva es una figura dinámica y no estática a lo largo del texto; en el segundo caso (focalización del yo que narra), la nominalización se hará en la actualidad del narrador.
A su vez, el discurso del personaje, si quiere verse directo y no mediado por la narración, se realiza de manera dramática, como lo que ocurriría en una obra teatral; en tal caso la nominalización se dará necesariamente en un diálogo.
Sin embargo, estas dos formas no siempre se producen de manera directa en los textos literarios; en otros términos, tanto la perspectiva del narrador como la de uno o varios personajes pueden confundirse.
En principio, el discurso de un personaje y, por tanto, las nominalizaciones que éste haga, pueden verse mediados por la narración. Esto sucede con mayor frecuencia en el discurso directo y en el discurso indirecto libre, donde no sólo la voz del personaje y el narrador se confunden, dado que en el primer caso el discurso del personaje es mediado por el narrador, sino que en el segundo, el discurso de uno de los personajes se media por la narración de otro personaje que, a su vez, termina siendo mediado por el narrador:

[…] preguntándole [a Sancho] por don Quijote, les dijo cómo le habían hallado desnudo en camisa […] y que puesto que le había dicho que ella mandaba que saliese de aquel lugar y se fuese del Toboso […] había respondido [don Quijote] que estaba determinado de no parecer ante su fermosura fasta que hobiese fecho fazañas que le ficiesen digno de su gracia.[6]

 Nos encontramos primero con el discurso directo, que confunde la voz del narrador con la de Sancho, para después fundir la de Sancho, ya mediada por la narración, con la de don Quijote, a través de un discurso que es muy similar al indirecto libre.

Puntos de mira y CREACIÓN de perspectiva
Los puntos de mira[7] son los espacios desde los que se construye la perspectiva nominal. Estos espacios, a su vez, contienen los conjuntos de relaciones que se pueden establecer entre el emisor y el receptor por medio de la nominalización y que se configuran a partir de los límites, marcos y horizontes que rodean tanto al emisor como al receptor. De acuerdo con Lamping, existen tres puntos de mira y por lo tanto de perspectiva: 1) el social, 2) el ideológico y 3) el psicológico. 

1. El punto de mira social
Se refiere a aquellos roles de tipo colectivo o comunitario que influyen en la forma en que se nombra a una persona. Esta forma de nombrar pone de manifiesto las relaciones sociales entre el emisor y el receptor del nombre. Las relaciones son de diversos tipos.

1.1.  Cercanía o lejanía
La nominalización de cercanía o lejanía pone en evidencia cuánto se conocen o desconocen el uno al otro el objeto nombrado y el sujeto que lo nombra. Ejemplo de cercanía sucede en el cuento “Te adoro” de Cristina Peri Rossi, en el que desde el inicio se marca una relación de cercanía por el hipocorístico y que se concreta en la acción de un beso:

Le dije que le enseñaría la ciudad.
—¿De veras, Alex, lo harás? ¿Lo harás? –preguntó, entusiasmada y de un brinco saltó a mi lado, estampándome un sonoro beso en la frente.[8]
 
A lo largo del relato se descubrirá que Alex es profesor de la joven de 19 años que lo llama así. A pesar de ser una relación de alumna y maestro, la simple nominalización y la perspectiva correspondiente ponen de manifiesto la relación amorosa entre ambos.
Por el contrario, en El retrato del artista adolescente, cuando el narrador focalizado en la interioridad de Stephen Dédalus habla de su maestro, lo que encontramos es lo siguiente: “Era la hora de los problemas de aritmética. El Padre Arnall escribió un problema muy difícil en el encerado”.[9]
En ambos ejemplos aparecen profesores. Pero en el primero el nombre en diminutivo delata una relación de cercanía, mientras que en el segundo el rol social y el apellido marcan más bien una relación de lejanía.

1.2. Horizontalidad o verticalidad
Hablamos de una relación de horizontalidad o verticalidad cuando en su medio social, ya sea de un mundo real o de un mundo posible, el sujeto y el objeto nombrado se consideran como iguales (horizontalidad) o uno se considera superior a otro (verticalidad). Si bien Lamping señala que este es un punto de mira diferente al del uso de formas de tratamiento, como señor, don, etcétera, dichas formas suelen asimismo marcar una distancia social de horizontalidad o verticalidad.
Por ejemplo, en Las lanzas coloradas de Arturo Uslar Prieti, puede verse una relación de verticalidad entre un mayordomo y un esclavo por medio no de un nombre sino del uso de una forma de tratamiento (señor) frente a una denominación del simple nombre, lo que marca una distancia social:

