by: Shekoufeh Mohammadi Shirmahaleh
Universidad
de Alicante
PALABRAS CLAVE: REPETICIÓN, ICONICIDAD, ÍNDICE ICÓNICO, METÁFORA
ICÓNICA, DELEUZE
Resumen: La repetición causa efectos semánticos importantes tanto en
el aspecto fonético como en el escrito, y estos impactos comprenden un
amplio territorio. Entre estos efectos, sobresale el tema de la iconicidad
en su sentido peirceano; es decir, la manera que la repetición puede
funcionar como un signo icónico que exige una interpretación profunda,
no sólo de los elementos reiterados, sino también de la totalidad del
contexto en el que se da este fenómeno. Los efectos más llamativos de
dicho recurso son la intensidad, la longitud y la función metafórica, y
todos ellos poseen características icónicas diferentes; por tanto, la
teoría
de Deleuze respecto a ella puede considerarse como la más interesante
referente a la repetición icónica.
Tanto en los discursos
cotidianos y de índole popular, como en los
textos literarios, la repetición es un elemento presente en una u
otra forma; ésta causa efectos semánticos importantes tanto en el
aspecto fonético como escrito, y estos impactos comprenden un amplio
territorio: desde la de fonemas en las onomatopeyas y la aliteración
hasta la de palabras y frases enteras que, a veces, además de causar
efectos semánticos, dan lugar a efectos visuales con interpretación icónica
debido al alargamiento de unidades lingü.sticas.
A continuación observaremos algunos de estos efectos semánticos,
entre los cuales sobresale el tema de la iconicidad en su sentido
peirceano;
es decir, la manera en que este recurso puede funcionar como un
signo icónico que exige una interpretación profunda, no sólo de lo
repetido, sino también de la totalidad del contexto en el que se da este
fenómeno.
REPETICIÓN E INTENSIDAD
Sobre el por qué y el para qué de la repetición existen varias opiniones,
pero todas coinciden en que su utilidad más inmediata es la de
producir significación más allá de los propios signos lingüísticos.
Michael Riffaterre la considera como un icono simbólico que puede
representar intensidad o movimiento: “Repetition is in itself a sign:
depending as it does upon the meaning of the words involved, it may
symbolize heightened emotional tension, or it may work as the icon
of motion” (49).
De esta manera, al repetir una palabra se intensifica en la mente su
significado más cercano, además de que se crea una sensación de mo-
vimiento y de dinamismo. Iván Fónagy comparte la idea de la intensidad,
exaltando la capacidad de dicho recurso para atraer el interés del
lector a un mensaje que podría, en principio, pasar desapercibido:
“repetition intensifies the message. Permanent messages escape the
attention of both speaker and hearer: they are unconscious. And inversely,
they are permanent because they express unconscious mental
contents” (296).
Entre los lingüístas que consideran la intensificación como el cometido
primordial de la repetición están también Günter Rodhenburg: “both
repetition/duplication and phonological lengthening are likely to be
used for purposes of intensification or even pluralization” (264) y
Wolfgang
G. Müller: “excessive emotion is iconized by an excessive repetition
of a word” (312).
En el siguiente poema de Antonio Machado, “Amada, el aura dice”,
podemos observar un caso de repetición con efectos de intensidad y
énfasis:
Amada, el aura dice tu
pura veste blanca… No te
verán mis ojos; ¡mi
corazón te aguarda! El
viento me ha traído tu
nombre en la mañana el
montaña… No te verán
mis ojos; ¡mi corazón te
aguarda! Los golpes del
martillo dicen la negra
caja; y el sitio de la fosa,
los golpes de la azada…
No te verán mis ojos; ¡mi
corazón te aguarda!
(Soledades. XII)
Como puede verse claramente, los versos “No te verán mis ojos; ¡mi
corazón te aguarda!” se repiten en tres ocasiones, cada vez cerrando un
segmento del poema; en éste es la vivencia de la muerte de un ser
querido que se expresa, en la primera parte, en forma de imagen visual
de la muerte de la amada, con su “pura veste blanca”; en la segunda, el
yo lírico recuerda la presencia en vida de la amada, oye el eco de sus
pasos; finalmente, en la tercera describe la imagen —esta vez sonora—
del entierro de dicha persona.
