El epígrafe se refiere pocas veces de manera clara y directa al texto que exorna; se justifica, pues, por la necesidad de expresar relaciones sutiles de las cosas. Es una liberación espiritual dentro de la fealdad y pobreza de las formas literarias oficiales, y deriva siempre de un impulso casi musical del alma. Tiene aire de familia con las alusiones más remotas y su naturaleza es más sutil que la luz de las estrellas.
A veces no es signo de relaciones, ni siquiera de relaciones lejanas y quebradizas, sino mera obra del capricho, relampagueo dionisíaco, ventana sobre lo multiforme ininteligible.
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