—Venga acá, Espíritu Santo.
Casi arrastrándose, llegó hasta el mayordomo.
—Buen día, señor.
—¿Por qué no fuiste a decirme que habías regresado?
 —Sí, señor. Sí iba a ir. Ahorita mismo iba a ir.[10]

2. El punto de mira ideológico
Por punto de mira ideológico se entienden las visiones específicas del mundo que a pesar de ser individuales pueden coincidir con las de alguien más. Estas visiones del mundo ponen de manifiesto, también, relaciones basadas en la concordancia o no de cierta ideología, de simpatía-antipatía entre el emisor y el receptor. Estos conceptos resultan mucho más claros al utilizarse los términos de consonancia y disonancia que Luz Aurora Pimentel propone para clasificar la perspectiva del narrador.[11]
 Un punto de mira de simpatía podría resumirse en la existencia de una consonancia entre las perspectivas ideológicas tanto del emisor como de quien es nombrado. La simpatía radicaría precisamente en el hecho de que ambas perspectivas son consonantes o convergentes.
 Una antipatía en los puntos de mira se debería a que la perspectiva del que nombra choca con la del nombrado y hay una disonancia entre ambas.
La vida diaria muestra un ejemplo en los nombres de los eclesiásticos, por ejemplo, el papa. Si lo llamamos Jorge Mario Bergoglio, estaremos mostrando una perspectiva disonante con la de la Iglesia católica, puesto que nuestro punto de mira es de antipatía o al menos de distancia. En cambio, si lo llamamos Papa Francisco I, habrá una consonancia y simpatía o empatía de nuestra perspectiva con la de dicha Iglesia.
En el texto literario, aunque aludiendo a referentes reales, aparecería dentro de La guerra y la paz en donde, en su inicio, se nombra a Napoleón Bonaparte únicamente por su apellido, como muestra de lejanía y antipatía por el personaje. Sin embargo, durante el desarrollo de la trama la forma de nominalización se mezcla entre el nombre de pila y el apellido hasta quedar solo el nombre, puesto que cada vez hay una mayor simpatía, si no por la figura real, sí por la construcción literaria.

3. El punto de mira psicológico
El punto de mira psicológico se refiere al interés o desinterés que aquel que nombra puede sentir respecto a las acciones determinadas de cierta figura, sin por fuerza involucrar una consonancia o una disonancia con su forma de actuar o pensar. De hecho, existe una simpatía o consonancia de perspectivas, pero en el marco de un desinterés por interiorizar a quien se nombra. De igual modo, podría hablarse de una antipatía o disonancia, pero en la que se intenta interiorizar lo nombrado.
El uso de los nombres también puede poner de manifiesto si se narra desde una perspectiva interior o desde una exterior. Un ejemplo lo constituye la invariable denominación de Bartleby, en el cuento “Bartleby, el escribiente” de Herman Melville, puesto que muestra una distancia psicológica del narrador con respecto a su personaje: a lo largo de la trama este no despierta ninguna cercanía con el narrador.
Por supuesto, durante la narración no siempre se dará la misma perspectiva. El punto de mira será dinámico: a lo largo del relato y por los acontecimientos de la trama se darán modificaciones de perspectivas en los enunciadores, narradores, personajes, incluso en el lector, quien se ve impelido a elegir una manera de nombrar al personaje entre las varias que los demás personajes le van presentando.
 Ello ejemplifica lo que Bajtín llama polivalencia semántica, pues un punto de vista con perspectiva dinámica “crea la estructura polifónica de la novela: la multiplicidad de voces y de hablas. La multiplicidad de hablas es un hecho social, que encuentra acceso en la novela mediante la representación de humanos hablantes”, lo que contribuye a crear “un sistema estético completo”. La multiplicidad “de voces y de hablas alcanza una unidad intencional, aunque no verbal: orquesta el tema del autor.”[12]
La acción de nombrar no sólo sirve para identificar las voces o las figuras dentro del mundo narrado, sino que además produce también efectos que completan la narración y hacen más complejo ese mundo por medio de diferentes voces y concepciones de mundo que se entremezclan en el mundo narrado.

 
Las formas de NOMINALIZACIÓN como perspectiva
Ahora bien, como se vio en el apartado anterior, la perspectiva del nombre se establece a partir de un tipo de mira que, a su vez, refleja las relaciones entre emisor y receptor. Pero este nombre como creador de perspectiva puede aparecer de diversas formas en un texto, las cuales se deben abordar para localizar las perspectivas y las relaciones que cada una denota.

