jueves, 1 de marzo de 2018

"Arte poética en seis poetas latinoamericanos del siglo XX", Alberto Vital

Arte poética en seis poetas latinoamericanos del siglo XX. Alfonso Reyes, Vicente Huidobro, Jorge Luis Borges, Manuel Bandeira, Pablo Neruda y Jaime Torres Bodet


Alberto Vital


Introducción
Durante el siglo XIX abundaron las preceptivas en América Latina. La función o intención "preceptiva" se transmitió en prosa y en verso y buscó orientar a los autores y a los lectores en una época en que estos últimos eran aún muy

escasos y en que una élite en el ámbito de la cultura y de la literatura consideraba que había que dirigir a aquéllos, esto es, a los autores, acerca de la manera en que simultáneamente debían ampliar el número de éstos, es decir, de los lectores, y educarlos tanto para la vida como para la experiencia estética.1
      La creciente madurez del público y la irrupción de las vanguardias y de las nuevas condiciones políticas y culturales hicieron por lo pronto inviable que los escritores del siglo XX siguieran extendiendo sus dominios y sus prácticas hasta cubrir la misión de educadores de una sociedad a la que otras instancias, poco a poco, empezaban a instruir: de manera incipiente, el sistema escolar fue acaparando las tareas formativas y fue liberando de éstas a los autores latinoamericanos.
Para contextualizar el tránsito de la función "preceptiva" a la función "arte poética" me concentraré en el caso de nuestro país y luego repasaré textos de autores procedentes de cinco países: Colombia, Chile, México, Brasil y Argentina.
      La apertura de la Universidad Nacional de México en 1910 fue un punto culminante de la educación institucional. Ahora bien, la nueva casa de estudios contribuía a seguir preparando el terreno para que los escritores buscaran misiones distintas a las del decimonónico educador de los lectores; muy pocos años después sería posible provocar a éstos, obligándolos a abandonar una lectura rutinaria o automatizada y a ver a las instituciones públicas (desde los héroes de la Independencia hasta la Academia de la Lengua) como objetos de distanciamiento irónico, si no es que de franca burla. El escritor del siglo XX estaba llamado a reformular su relación con el Estado y con aquellos ámbitos públicos que él mismo o sus antecesores habían contribuido a erigir, y la burla y la ironía vanguardistas dejan interpretarse como parte de los reacomodos ante una nueva correlación de fuerzas en la construcción del imaginario colectivo, construcción en la cual los escritores y los artistas habían participado de manera preponderante a lo largo del primer siglo de vida independiente.
     El segundo decenio del XX concluyó, como es bien sabido, con el arribo de Álvaro Obregón a la silla presidencial y de José Vasconcelos a la cabeza de la educación institucional y de la cultura asimismo institucional. La apertura de la Secretaria de Educación Pública en 1921 acabó de hacer claro que en adelante la misión educativa correría a cargo de instancias no personales y no literarias, si bien tanto a los escritores como a los artistas se les abrió la puerta para que contribuyeran a las nuevas misiones institucionales, sólo que ahora lo harían en calidad de partes de un todo. El dato de que un escritor, Justo Sierra, fundó la Universidad Nacional de México y de que otro escritor, José Vasconcelos, fundó la Secretaría de Educación Pública es asimismo susceptible de entenderse como una prueba de que fueron los literatos quienes mejor tomaron conciencia de que era imprescindible institucionalizar definitivamente nuestra educación en general y la educación literaria y cultural en particular, lo que tendría esas dos consecuencias positivas: 1) la liberación del escritor del fardo de la educación diaria del pueblo desde los libros o desde las revistas y los periódicos y 2) la posibilidad para ese mismo escritor o artista de seguir siendo educador desde el aula o el taller, si así lo quería.2 Y, en fin, fueron ellos, escritores, quienes trazaron los caminos más consistentes hacia la educación pública y formal, venciendo todas las resistencias y todas las reticencias.
     Este contexto contribuye a explicar el cese de la función o misión "preceptiva" en la vida literaria mexicana, por lo menos en la medida en que dicha función se transmitía mediante las estrategias discursivas designadas y asignadas para ella por el siglo XIX: por lo común, en géneros como la crítica, el ensayo, el manual, el tratado, esto es, géneros no narrativos ni líricos ni dramáticos, sino más bien críticos y analíticos, aun cuando hay ejemplos de preceptiva en verso y en géneros de ficción dramática o narrativa (aquí mismo repasaremos un poema de José Asunción Silva); y sobre todo la estrategia de ser tan explícitos como fuera posible con respecto a la propia intención preceptiva y educativa. También aclara, a mi juicio, el surgimiento de un subgénero poético que, prácticamente invisible durante el siglo XIX, irrumpió en el XX justo cuando las vanguardias literarias y pictóricas buscaron ocupar ese primer plano del imaginario colectivo en el que siempre quisieron ubicarse y del que otros poderes, aparte de las ya mencionadas instituciones, empezaban a desplazar tanto a poetas como a pintores: primero el cine, luego el radio, más adelante la televisión. Ese subgénero es el arte poética.
Para ejemplificar y precisar lo anterior, citaré con suma brevedad un paradigma de preceptista decimonónico: Ignacio Manuel Altamirano pugnaba por la literatura nacional mediante géneros argumentativos y llevaba a la práctica sus ideas mediante géneros narrativos. Lo más distintivo de la función "arte poética" de la primera mitad del siglo XX con respecto a la función "preceptiva" del xix consiste en que no fue argumentativa o ensayística, sino que se ciñó a un género: la poesía. En otros términos, la función "arte poética" se transmitía mediante la forma "poema".
     En un corto e intenso lapso de poco más de tres decenios, entre 1916 y 1949, cinco grandes escritores latinoamericanos nos entregaron al menos un poema llamado "Arte poética": Vicente Huidobro, Alfonso Reyes, Manuel Bandeira, Pablo Neruda y Jaime Torres Bodet; un sexto, Jorge Luis Borges, ofreció su poema homónimo años después, en una demora que es en sí misma significativa.3 El análisis de los seis textos permitirá en las páginas siguientes ir matizando y afinando tanto las afirmaciones precedentes como las características del arte poética.