Los versos que se repiten expresan la triste certeza de que no volverá
a ver a su amada, pero también la esperanza y el anhelo de su corazón
de volverla a encontrar. Las repeticiones de los mismos versos en las tres
partes del poema intensifican la idea de la ausencia y muerte de la amada,
así como de lo que siente al respecto; incluso da la sensación de que en
la segunda y tercera parte del poema están cada vez más cargadas de
emoción y expresan con mayor intensidad el despecho y la tristeza y, al
mismo tiempo, la esperanza.
De este modo, las palabras repetidas se convierten en la representación
directa, y por lo tanto en iconos de estos sentimientos e imágenes
poéticas intensas. Aquí, el representamen icónico (la repetición) es
una imagen de su objeto (las emociones), en virtud de una cualidad de
primariedad (la intensidad) que comparte con él, y por ello es un icono
de imagen. Empero, la repetición como elemento que cancela el discurso
podría tener también un carácter de metáfora, lo que podría considerarse
como el principal valor de estas repeticiones de fórmulas, a
saber, sustituir o mejor dicho representar al “no puedo decir más”,
y también al “lo que digo es fatídico”, como el “doblar de las mismas
campanas”.
La reiteración de los mismos tipos de discurso, por otra parte, puede
implicar lentitud o incluso longitud, como ocurre en la novela Ochered
(La fila) de Vladimir Sorokin, analizada por Andreas
Ohme: “The constant
repetition of the same type of utterances serves to point out the
length of the quene and the repetitiveness of what happens in it” (158).
Aquí la idea de intensidad sigue presente, ya que de alguna manera
la repetición intensifica la longitud del tiempo o del espacio. En un
precioso
poema de Federico García Lorca, “Ciudad sin sueño”, encontramos
algunos ejemplos con efectos tanto de intensidad como de longitud. El
poema empieza con estas palabras: “No duerme nadie por el cielo. Nadie,
nadie./ No duerme nadie” (166).
En un principio, la propia repetición de la palabra nadie (en cualidad
de repetición de lo mismo, como veremos a continuación en Gilles
Deleuze) provoca el efecto de énfasis y por lo tanto de intensidad y de
insistencia; sin embargo, a lo largo del poema, estas dos estrofas enteras
reaparecen cuatro veces; en dos de ellas: “No duerme nadie por el cielo.
Nadie, nadie/ No duerme nadie”, y en otras dos: “No duerme nadie por
el mundo. Nadie, nadie/ No duerme nadie”.
Esta persistencia en lo repetido —considerando
el contenido del
poema que contrasta la vida con un sueño (“No es un sueño la vida”) y
que al mismo tiempo describe la imagen de la eternidad y el molesto
insomnio de la muerte— puede considerarse como una
representación
de la longitud de la vida y de la muerte (más de la segunda que de la
primera) en cualidad del sueño que, uno no es (la vida), y el otro no
puede ser (la muerte). Además, el uso de las palabras mundo y cielo,
como imágenes de totalidad y amplitud, y de eternidad, respectivamente,
enfatiza la idea de la duración en el tiempo o, en otras palabras,
de longitud temporal.
En resumen, la repetición de la palabra nadie
iconiza la intensidad y
el énfasis de la idea de que la vida no es, o no ha de considerarse, un
sueño, y de que nadie duerme, o debe dormir y soñar; por su parte,
la reiteración de los dos versos en cuatro ocasiones —como si de los
cuatro ángulos de un cuadrado perfecto se tratase— iconiza la idea de
lo amplio, infinito e impasible de esa ciudad sin sueño que es la vida, y
al mismo tiempo la muerte misma.
DELEUZE Y LA REPETICIÓN
La función icónica de este recurso no se limita a las citadas
anteriormente,
de hecho, también puede plantearse una distinta naturaleza para
el propio acto de repetir, diferente de lo convencional. La propuesta
más interesante y profunda al respecto es la que ofrece Deleuze, según
este autor, la repetición que merece nuestro interés no es que se duplique
lo mismo, sino que concierne a unidades singulares y no intercambiables.
Es decir, los elementos repetidos no son equivalentes o semejantes,
sino que sencillamente pueden parecerse del mismo modo que se
asemejaría un reflejo o un eco a su objeto. Así, tratar la repetición es
tratar la diferencia entre las unidades que aparecen en distintas
ocasiones:
“Se oponen, pues, la generalidad como generalidad de lo particular,
y la repetición como universalidad de lo singular” (22).
Deleuze distingue dos tipos de repeticiones muy distintos: la de lo
mismo y la de lo diferente. En sus propias palabras:
Una de esas repeticiones es la de lo mismo, y no tiene diferencia sino
sustraída y sonsacada; la otra es la de lo Diferente, y comprende la
diferencia.