1. Tematización
La tematización del nombre contribuye a hacer explícita la toma de perspectiva del que nombra, aun cuando no toda tematización implicará una construcción de perspectiva y tampoco es cierto que toda construcción de perspectiva gracias al nombre ocurra sólo mediante la tematización.[13]
Un ejemplo de tematización como indicador de perspectiva sucede en “Lanchitas”, de José María Roa Bárcena; allí la tematización comienza desde el inicio y concluye con una nueva mención del nombre, pero ahora con una perspectiva que, sin embargo, no se esclarece para no arruinar el efecto fantástico del cuento:

Así le suelo contemplar todavía en el silencio de mi alcoba, entre las nubes de humo de mi cigarro; y me pregunto si a los ojos de Dios no era Lanchitas más sabio que Lanzas, y si los que nos reímos con la narración de sus excentricidades y simplezas, no estamos, en realidad, más trascordados que el pobre clérigo.[14]

2. Variación
Otra forma de perspectiva se da con la variación de los fonemas y morfemas del nombre.
El nombre oficial es sólo uno: cada persona tiene establecidos los fonemas, los morfemas, los términos legales de su nombre. Sin embargo, dado que la perspectiva es siempre una postura individual, permeada por diferentes elementos, un nombre propio puede tener tantas variaciones como voces haya en una vida de carne y hueso o en una narración.
Aquí no se está ante un cambio de nombre,[15] sino ante cambios de posturas frente a lo nombrado. Uspensky señala:

La respectiva toma de posición [ubicación] con respecto a una determinada persona se expresa sobre todo por la manera como es nombrada, en primer término mediante el nombre propio. Tanto en la literatura como en la vida diaria, la elección de una denominación sería la expresión de una determinada posición del hablante.[16]

En la perspectiva no se trata tanto de buscar el significado en sí del nombre como de identificar cada forma concreta y diferente que pueda llegar a tener, así como el potencial de sentido que transmita.[17] Esto tendrá que incluir el análisis también de cómo se dice y desde dónde, con todos los matices vistos en el apartado anterior.
De ese modo, lo más importante en el nombre como perspectiva es la elección que una voz hace de una variante del nombre entre otra.
         En la vida de carne y hueso o vida fáctica o mundo de la vida, una persona llega a ser conocida de más de diez modos diferentes a partir de su nombre propio (por lo común a partir el nombre de pila, pero también del apellido), según quien sea el interlocutor o conocido que la mencione y según sea la situación comunicativa desde donde se la mencione. En el texto literario es raro el personaje que, como Bartleby, sólo es nombrado de una sola forma y además con una denominación de un solo término.
         Por lo demás, cada forma puede tener diversos sentidos para diferentes voces. En el contexto familiar pueden darse apodos como muestra de cercanía o cariño, mientras que en otros lugares esto puede contener una intención de burla. Asimismo, el cambio de entonación o de gesto llega a modificar in situ la intención del hablante. El autor puede tematizar la entonación o el gesto (como solía hacerlo José Revueltas) o puede provocar que las puras palabras dichas y la situación comunicativa descrita o sugerida permitan al lector en-tender un cambio de sentido o al menos un matiz (como solía hacerlo Juan Rulfo).
Una misma voz o personaje puede denominar con variantes a un mismo interlocutor, según las circunstancias. Por ejemplo, en el cuento de Antón Chejov, “Obispo”, la madre del protagonista habla de “usted” a su propio hijo, dado que es un cura de alto rango, excepto cuando éste enferma y se vuelve vulnerable y entonces, sin decirlo, necesita un trato de tú y nombres que remiten a la infancia del prelado, cuando dependía por completo de su madre:

“¡Cuando le miraba ayer en el monasterio! ¡Dios mio!” Mientras que, conforme las circunstancias cambian y el obispo enferma y muere, la madre puede denominarlo de otras formas: “¡Pavluscha!, ¡Palomino! [...] ¡Querido mío!”[18]

A continuación, veremos las distintas variantes que puede llegar a tener un nombre o una forma de nominalizar para establecer diferentes perspectivas.  

3. El nombre completo
 Se refiere a nombres y apellidos como en el caso de Alonso Quijano, cuyo nombre completo derivará en el nombre del personaje, homónimo de la obra, Don Quijote de la Mancha. El nombre completo suele emplearse cuando la perspectiva es solemne, seria, formal, ya sea en situaciones comunicativas de carácter público ritual, protocolario, ya sea en situaciones que buscan imponer o sugerir un carácter de este tipo.