Hipótesis general
Mi hipótesis consiste en que el vacío dejado por la imposibilidad de seguir redactando y rindiendo preceptivas explícitas a la manera decimonónica se llenó por un período muy específico con el subgénero del arte poética, más adecuado para la primera mitad del siglo XX. De alguna manera el nombre de éste ratificó la filiación de ambas prácticas, quiero decir, de la preceptiva y del arte poética: "Arte poética" remitía a Horacio y a su célebre Carta a los Pisones, conocida universalmente como Ars Poetica. La transmisión medieval y renacentista de la Poética de Aristóteles había convertido un libro sustancialmente descriptivo en un volumen prescriptivo; en el siglo XIX, la Poética y el poema de Horacio aún llegaron a ser leídos como preceptivas. Ahora bien, la diferencia de tono entre la Poética de Aristóteles y la Carta a los Pisones de Horacio es indicio de los dos más grandes abordajes posibles del fenómeno literario: el del filósofo o teórico y el del poeta o creador. Ambos pueden ser críticos, pero lo son con un timbre distinto. Desde luego, el nombre "Arte poética" aproxima el subgénero de referencia a Horacio mucho más que a Aristóteles: poeta a fin de cuentas era aquél, como poetas fueron los seis líricos iberoamericanos, por más que ejercieran una gran variedad de géneros y hasta de oficios y por más que uno de ellos, Alfonso Reyes, practicara en El deslinde. Prolegómenos a la teoría literaria, de 1944, una prosa de talante explícitamente aristotélico. [...]

Acá el link para leer el artículo completo:
http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0188-25462011000100008

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