Una tiene términos y lugares fijos; la otra comprende esencialmente
el desplazamiento y el disfraz. Una es negativa por defecto; la otra
positiva y por exceso. Una está constituida por elementos, casos y veces,
partes extrínsecas; la otra por totalidades invariables internas, grados y
niveles. Una sucesiva de hecho; la otra coexistente de derecho. Una es
estática; la otra, dinámica. Una, en extensión, la otra, intensiva. Una
ordinaria;
la otra notable y con singularidades. Una es horizontal; la otra,
vertical. Una está desarrollada y debe ser explicada; la otra está envuelta
y debe ser interpretada. Una es una repetición de igualdad y de simetría
en el efecto; la otra, de desigualdad como de asimetría en la
causa. Una es una repetición de exactitud y de mecanismo; la otra, de
selección y de libertad. Una es una repetición desnuda que sólo puede
enmascararse como agregación y a posteriori; la
otra es una repetición
vestida, cuyas máscaras, desplazamientos y disfraces son los primeros,
últimos y únicos elementos. (423)
De esta manera, aplicando la opinión de Deleuze al lenguaje, las
palabras o unidades lingüísticas repetidas no necesariamente son
duplicaciones de una misma cosa, de un mismo objeto; así, pueden
considerarse no como un solo signo, sino como varios, dotados de
interpretación independiente. Ahora bien, es más probable que los efectos
producidos, y anteriormente citados, surjan de la idea de repetir un solo
objeto; es decir, del hecho de verlo como un medio para enfatizar e
intensificar cierto mensaje y que puede deberse a la idea de que, mediante
la reiteración de un elemento se repite, se multiplica, varias veces y
solicita más atención, se enfatiza dicho elemento.
Como ejemplo podemos citar los últimos tres versos de “La sombra
de mi alma”, de Lorca, donde leemos: “¡Ruiseñor mío!/ ¡Ruiseñor! ¿Aún/
cantas?” (99).
Aquí, el que la palabra ruiseñor aparezca en
varias ocasiones parece
coincidir con la idea de repetición de igualdad, ya que ésta, tomada en un
solo sentido, al repetirse ejerce lo que Deleuze denomina una fuerza de
atracción sobre la propia palabra; de esta manera, la enfatiza y la pone
todavía más en el centro de atención. En palabras de este autor:
[…] en cuanto a la repetición de una misma palabra, debemos considerarla
como una “rima generalizada”, y no entender la rima como una
repetición reducida. Esta generalización tiene dos procedimientos: o bien,
una palabra tomada en dos sentidos asegura una semejanza o una identidad
paradójica entre esos sentidos, o bien, tomada en un solo sentido,
ejerce sobre sus vecinas una fuerza de atracción, les comunica una
prodigiosa
gravitación, hasta que una de las palabras contiguas releve a la
otra y se convierta, a su vez, en centro de repetición. (50)
Otro buen ejemplo de esa rima generalizada, conseguida mediante la
repetición de igualdad, lo encontramos en el siguiente poema de Jorge
Luis Borges: “Una despedida”, contenido originalmente en el libro Luna
Tarde que socavó nuestro adiós.
Tarde acerada y deleitosa y monstruosa como
un ángel oscuro.
Tarde cuando vivieron nuestros labios en la
desnuda intimidad de los besos. (60)
Como podemos observar, la reiteración de la palabra tarde crea esa rima generalizada que no se limita sólo a repetirse, sino que —como bien aclara Deleuze— da más peso al concepto
reiterado. Esa tarde de la
que habla Borges en estas líneas —mediante
la insistencia del signo
lingüístico, que la presenta como un objeto inmediato de un punto posible
en el tiempo y en el espacio— se
multiplica para ampliar su sentido, y al
mismo tiempo, para ofrecernos más información cada que aparece dicha
palabra; sin embargo, no llega a ser una repetición diferente, ya que
carece del dinamismo que caracteriza este tipo de repeticiones (como
veremos en ejemplos a continuación). Así, como hemos dicho, aumenta
la carga informativa del signo lingüístico repetido tarde a medida que
aparece, sin modificar el propio concepto de tarde.