4. El nombre de pila
Sólo se conoce o se utiliza el primer nombre: como en el caso de los protagonistas del cuento “El almohadón de plumas” de Horacio Quiroga. En este texto únicamente se mencionan los nombres Alicia y Jordán, que designan a los personajes principales, pero nunca se aclaran sus apellidos. El nombre de pila suele remitir a situaciones caseras, familiares, íntimas, intimistas. Las variaciones a partir del nombre de pila pueden intensificar el efecto de casero, familiar, íntimo, sin demérito de que una entonación, un gesto o el contexto verbal (las otras palabras alrededor del diminutivo o del hipocorístico) provoquen o acarreen otras intenciones y otros efectos. En “Obispo” el diminutivo del nombre de pila apunta a una intensificación del efecto de familiaridad, de intimidad, ante un prelado muy enfermo y por lo tanto muy vulnerable.


5. apellido(s)
John H. Watson, a pesar de tener nombre, es llamado simplemente Watson por su amigo Sherlock Holmes. Normalmente el puro apellido produce un efecto de relación laboral, de oficina, de distancia, justo lo contrario del puro nombre de pila. Bartleby, el oficinista por excelencia de la literatura, es conocido por su apellido. Aquí también una entonación o un gesto o un contexto verbal pueden ser indicios de un cambio de intención, como cuando en la vida fáctica las esposas se refieren a sus hombres por el apellido. 


6. Con artículo determinado
En “El Chato Barrios”, cuento de Ángel de Campo, el artículo determinado forma parte siempre de las denominaciones que se hacen de él; jamás es solamente Chato Barrios. Pedro Páramo se refiere a su futura esposa como “la Lola”, indicio claro de desprecio y distancia. También Fulgor Sedano la llama así, pero de inmediato se corrige delante del patrón, no por respeto a ella (ausente), sino como signo de que está ya completamente subordinado a él (presente).


7. Lexema de cortesía y respeto
 Se deben considerar parte del nombre y de la perspectiva las formas de nominalización que incluyen lexemas tales como el Mr. Darcy en Orgullo y prejuicio, de Jane Austin, o el don Jacobo Baca en Ensalada de pollos de José Tomás de Cuéllar. También hay lexemas de falta de cortesía y de distanciamiento, como el “un tal” al inicio de Pedro Páramo: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”. Basta el “un tal” para que el narrador transmita la enorme distancia que lo separa de su padre. De ese modo, estos lexemas, como todos los demás elementos y utensilios lingüísticos empleados para crear perspectiva, aprovechan el principio pragmático de la economía: decir mucho con poco.


8. Títulos nobiliarios
Orlando, de Virginia Woolf, incluye a la Archiduquesa Enriqueta Griselda de Finster-Aarhorn y Scandop-Boom; Noticias del imperio, de Fernando del Paso, comienza con un sinfónico ejercicio onomástico, in crescendo, que implica una descripción de la identidad de la protagonista del monólogo en los capítulos nones: “Yo soy María Carlota de Bélgica, Emperatriz de México y América.”[19] Por el contrario, en La marcha Radetzky, de Joseph Roth, se le van quitando títulos y nombres al difunto Franz Joseph para que pueda ingresar en su última morada, ya no como cabeza del imperio austro-húngaro, sino como simple mortal. 


9. Hipocorísticos
Lolita, de Vladimir Nabokob, es un ejemplo de diminutivo famoso. Aquí se enfatiza el carácter infantil o por lo menos adolescente de la joven.

10. Apodos
Este ejemplo puede encontrarse en el cuento de Roberto Artl “El jorobadito”, cuyo nombre nunca conocemos; el personaje principal lo llama siempre Rigoletto, a pesar de la oposición del personaje. “El Carajo” en El apando de José Revueltas es otro ejemplo de personaje sólo denominado con el apodo. Este tipo de denominación puede crear una perspectiva de poca pertenencia a lo familiar. En La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa se produce claramente la presencia de las dos perspectivas: nombre de pila en la casa y apodo en la escuela militar. Por su amplio uso en las escuelas, el apodo tiende a producir una perspectiva como la que se tiene en dichos espacios.  

11. Autodenominación
 Un ejemplo de esta variante sucede en la novela de Julio Cortázar, Rayuela. A pesar de tener un nombre, el personaje prefiere que se le llame de otra forma: “—Yo me llamo Lucía pero vos no tenés que llamarme así —dijo la Maga”.[20] La autodenominación impone la perspectiva que de sí mismo tiene el persona-je autodenominado.