En otros términos, la palabra tarde, en todas
sus menciones en el
poema, significa una misma tarde, la de la despedida, y así el signo no se
ve significativamente modificado en sus repeticiones; empero, desde el
primer uso de la palabra hasta su tercera aparición, el término cada vez
nos dice más, se vuelve más explícito. Si en un principio es sencillamente
la “tarde que socavó nuestro adiós” como un resumen de lo que significó
este específico punto de tiempo para el yo lírico, luego se describe como
“Tarde acerada y deleitosa y monstruosa como/ un ángel oscuro”, y de
este modo la palabra contiene también la experiencia visual simbólica
de este punto de tiempo; en la tercera repetición, además de lo
anteriormente
dicho, la palabra contiene una referencia a lo que vive en este
momento y así da más intensidad e incluso aclara más el significado de
su primera y segunda aparición en el poema.
Así, como ocurre con la repetición de igualdad de Deleuze, la palabra
tarde “ejerce sobre sus vecinas una fuerza de atracción” (50) y, por lo
tanto, es más relevante cada vez que aparece, por lo que sigue siendo
una repetición de “simetría en el efecto” (423).
Por otra parte, el segundo tipo de repetición —según Deleuze (119)—
es portador de mensajes muy amplios e importantes, en este caso, las de
un signo no sólo son su continuidad, sino también su perfeccionamiento
y, en su conjunto, invitan a una interpretación más bien abductiva
que alcanza su claridad máxima a través del descubrimiento y
desenmascaramiento de las unidades repetidas, de este modo se crea
una diferencia dentro de la repetición, una que es “interior a la idea”, y
así la palabra “se comprende a sí misma en la alteridad de la idea, en la
heterogeneidad de una presentación”. Eso armoniza con cierta frase célebre
de Hume: “la repetición no modifica nada en el objeto que se repite,
pero cambia algo en el espíritu que la contempla” (119).
Así, si la primera repetición es de elementos sucesivos independientes,
la segunda es “una repetición del Todo, en niveles diversos coexistentes”
(139). En el fragmento final del poema “Noche” de Machado podemos
encontrar los dos tipos de ella:
Siempre fugitiva y siempre
cerca de mí, en negro manto
mal cubierto el desdeñoso
gesto de tu rostro pálido.
No sé adónde vas, ni dónde
tu virgen belleza tálamo
busca en la noche. No sé
ni de quién haya entreabierto
tu lecho inhospitalario.
.............................................
Detén el paso, belleza
esquiva, detén el paso.
Besar quisiera la amarga,
amarga flor de tus labios.
(Soledades. XVI)
Como puede observarse, varios elementos del poema indican que el
yo lírico habla del último adiós de una persona amada: el desdeñoso
gesto del rostro pálido, mal cubierto con una manta negra, la belleza
virgen que busca su tálamo en la noche, los párpados cerrados en un
sueño desconocido, y el lecho inhospitalario donde yace esta persona.
En el fragmento final, dos repeticiones llaman la atención: “detén el
paso”, por un lado, es la intensa y enfática expresión de su deseo de
retener a la amada (frente la negación de ella a hacerlo), de impedir
que se vaya para siempre; y, por otro, es el deseo incumplido del yo
lírico en otros adioses, en otros momentos de separarse de ella, ya que
ha sido “siempre fugitiva”, una “belleza esquiva”.
De esta manera, es posible hacer dos lecturas de las primeras dos
estrofas del fragmento final: “Detén el paso, belleza esquiva”. En un
principio, se puede entender como la exclamación tantas veces repetida
por el yo lírico, dirigida al objeto de su amor, cada vez que se esquivaba
de su lado, y en este sentido se convierte en el icono de muchas otras
repeticiones. Por otra parte, puede leerse “belleza esquiva, detén el
paso”, esta vez interpretándolo como este último adiós de lo que he
mencionado, y tomando “belleza esquiva” en dos sentidos: tanto en el
de una metáfora poética de la amada bella y fugitiva, como en el de la
belleza menguante de un rostro sin vida. Así, la reiteración de la frase
“detén el paso” sería una repetición diferente e icónica, que permite la
existencia de un mismo concepto en diferentes ejemplares.
Asimismo, hay otra repetición en las dos últimas estrofas: “Besar
quisiera la amarga,/ amarga flor de tus labios”. Aquí la palabra amarga
produce, ante todo, el efecto de intensificar el sentimiento de pena que
siente el yo lírico: la amargura del adiós, la de la muerte, la de ver
marchita
la flor de los labios de la amada, etcétera. Así, la insistencia de esta
palabra ejerce la fuerza de atracción, la gravitación de la que habla
Deleuze
en el caso de lo mismo; por lo tanto, así como ocurre con el
poema de Borges que observamos anteriormente, el ejemplar repetido
de amarga se vuelve más informativo, más intenso, sin
dejar de ser un
mismo concepto.
LA REPETICIÓN DIFERENTE E ICONICIDAD
La repetición diferente pone el contexto más allá de sí mismo y le permite
existir en otros tantos ejemplares o, en otras palabras, bajo diferentes
representaciones. Es aquí donde cada elemento reiterado llega a
ser el icono del otro. Según Deleuze: “Cada imagen o pretensión bien
fundada se llama representación (icono), ya que la primera en su orden
es todavía la segunda en sí, en relación con el fundamento” (403).
Es decir, mientras la palabra misma es el signo de un concepto, de
una idea, su repetición es el icono del mismo signo, y, de este modo, el
de la idea representada mediante signos lingü.sticos, pero siempre con
la ventaja de aportar algo nuevo a aquello a lo que representa,
sobrepasando
sus límites y expandiendo su sentido. Como si el significado
concreto que representa una palabra descubriera otros aspectos de su
propio sentido a través de su repetición; así, la que es diferente iconiza
el
signo lingü.stico en varios niveles; en primer lugar es, evidentemente,
un icono de imagen, pero su carácter icónico rebasa este marco: es la
imagen del signo que representa y algo más.
Aquí, de nuevo, la repetición del signo lingü.stico como icono implica
e invita a una interpretación más allá del sentido del signo y así se
convierte
en un índice icónico que señala que el signo repetido es la máscara,
el disfraz de un concepto que pide ser descubierto, de esta manera,
su insistencia crea esa tensión semántica de la que hemos hablado en
otros casos, por tanto es parte indispensable de la metáfora. En otros
términos, la repetición como icono del signo repetido se le parece no sólo
a nivel de imagen, sino también en ese otro aspecto del cual nace la
metáfora.
Observemos este fragmento del “Romance sonámbulo” de Lorca:
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda,
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas le están mirando
y ella no puede mirarlas.
(130)
El romance comienza con la palabra verde,
como si nada más al
empezar el poeta llamara nuestra atención acerca de que el romance
entero se ha de interpretar bajo la luz de ese color que se proyecta sobre
las palabras a lo largo de todo el poema. Así, para empezar, verde es
una metáfora icónica peirceana —o
incluso quizás un anagrama, habrá
que investigarlo— del poema entero y por lo
tanto, una metáfora de
todo lo que puede significar verde como signo
lingüístico.
El concepto que entendemos por dicho color es, ante todo, uno que
solemos identificar con la naturaleza viva y fresca; incluso solemos
interpretarlo
como el propio símbolo de lo vivo o de la vida en sí. De esta
manera, cuando leemos “Verde que te quiero verde” podemos suponer
que el yo lírico desea que la persona a la que se dirige esté llena de esa
fuerza vital; y con “Verde viento. Verdes ramas”, nos puede parecer que
habla de las ramas verdes, cubiertas de hojas con la misma pigmentación,
de un árbol vivo y sano donde sopla el viento verde
vivificador;
pero no tardamos mucho en descubrir que lo que está sucediendo en el
poema es otra cosa, y este descubrimiento se alcanza mediante las
repeticiones diferentes —como lo llamaría Deleuze— del adjetivo verde.
Cuando avanzamos en la lectura del presente fragmento, el poema
nos revela que la visión de Lorca de verde,
más que con la vida tiene que
ver con la muerte; es este verde en términos de falta de rojo (curiosamente
el color complementario de aquél): color de la sangre que corre por
las venas de un cuerpo vivo y da a la piel el rubor de lo saludable, de lo
vivo. Así, “verde carne, pelo verde”, seguido de “ojos de fría plata”, sin
duda significa que ella en su baranda está
durmiendo el sueño de la
muerte, lo que se manifiesta también en el color verde muerto de su
cuerpo. De hecho, la parte final del fragmento no deja lugar a dudas
—si las hubiera— de que ella está muerta:
bajo el dominio de la luna
(símbolo evidente de la muerte en la obra de Lorca), “las cosas la están
mirando/ y ella no puede mirarlas”.
De este modo, nos vemos frente a dos interpretaciones totalmente
diferentes y contradictorias de una misma palabra, tomada en un mismo
sentido: el color verde. El representamen lingü.stico de ese color alcanza
una mayor claridad y se descubre a sí mismo en su pluralidad y mediante
su repetición diferente, que es esa “repetición del Todo, en niveles
diversos coexistentes” (139). Así, cada signo repetido es el icono de la
totalidad
del poema, uno metafórico que representa la experiencia poética
del yo lírico del adjetivo verde, como un todo, más
que mero adjetivo;
como una luz, la única, junto a la de la luna, que no deja al lector otra
opción que ver las cosas como el poeta quiere, y como las expone.