12. Ocupación o cargo laboral
Los comandantes Enrique Flores y Fernando Valle de Clemencia de Ignacio Manuel Altamirano, portan sus grados o cargos desde los títulos de los respectivos capítulos: “El comandante Enrique Flores” y “El comandante Fernando Valle”. En este caso, la perspectiva es sobre todo laboral, más que familiar o escolar, aprovechando que en el universo simbólico de Altamirano (y probablemente también en el México de entonces) la profesión de militar tenía mucho prestigio.

13. Género
Estos casos son escasos, dado que exigen que en la trama haya ocurrido un cambio de género en el personaje. En Serafita de Honorato de Balzac Serafitus aparece como hombre y un capítulo después aparece como mujer, Serafita. Al final, su nombre será Serafín, dada su condición de perfección como ente andrógino.

14. Sin nombre
En algunos casos, la ausencia de nombre también implica tomar una perspectiva hacia lo que se elige no denominar con un nombre propio o a lo que ni siquiera se sabe qué es, por lo que no se nombra. Tal es el caso de “El huésped”, de Amparo Dávila, cuyo nombre siempre se omite. Se trata de un ente que habita con los personajes: “era lúgubre, siniestro. Con grandes ojos amarillentos, casi redondos y sin párpados, que parecían penetrar a través de las cosas y las personas.[21]

En resumen, los nombres son muy útiles en la creación de perspectiva. El nombre como perspectiva depende de los grados y los puntos de mira desde los que se usa. Asimismo, la perspectiva puede mezclarse con otras funciones del nombre, como la tematización.
                                                                                                 Zyanya I. López Meneses




[1] Luz Aurora Pimentel, El relato en perspectiva, p. 121.
[2] Luz Aurora Pimentel, “Perspectiva narrativa: visión, interpretación y construcción de mundos”, en Constelaciones, op. cit., p. 66.
[3] No se tomará  en cuenta para este estudio la perspectiva de la trama, ya que si la definimos como un tejido de perspectivas que engloba tanto la de los personajes como del o los narradores, en ella existiría la conjunción, por tanto, de todas las nominalizaciones hechas por cada parte, pero la trama por sí misma no estaría nombrando. Tampoco se considerará la perspectiva del lector, pues el presente estudio se centra en el mundo narrado y, para hablar de una perspectiva del lector, deberíamos tomar en cuenta perspectivas y motivaciones fuera del mundo narrado, así como la conjunción de todas las perspectivas, incluyendo la de la trama, dado que es así como le llegan al lector. Estos aspectos pueden completarse con el apartado “Asignación del nombre” del capítulo 10, “Ubicación”, en este volumen.
[4] Recuérdese en todo caso que la voz del autor implícito abarca todas las demás voces. Este tema se desarrollará en el capítulo 10 de este volumen.
[5] Julio Cortázar, Rayuela (Madrid, Punto de lectura, 2007), p. 112.
[6] Citado en Pimentel, Constelaciones, op. cit. pp. 72-73.
[7] Lamping, op. cit., pp. 72-75.
[8] Cristina Peri Rossi, “Te adoro”, en Te adoro y otros relatos, pp.  69-91.
[9] James Joyce, Retrato del artista adolescente, p.7.
[10] Arturo Uslar Prieti, Las lanzas coloradas, p. 9.
[11] Cfr. Aurora Pimentel, El relato, op. cit., pp. 102-106.
[12] Lamping, op. cit., p. 79.
[13] Recuérdese que la tematización consiste (dicho sea de manera general) en la puesta en primer plano de un determinado asunto (desde un personaje hasta un tópico, recurso o nombre). Para Wolfgang Iser, la lectura es un tránsito incesante entre tema y trasfondo u horizonte, donde un asunto pasa al primer plano por un lapso breve o extenso y todos los demás aguardan en el trasfondo (véase por ejemplo “El proceso de la lectura: un enfoque fenomenológico” y véase asimismo el capítulo 9, “Tematización”, del presente volumen).
[14] José María Roa Bárcena, “Lanchitas”, en De la leyenda al relato fantástico, pp. 73-88.
[15] Para el cambio del nombre, véase el capítulo 11 de este volumen.
[16] Citado en Lamping, op. cit., p. 70.
[17] Recuérdese que el sentido es más amplio que el significado: el sentido se puede generar desde lo fónico, lo gestual, lo gráfico y en general lo semiótico, lo semántico, lo pragmático y lo cultural; mientras que el significado se genera sólo desde lo semántico.

[18] Antón Chejóv, “Obispo”, en Cuentos reunidos, pp. 1173-1191.
[19] Fernando del Paso, Noticias del Imperio, p. 8.
[20] Julio Cortázar, Rayuela, p. 112.
[21] Amparo Dávila, “El huésped”, en Tiempo destrozado, pp. 19-23.

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