En otras palabras, la luz verde se proyecta, entra en el poema como
entra la luz por un prisma y se pluraliza en todos sus versos para encender
en diferentes esquinas la verdad de todas las palabras, de todo el
cuerpo del poema. Así, hay que proceder a una lectura distinta, hay que
reinterpretar el poema de nuevo, sabiendo, para empezar, que ni las ramas
están vivas ni el viento es vitalizante. De este modo, la repetición
diferente de verde funciona como una metáfora
peirceana; en un principio,
porque se desempeña como este índice metafórico del que hablaba
Michael Cabot Haley (The Semiosis of Poetic
Metaphor), el cual
nos invita al descubrimiento del icono metafórico; y por otra parte, como
hemos observado, cada aparición de la palabra se convierte en la metáfora
de los demás ejemplares repetidos, que a su vez metaforizan la vivencia
poética del yo lírico y que requieren la interpretación de la
totalidad del poema bajo la ley de la metáfora icónica.
Por consiguiente, la repetición es la metáfora del signo repetido. Así,
su interpretación es el descubrimiento creativo y abductivo de la idea
oculta bajo una serie de signos icónicos sucesivos que en su continuidad
y reapariencia completan y perfeccionan al signo que tienen como objeto.
Para concluir, Deleuze compara la repetición con la obra de arte, donde
la obra, por más que se parezca a una realidad, siempre conlleva algo
más y va más allá de una pura imitación o presentación, para alcanzar el
hecho de representar:
El arte no imita, pero ante todo porque repite, y repite todas las
repeticiones,
valiéndose de una potencia interior […] Hasta la repetición más
mecánica, más cotidiana, más habitual, más estereotipada encuentra su
lugar en la obra de arte, estando siempre desplazada en relación con
otras repeticiones, y a condición de que sepa extraer de ella una
diferencia
para esas otras repeticiones. (431)
Aunque la mera ilusión de que verde pueda
significar vida, por su
presencia junto a las palabras ramas y viento
como elementos de la
naturaleza, nos puede sugerir que a lo mejor están presentes los dos
significados de muerte y vivo; es
decir, quizá podamos interpretar que el
yo lírico quiere que lo verde muerto sea verde
vivo, cuando dice “verde
que te quiero verde”.
Acorde con esta idea de repetición como representación, en las observaciones
de Ángel Herrero Blanco, en “La repetición y el discurso interio”,
donde este recurso de algún modo provoca un sentimiento de evidentia,
volviéndose hacia el interior y la psique llega a ser la representación
viva
de un mundo posible, una confirmación de verdades por descubrir:
La resolución problematológica del mundo posible en el discurso, por
el que éste se hace su propia verdad, la confirmación de esa verdad,
provoca un sentimiento de evidentia, de representación
viva del estado
psíquico. La repetición estricta, la iteratio,
es una figura fundamental del
discurso interior.
CONCLUSIÓN
De este modo, la repetición —independientemente
del punto de vista
del que se le observe, sea como un elemento de insistencia y de énfasis,
o como el elemento trascendental que lleva el signo más allá de sí— es
uno icónico-metafórico. En el primer caso, es el índice metafórico causante
de tensión semántica que apunta a la necesidad de una agudizada
atención al signo repetido; en el segundo, es la representación inmediata
de una verdad a la que se asemeja en paralelismo en esa otra cosa de
la que habla Peirce en cuanto a las metáforas icónicas, y de nuevo, índice
metafórico de una interpretación más amplia y completa del signo,
sobrepasando el mero significado primario del mismo.
BIBLIOGRAFÍA
Borges, Jorge Luis. Obras completas. Madrid:
Ultramar, 1997.
Deleuze, Gilles. Diferencia y repetición.
Trad. María Silvia Delipy y Hugo
Beccacece. Buenos Aires: Amorrortu, 2002.
Fónagy, Ivan. “Iconicity of Expressive Syntactic Transformation.” Syntactic
Iconicity and Linguistic Freezes. The Human Dimension. Ed. Marge
E. Landsberg. New York: Mouton de Gruyter, 1995. 285-304.
García Lorca, Federico. Antología poética.
Madrid: Edaf, 1981.
García Lorca, Federico. Antología comentada.
Madrid: Ediciones de la
Torre, 1998.